El texto se publica tal como aparece en la pagina de la Congregacion para el Clero el 19-02-2000.
El Ministerio de la liturgia
El diácono manifiesta por excelencia ante la Iglesia su diakonía cuando la recapitula sacramentalmente en la liturgia. Sus acciones y actuaciones en la liturgia son partes integrales a la misma y no meros adornos. En la liturgia cada cristiano tiene el derecho y el deber de prestar su participación de diferente manera...'Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde'" (SC n.28). Recordemos que la Iglesia y liturgia no son realidades separadas; la Iglesia, tanto en su aspecto local como en su aspecto universal, está presente en la liturgia, que es su sacramento. No hay liturgia sin Iglesia y no hay Iglesia sin liturgia. La Iglesia Universal subsiste y se participa en ella a través de la liturgia. Si somos católicos, miembros vivos de la Iglesia Universal, lo somos por cuanto celebramos y entramos en su realidad plena.
Es muy importante que el diácono conozca su
oficio en la liturgia; que tenga inteligencia de las rúbricas y flexibilidad
para saber adaptarse a distintas circunstancias, tales como las diferentes
interpretaciones de éstas que muchas veces varían de parroquia en parroquia. El
diácono es responsable ante la Iglesia, presente en la asamblea de culto, de
servir bien, haciendo todo y solo aquello que le corresponde. Allí, en el altar
ha de ser portavoz de las plegarias y necesidades de los fieles. Desde allí
proclamará al pueblo el Evangelio y se dirigirá al mismo por las moniciones
propias de su oficio.
Servir sin presidir: Imitadores de Jesús que
"no vino a ser servido, sino a servir" (Mar. 10, 45)
Algunas personas tienen la tendencia de
circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del bautismo y
del matrimonio y a otras cosas que el diácono "puede" hacer,
olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir sin
presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros. Sirva el
diácono a la asamblea y al celebrante y a ministros estando al tanto de todo y
de todos, sin que nadie tenga que advertírselo.
El diácono es un "facilitador" tanto
dentro como fuera de la liturgia. En las ceremonias "asiste a los
sacerdotes y está siempre a su lado; en el altar lo ayuda en lo referente al
cáliz y al misal; si no hay algún otro ministro cumple los oficios de los
demás, según sea necesario" (OGMR 127). Lo que se dice de la Misa, se dice
de todos los ritos de la Iglesia.
Tenga, pues, en cuanta el diácono que, si ha de
asistir al celebrante, debe saber bien el "cuándo" y "cómo"
y el "por qué" de lo que el celebrante hace o dice en todo momento.
Sea el diácono el "brazo derecho del celebrante" con dignidad,
humildad y eficiencia. Si no actúa con inteligencia de su oficio se puede decir
que estorba, que interrumpe la fluidez de las ceremonias.
Dice la introducción de la edición española de la
Ordenación General del Misal Romano España (Andrés Pardo, OSB. Consorcio
de Editores, 1978 )que "el verdadero maestro o director de la celebración
debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser
el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante
del celebrante principal" (Parte Introductoria n.3, Orden General del
Misal Romano España).
Cuatro situaciones
Si lo que acabo de citar es correcto, cabe
preguntarnos por qué la mayoría de los diáconos hoy tienen una actuación
limitada en la liturgia romana. Por eso conviene que ahora consideremos algunas
de las causas y circunstancias que han contribuido a tal inercia diaconal. Lo
haremos en lo posible, en orden cronológico.
En primer lugar, la idea siempre viva
En primer lugar: aunque el diaconado ejercido en
forma permanente cesó casi por completo en la Iglesia de occidente por, más o
menos un milenio, la liturgia latina mantuvo vivo el oficio diaconal en todas
las ceremonias de la Iglesia . El diaconado, ciertamente, no cesó de existir en
la liturgia. Ahora bien, como en la mayoría de las veces, no había diáconos, el
oficio diaconal fue desempeñado por presbíteros vestidos de diácono, esto es,
en dalmática. Las reformas del Concilio Vaticano II prohibieron a los
presbíteros la práctica de vestir los ornamentos propios del orden diaconal,
pero mantuvieron que en ausencia del diácono, los presbíteros revestidos de
ornamentos propios al presbiterado, puedan ejercer el oficio del diácono,
especialmente cuando celebra el obispo.
"Los presbíteros que participen en las
celebraciones episcopales, hagan sólo aquello que les corresponde como
presbíteros; si no hay diáconos, suplan algunos de los ministerios de éste,
pero nunca lleven vestiduras propias del diácono" (Ceremonial de los
Obispos, Renovado según los decretos del Sacrosanto Concilio Vat. II y
Promulgado por la Autoridad del Papa J. P. II Consejo Episcopal
Latinoamericano, 1991. Números 21 y 22).
Pasaron unos diez años entre el cese de la
antigua Misa Solemne, con diácono y subdiácono, y la restauración del orden del
diaconado. Tal parece que ese hiato fue suficiente para que la comunidad
eclesial olvidara la antigua "misa de tres padres" con el ministerio
diaconal tan intensivo que conllevaba. De pronto aparecieron los diáconos, pero
su función en la liturgia ya era desconocida por muchos o se veía grandemente
disminuida o reducida por otros. Lo que no ocurrió en un milenio, ocurrió en
diez años. Ciertamente, las rúbricas de los ritos renovados fueron muy parcas.
Solamente con la promulgación del nuevo Ceremonial de Obispos de 1991,
se han aclarado muchos puntos oscuros y hasta mal interpretados de la
renovación de los ritos litúrgicos del rito romano. Por eso tenemos que
consultar el Ceremonial.
En segundo lugar, un oficio canalizado
por otras vías
En segundo lugar: con la reforma post conciliar
se llegó a establecer formalmente la participación laical en muchas funciones
litúrgicas (cf. Directorio n. 41), que ya venía desde los pontificados previos
al de S.S. Juan XXIII en la llamada "misa dialogada" (en la cual el
pueblo respondía en latín todo lo que usualmente correspondía al acólito y
recitaba el ordinario en latín con el celebrante) y también en la "misa
comunitaria" (donde el pueblo cantaba una paráfrasis vernácula del Ordinario
de la Misa) que el movimiento litúrgico había impulsado. Así, por ejemplo, se
formalizó la llamada Oración Universal o de los fieles. Al faltar el diácono y
al no haber un presbítero en dalmática que tomara su oficio, las intenciones de
esta Oración Universal pasaron a un laico. Esta práctica está muy generalizada
hoy día aunque el ministro idóneo, sea, en primer lugar, el diácono, y así lo
establecen las rúbricas (C.E. 25) y la tradición oriental como occidental.
Como sucede con la Oración Universal, también
sucede con otras funciones que son propiamente diaconales. Por ejemplo, dirigir
las moniciones al pueblo (Ceremonial del Obispos Número26), servir al
celebrante en el altar tanto en lo referente al libro como al cáliz (Ceremonial
de Obispos Número 25).
En tercer lugar, ¿Para que un diácono aquí?
En tercer lugar, como efecto de lo antes dicho,
el diaconado se restaura en el mundo que ya no le conoce. Es más, cuando llega
un diácono a una parroquia que nunca ha tenido ese ministerio, tal parece que
el nuevo ministro, le "quita" o le "roba" actuaciones a
muchas personas, por ejemplo, al celebrante, al monitor, al turiferario, a los
acólitos, a los ministros extraordinarios de la comunión, y así a otros tantos
para mencionar solamente la Misa. Entonces se oye algo así: "esto siempre
lo ha hecho un lector ¿Por qué se le da ahora a un diácono?".
Cabe mencionar, que en la Misa Solemne el
celebrante llegó a recitar en voz baja el Introito, los Kyries, el Gloria, la
Epístola, el Gradual y el Aleluya, el Evangelio, el Credo, la Antífona del
Ofertorio, el Sanctus, el Agnus Dei y la Antífona de Comunión, sólo para
mencionar algunas de las partes de la misa. Esto lo hacía el celebrante
mientras el coro y el pueblo cantaban en latín sus partes respectivas y el
subdiácono leía la epístola. El Evangelio lo leía el celebrante en voz baja
primero y el diácono (presbítero vestido de dalmática) proclamaba solemnemente
el Evangelio. Se llegó a pensar por algunos autores que la acción del
celebrante era la única necesaria y que las funciones de los demás ministros y
del pueblo eran superfluas. Lo importante era que el padre lo dijera y lo
hiciera todo. Por este estado de cosas, la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia reiteró un principio muy antiguo y al parecer olvidado, y que dice
así: "cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará
todo y sólo aquello que le corresponde" (SC n. 28).
Al ocupar su puesto en la nueva liturgia, el
diácono debe ejercer todo su oficio y solamente su oficio. Para cumplir con
este cometido, debe el diácono conocer bien su oficio. De nada sirve reclamar
sin saber qué se reclama. Claro, que lo que se aplica al diácono, se aplica
también al celebrante y demás ministros. Todavía hay algunos celebrantes que
parecen no entender la presencia litúrgica del diácono que sirve sin presidir.
Todavía lamentablemente se escucha la expresión "monaguillo
glorificado".
En cuarto lugar, la asombrosa
supervivencia del maestro de Ceremonias
En cuarto lugar: En la práctica ha sobrevivido a
la renovación post conciliar del Vaticano II un ministro que no aparece en
ninguna de las rúbricas e instrucciones u ordenaciones de los actuales ritos:
esto es, el Maestro de Ceremonias; hoy por hoy, el ceremoniero muchas veces
asume una autoridad tal, que tiende a inhibir de su oficio a los demás
ministros, al diácono en particular.
El Ceremonial de Obispos propone la necesidad de
un maestro de ceremonias, que coordine, organice, ensaye, dirija las ceremonias
como preparación a las mismas. Pero dice claramente en su número 35 que el
ceremoniero "coordine oportunamente con los cantores, asistentes,
ministros, celebrantes, aquellas cosas que deben hacer y decir. Dentro la
celebración obre con máxima discreción; no hable nada superfluo, no ocupe el
lugar de los diáconos y de los asistentes al lado del celebrante". Es
de notar que el ceremonial menciona al ceremoniero en sus números 34-37 y luego
no lo menciona más en sus 1210 números.
Percepción de un Obispo
Yo, como Obispo, les puedo decir con toda
sinceridad que al Obispo le resulta muy práctico tener un ceremoniero que
conozca exactamente el "cómo" y el "por qué" de lo que el
Obispo requiere, tanto en las celebraciones de catedral, como cuando visita
otras Iglesias, una persona así lo facilita todo e inspira confianza de que
todo lo que se refiere a la persona y oficio del Obispo quedará bien. Yo creo,
sin embargo, que no sólo un diácono ( como lo indica el número 36 del
Ceremonial) puede hacer de ceremoniero, sino que el Obispo puede elegir un
cierto número de diáconos para que sean sus "familiares" y que
siempre desempeñen el oficio de los dos diáconos "asistentes" (antes
llamados diáconos de honor) que atiendan al Obispo a su derecha e izquierda.
Estos diáconos "asistentes" se ocupan de la persona del Obispo
(n.26). Cuando el Obispo visita una iglesia, lleva a sus "asistentes"
que saben bien como atenderle, por ejemplo, con la mitra, el báculo, el misal,
el incienso, el hisopo, etc.; mientras aquellos diáconos (o diácono) que
desempeñan el oficio de "ministrante" son los que tienen a cargo lo
que se hace en todas las misas, como es la proclamación del Evangelio y la
atención del altar con el cáliz y el misal. También son los
"ministrantes" los que se dirigen al ambón para la Oración de los
Fieles y las moniciones (números 25 y 26). Como dije anteriormente, hay
distintos carismas entre los diáconos y algunos serían idóneos para servir de
"asistentes" al Obispo, otros, los "ministrantes" pueden
desempeñar las funciones que mejor conocen porque son las usuales.
Tenemos que rogar al Señor para que conceda una
tregua, la proverbial paz de Dios, en que los maestros de ceremonias y
los diáconos puedan estrecharse en un abrazo de paz, de concordia, amor y
respeto mutuo.
Hay otras razones y circunstancias que
contribuyen a que el diácono se vea disminuido en su oficio y quede reducido a
un personaje pasivo en la liturgia. Se necesita que el pueblo y demás miembros
del clero, esto incluyendo a algunos diáconos, sean catequizados en cuanto a la
identidad y oficio del diácono. En la mente de muchas personas se pasa por
salto del laicado al presbiterado. Se habla mucho de ministerios eclesiales
laicales. ¿Dónde quedan los diáconos? Que se oiga más en las oraciones de los
fieles "por las vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida religiosa".
Después de todo, el diácono es también "llamado" por Dios.
(Fuente Vatican.va)