viernes, 2 de agosto de 2013

Intenciones del Santo Padre para el mes de agosto

Intención General: Que padres y educadores ayuden a las nuevas generaciones a crecer con una conciencia recta y una vida coherente.
Intención Misionera: Que las iglesias locales en África, fieles al Evangelio, promuevan la contribución de la paz y la justicia.

jueves, 25 de julio de 2013

25 de julio, Santiago Apóstol

Nació en Betsaida; era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan. Estuvo presente en los principales milagros obrados por el Señor. Fue muerto por el rey Herodes alrededor del año 42. Desde el siglo IX, su sepulcro es venerado en Copostela, a donde han acudido hasta nuestros días innumerables peregrinos.
Oración: Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que Santiago fuera el primero de entre los apóstoles en derramar su sangre por la predicación del Evangelio, fortalece a tu Iglesia con el testimonio de su martirio y confórtala con su valiosa protección. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
 

lunes, 3 de junio de 2013

Intenciones del Santo Padre para el mes de junio

Intención General: Que prevalezca entre los pueblos una cultura de diálogo, escucha y respeto mutuo.
Intención Misionera: que allí donde más se nota la influencia de la secularización, las comunidades cristianas puedan promover con eficacia una nueva evangelización.

martes, 4 de diciembre de 2012

"Está por llegarles su liberación"


SOBRE EL ADVIENTO

Por el Cardenal Joseph Ratzinger – Benedicto XVI

 
«El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas. ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?

Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía.

Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que esta en proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo.

La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (...) El niño‑Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.

Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo (...)».

 

Alegraos en el Señor

(...) “Alegraos, una vez más os lo digo: alegraos”. La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia evangelium, buena nueva. Y sin embargo es ahí donde el mundo se equivoca, y sale de la Iglesia en nombre de la alegría, pretendiendo que el cristianismo se la arrebata al hombre con todos sus preceptos y prohibiciones. Ciertamente, la alegría de Cristo no es tan fácil de ver como el placer banal que nace de cualquier diversión.

Pero sería falso traducir las palabras: «Alegraos en el Señor» por estas otras: «Alegraos, pero en el Señor», como si en la segunda frase se quisiera recortar lo afirmado en la primera. Significa sencillamente «alegraos en el Señor», ya que el apóstol evidentemente cree que toda verdadera alegría está en el Señor, y que fuera de él no puede haber ninguna. Y de hecho es verdad que toda alegría que se da fuera de él o contra él no satisface, sino que, al contrario, arrastra al hombre a un remolino del que no puede estar verdaderamente contento. Por eso aquí se nos hace saber que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, y que de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica.

Así se echa de ver que los dos cuadros laterales del tríptico de Adviento, Juan y María, apuntan al centro, a Cristo, desde el que son comprensibles. Celebrar el Adviento significa, dicho una vez más, despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros. Juan y María nos enseñan a hacerlo. Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de lo visible y acercamiento a lo invisible. Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad feliz bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la celebran como una especie de diversión de carnaval».

 

Estar preparados...

«En el capitulo 13 que Pablo escribió a los cristianos en Roma, dice el Apóstol lo siguiente: “La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz. Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, ni en amancebamientos y libertinajes, ni en querellas y envidias, antes vestíos del Señor Jesucristo...”

Según eso, Adviento significa ponerse en pie, despertar, sacudirse del sueño. ¿Qué quiere decir Pablo? Con términos como “comilonas, borracheras, amancebamientos y querellas” ha expresado claramente lo que entiende por «noche». Las comilonas nocturnas, con todos sus acompañamientos, son para él la expresión de lo que significa la noche y el sueño del hombre. Esos banquetes se convierten para San Pablo en imagen del mundo pagano en general que, viviendo de espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material, permanece en la oscuridad sin verdad, duerme a pesar del ruido y del ajetreo. La comilona nocturna aparece como imagen de un mundo malogrado. ¿No debemos reconocer con espanto cuan frecuentemente describe Pablo de ese modo nuestro paganizado presente? Despertarse del sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época, sacudirnos, con valor para la virtud v la fe, sueño que nos invita a desentendernos de nuestra vocación y nuestras mejores posibilidades. Tal vez las canciones del Adviento, que oímos de nuevo esta semana se tornen señales luminosas para nosotros que nos muestran el camino y nos permiten reconocer que hay una promesa más grande que la del dinero, el poder y el placer. Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo».

Juan el Bautista y María

«Juan el Bautista y María son los dos grandes prototipos de la existencia propia del Adviento. Por eso, dominan la liturgia de ese período. ¡Fijémonos primero en Juan el Bautista! Está ante nosotros exigiendo y actuando, ejerciendo, pues, ejemplarmente la tarea masculina. Él es el que llama con todo rigor a la metanoia, a transformar nuestro modo de pensar. Quien quiera ser cristiano debe “cambiar” continuamente sus pensamientos. Nuestro punto de vista natural es, desde luego, querer afirmarnos siempre a nosotros mismos, pagar con la misma moneda, ponernos siempre en el centro. Quien quiera encontrar a Dios tiene que convertirse interiormente una y otra vez, caminar en la dirección opuesta. Todo ello se ha de extender también a nuestro modo de comprender la vida en su conjunto. Día tras día nos topamos con el mundo de lo visible.

Tan violentamente penetra en nosotros a través de carteles, la radio, el tráfico y demás fenómenos de la vida diaria, que somos inducidos a pensar que sólo existe él. Sin embargo, lo invisible es, en verdad, más excelso y posee más valor que todo lo visible. Una sola alma es, según la soberbia expresión de Pascal, más valiosa que el universo visible. Mas para percibirlo de forma viva es preciso convertirse, transformarse interiormente, vencer la ilusión de lo visible y hacerse sensible, afinar el oído y el espíritu para percibir lo invisible. Aceptar esta realidad es más importante que todo lo que, día tras día, se abalanza violentamente sobre nosotros. Metanoiete: dad una nueva dirección a vuestra mente, disponedla para percibir la presencia de Dios en el mundo, cambiad vuestro modo de pensar, considerar que Dios se hará presente en el mundo en vosotros y por vosotros. Ni siquiera Juan el Bautista se eximió del difícil acontecimiento de transformar su pensamiento, del deber de convertirse. ¡Cuán cierto es que éste es también el destino del sacerdote y de cada cristiano que anuncia a Cristo, al que conocemos y no conocemos!».
(Fuente: conoceris de verdad.org")

 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Intenciones del Santo Padre para el mes de diciembre

Intención General: Para que los migrantes sean acogidos en todo el mundo con generosidad y amor auténtico, especialmente en las comunidades cristianas.
Intención Misionera: Para que Cristo se revele a toda la humanidad con la luz que emana de Belén y se refleje en el rostro de la Iglesia.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El arte de proclamar.

Cómo proclamar la Palabra de Dios - I

En este artículo nos proponemos dar algunos consejos muy prácticos para mejorar la proclamación de la Palabra de Dios en la Misa y los demás sacramentos. No es un asunto de poca monta; la lectura que se hace de los textos sagrados, dependiendo de cómo se haga, puede ayudar a la mejor disposición interior de los fieles o puede ahuyentarla. Pero antes de enumerar algunos puntos muy concretos, digamos alguna palabra sobre este ministerio tan importante. La proclamación de la Palabra de Dios también forma parte del oficio del predicador. En la Iglesia, casi siempre la homilías o el sermón están precedidos por la lectura del Evangelio o de algún texto bíblico. Pero además al sacerdote o al diácono sólo está reservada la proclamación del Evangelio en la Santa Misa y en algunas otras celebraciones sacramentales. Los demás fieles también participan de este ministerio y los criterios que se pueden dar para ejercerlo correctamente se aplican por igual a todos.

Desde tiempos muy antiguos existía en la Iglesia el ministerio del lectorado, que aún en nuestros días se sigue como paso para las órdenes sagradas. Es un ministerio que compete exclusivamente a los varones en razón de su vinculación íntima al sacramento del orden sagrado, pero hoy en día, por diversas razones de orden pastoral lo ejercen indistintamente hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños que al hacerlo entran en la categoría de un ministerio ejercido de manera temporal o excepcional. Sin embargo, no se debe olvidar que en realidad se trata de un ministerio instituido y que requiere de una preparación adecuada no sólo por la alta dignidad de su naturaleza, que se refiere al rol de la Palabra de Dios en la Liturgia eclesial, sino porque debe ser ejercido de manera correcta para no traicionar su sentido de ser una proclamación solemne a través de la cual Dios le habla a su Pueblo.

Seguidamente se enumeran una serie de "acentos" y sugerencias, la mayoría de orden práctico, sobre cuestiones relativas al ejercicio de este ministerio. Algunas cosas parecerán muy obvias, pero precisamente uno de los errores típicos que cometemos es considerar la proclamación de la Palabra de Dios en la Misa un asunto descontado, para el que no se necesita mayor preparación; basta escoger personas que sepan leer bien y asunto arreglado. Pero esto está muy lejos de ser cierto. Proclamar la Palabra de Dios no es lo mismo que leer cualquier otro mensaje en público. Cada cosa situada en su propio contexto puede tener significados propios y producir efectos diversos. Vamos a lo concreto:

  Damos por descontado que las personas escogidas para leer la Palabra de Dios tienen que tener una condición básica que es saber leer bien, con suficiente fluidez y volumen, y una vocalización aceptable.

  No cambiar con demasiada frecuencia a los lectores. No hay que tener reparos en "poner siempre a los mismos", y lo coloco entre comillas porque muchas veces se alude a esto como si fuera un mal signo, o como si las personas fueran a aburrirse por tener que ver siempre a los mismos subir al presbiterio. Habría que preguntarse si alguien se hace problemas con ver siempre al mismo sacerdote o escuchar siempre al mismo organista. El problema es que con frecuencia se pierde de vista la verdadera naturaleza del rito eucarístico; no es una especie de talkshow al que hay que traer siempre invitados distintos. También se comete el error de convertir esto en un derecho de los fieles, y no lo es. Lo importante es que el lector sepa lo que hace y por qué lo hace. Ahora bien, si se tiene a varios lectores, así como a varios acólitos bien preparados, mejor, pero no debe ser ese el objetivo primario.

  Destinar el lugar donde se Proclama la Palabra de Dios sólo para eso.  No convertir el ambón de la Palabra en un lugar de usos múltiples. Es la "mesa de la Palabra", y no  una suerte de podio para hablar en público.

 Enseñar a los lectores a realizar las debidas reverencias al altar, al momento de aproximarse al presbiterio.

  Procurar que la vestimenta de los lectores y su actitud sea la más adecuada; sobria y al mismo tiempo reverente. De ninguna manera dejar que suban personas mal vestidas a leer las lecturas.

  Considerar la proclamación del salmo de manera independiente. Antiguamente era más frecuente que hubiera un salmista, especializado en proclamar el salmo o cantarlo. Esto es difícil porque no siempre en nuestras iglesias hay alguien que sepa cantar. Pero si lo hay, o si es posible entrenar a alguien, hay que hacerlo porque es algo que enriquece mucho la Liturgia de la Palabra. Además existe abundante literatura musical a la que se puede recurrir sin necesidad de inventar nada nuevo.

  [Continúa en el siguiente artículo titulado "Cómo proclamar la Palabra II".]
 

 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Intenciones del Santo Padre para el mes de setiembre

Intención General: Para que los políticos actúen siempre con honradez, integridad y amor a la verdad.
Intención Misionera: Para que aumente en las comunidades cristianas la disponibilidad al envio de misioneros, sacerdotes y laicos, y de recursos concretos a las Iglesias más pobres.