jueves, 25 de marzo de 2010

Reflexionemos el Domingo de Ramos con nuestro Papa en el Año 2006

Domingo de Ramos

Procesión: Lc 19, 28-40.
Misa: Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56


Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén. Y sucedió que, al aproximarse a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciendo: "Id al pueblo que está enfrente y, entrando en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", diréis esto: "Porque el Señor lo necesita." Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Cuando desataban el pollino, les dijeron los dueños: "¿Por qué desatáis el pollino?" Ellos les contestaron: "Porque el Señor lo necesita." Y lo trajeron donde Jesús; y echando sus mantos sobre el pollino, hicieron montar a Jesús. Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: "Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas." Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos." Respondió: "Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.

Luego que las semanas precedentes la Iglesia nos ha concedido escuchar con atención dos pasajes evangélicos del amor y la misericordia del Padre, en los evangelios de San Lucas y San Juan, como son: la parábola del hijo pródigo y la mujer adúltera; los que han sido una preparación para poder comenzar a celebrar el misterio de nuestra salvación. Es importante con la ayuda de la Iglesia –Madre y Maestra-, que el hombre reconozca que tiene necesidad de la salvación para así poder entrar y vivir el Misterio Pascual de Cristo, al que en esta celebración de Domingo de Ramos la Iglesia nos introduce para que podamos vivirlo, celebrarlo y fundamentalmente proclamarlo.

Entrando en el evangelio de esta semana, la Iglesia nos invita a unirnos a la gran multitud que aclamaba a Cristo por los milagros y grandes curaciones que habían visto realizados. El domingo de Ramos nos hace revivir esta entrada de Jesús en Jerusalén, cuando se acercaba la celebración de la Pascua. El pasaje evangélico lo presenta mientras entra en la ciudad rodeado por una multitud jubilosa. Puede decirse que, aquel día, llegaron a su punto culminante las expectativas de Israel con respecto al Mesías. Eran expectativas alimentadas por las palabras de los antiguos profetas y confirmadas por Jesús con su enseñanza y, especialmente, con los signos que había realizado. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «…Para comprender lo que sucedió el Domingo de Ramos y saber qué significa no sólo para aquella época sino para todos los tiempos, resulta importante un detalle, que para sus discípulos se convirtió en la clave para comprender aquel acontecimiento cuando, después de Pascua, recordaron con una nueva mirada aquellos días tumultuosos.

Jesús entra en la Ciudad Santa a lomos de un asno, es decir, el animal de la sencilla gente del campo, y además un asno que no le pertenece, que ha tomado prestado para esta ocasión. No llega en una lujosa carroza real, ni a caballo como los grandes del mundo, sino en un asno tomado prestado. Juan nos cuenta que en un primer momento los discípulos no entendieron esto. Sólo después de la Pascua se dieron cuenta de que de este modo Jesús estaba cumpliendo los anuncios de los profetas, mostraba que su acción derivaba de la Palabra de Dios y la llevaba a su cumplimiento…» (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, 9 de abril de 2006).

Al entrar en Jerusalén, Jesús sabe que el júbilo y alegría de la multitud lo introduce en el corazón del «misterio» de la salvación, porque Él es consciente de que va al encuentro de la muerte, sabe que ha de dar cumplimiento a la voluntad de Dios Padre. Por ello las lecturas de la celebración de hoy relatan el sufrimiento del Mesías y llegan a su punto culminante en la narración de la pasión que hace San Lucas. Este inefable misterio de dolor y de amor, de redención, lo manifiesta también el profeta Isaías, porque este Cristo victorioso que hoy entra a Jerusalén, para someterse a la voluntad del que lo llamó, ha sido probado en todo y sobre todo en el sufrimiento, pero allí, en el sufrimiento, es donde hemos visto de manera palpable la autenticidad de su misión, por ello en el Salmo responsorial cantamos: «...Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?...». San Pablo lo repite en la carta a los Filipenses, en la que se inspira la aclamación que nos acompañará durante todo el Santo Triduo Pascual: «Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz».

Estos hechos hacen que el Domingo de Ramos lo podamos considerar también, de una manera especial, como una confesión de fe, porque esta aclamación significa confesar a Cristo como Nuestro Señor, Rey y Salvador, Pastor de nuestra vida, Aquel que se hace camino nuestro venciendo nuestra muerte para que con su muerte de Cruz y su Resurrección tengamos la garantía de nuestra futura resurrección. En la cruz, Jesús muere por cada uno de nosotros. Por eso, la cruz, escándalo para el mundo, es el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para todas las generaciones y para la humanidad entera.

Así también lo manifestó el Papa Benedicto XVI: «...Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros (cf. Jn 3,16). Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida…» (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, 5 de abril de 2009)

Es así que en este Domingo de Ramos todos nos unimos a este canto: « ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». Bendito eres Tú, oh Cristo, que también hoy vienes a nosotros con tu mensaje de amor y de vida. Y bendita es tu santa cruz, de la que brota la salvación del mundo. Por ello el Papa Benedicto XVI nos dice: «…la gente lanza este grito ante Jesús, en quien ve quien viene en el nombre del Señor: la expresión: «El que viene en nombre del Señor», de hecho, se había convertido en la manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a quien verdaderamente viene en el nombre del Señor y trae la presencia de Dios entre ellos. Este grito de esperanza de Israel, esta aclamación a Jesús durante su entrada a Jerusalén, se ha convertido con razón en la Iglesia en la aclamación a quien, en la Eucaristía, nos sale al encuentro de una manera nueva…» (Benedicto XVI, Homilía el Domingo de Ramos, 9 de abril de 2006).
¡Hosanna, Bendito el que ha venido y viene en el nombre del Señor!


Buen inicio de la Santa Semana.

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