lunes, 27 de septiembre de 2010

Preparando la homilia del 3-10-2010

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (3-10-2010)
Tiempo Ordinario
"El justo vive por su fe"

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Introducción

No hace falta acudir a ningún dicho popular o clásico para darnos cuenta de que la vida es lucha. La lucha del cristiano consiste en ser fiel a la palabra dada de seguir a Jesús en todo momento, habiendo caído en la cuenta de que es el mejor camino para encontrar el sentido, la esperanza y la felicidad ansiada.

En esta lucha no estamos nunca solos. El Señor nos ha prometido acompañarnos siempre, en todo momento. Debemos vivir con esa certeza, vivir de la fe, es decir, con la confianza total en la Persona de Jesús, que es hombre y Dios verdadero, de que cumplirá siempre su palabra de no abandonarnos nunca. Por esto mismo, el orgullo ante Dios y ante nuestros hermanos, estará prohibido: “El auxilio nos viene del Señor”. Él es la fuente de nuestra energía.


Ver la presentación animada de las lecturas
Comentario bíblico

La fe como don y gracia
Iª Lectura: Habacuc (1,2-3; 2,2-4): El justo vivirá por su fe

I.1. La primera lectura de este domingo está tomada del profeta Habacuc (1,2-3;2,2-4). Es una lectura reconstruida sobre el texto del profeta en la que aparece primeramente una lamentación, una queja por la opresión y la violación del derecho en Judá. Habacuc es un profeta de los siglos VII-VI a. C. Pero es un profeta que no habla al pueblo, sino que habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que ven sus ojos. Así es todo el libro. ¿Hay respuestas para el hombre de Dios que quiere defender los valores radicales de la vida? La respuesta de Dios, según la experiencia teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que, quien sepa mantenerse fiel en medio de la injusticia y la violación de los derechos, vivirá. La promesa de vida es la síntesis más completa de toda la predicación del profeta. Es una promesa a Israel, pero es una promesa que incumbe a todos los cristianos: el mal nunca se apoderará de la historia definitivamente.

I.2. El texto de Hab 2,4 tendrá un carácter germinal en el planteamiento decisivo de la teología paulina, tanto en Gal 3,11, como en Rom 1,17 cuando se enuncia el tema que ha de desarrollar en toda la epístola: el evangelio de la salvación por la fe y no por las obras. La fe en la Biblia (emunah) no es defender una doctrina, sino tener una experiencia radical de “confianza” en Dios. Eso es lo que propone el profeta, y en ese sentido es como lo entendió Pablo para lanzar al judaísmo o al judeo-cristianismo de su tiempo el reto que habría de darle la identidad religiosa verdadera.


IIª Lectura: IIª Timoteo (1,6-14): El depósito evangélico de la libertad

La segunda lectura de este domingo es el comienzo de la 2ª carta a Timoteo en la que se ponen de manifiesto los elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido el encargo de Pablo para dirigir una comunidad cristiana. Se habla del don de Dios que ha recibido, y que nos es un don para temer, sino para luchar con fuerza y energía por los valores del evangelio frente a este mundo. Defender los valores éticos en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”. Ese depósito, no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el Evangelio de Jesucristo liberador. Es eso lo que hay que defender con energía frente a otros evangelios mundanos que no liberan.


Evangelio: Lucas (17,5-10): La fe, reto de la “confianza” en Dios

III.1. El evangelio de este domingo se toma de Lucas: un conjunto literario con dos partes: 1) el diálogo sobre la petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño grano de mostaza; 2) la parábola del siervo inútil. Lo primero que debemos considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse verdaderamente de Dios. Puede que objetivamente no se presenten razones evidentes para ello. No es que la fe sea ilógica, o simplemente ciega, es una opción inquebrantable de confianza. Es como el que ama, que no puede explicarse muchas veces por qué se ama a alguien. Por tanto, existe una razón secreta que nos impulsa a amar, como a creer.

III.2. La fe que mueve montañas debe cambiar muchas cosas. La comparación del que, por la fe, arranca una morera o un sicómoro y lo planta en el mar, da que pensar. ¿Qué sentido puede tener? Un sicómoro no puede crecer en el mar. En realidad es un símbolo de Israel y este no es un pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad que tiene, como la de la higuera que protege con su sombra, es como un reto: son árboles de secano, de estío, protectores… pero no pueden estar en el mar, se pudrirían. Es un imposible, como un “imposible” es el misterio de la fe, de la confianza en Dios. Cuando todo está perdido, cuando lo imposible nos avasalla, “confiar en Dios” pone en entredicho una religiosidad de oropel, de cosas, de ritos, de ceremonias, de purificación. La fe es algo del corazón, donde está la sede de lo mejor y de lo peor en la Biblia. Por ello, tener fe, confianza (emunah), y pensar que una morera puede ser trasladada al mar y crecer allí es poner en entredicho la religión vacía. Sin la fe, la religión no lleva a ninguna parte. Y muy frecuentemente sucede que se tiene “una religión”, pero en ella no habita la fe.

III.3. La parábola conocida como del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo que llega cansado del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de haber cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación social. ¿Qué sentido puede tener esto en el planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que el patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta lectura. El juicio moral sobre la servitud o la misma esclavitud de aquellos tiempos, está demás a la hora de la interpretación. Se parte de la costumbre de aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer era servir (se usa el verbo diakoneô), porque era su oficio, y el amo ser servido.

III.4. Jesús quería partir de esta experiencia cotidiana para mostrar al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no se puede plantear con afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de gracia. El buen discípulo se fía de Jesús y de su Dios. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello. Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de que Dios nos sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que tengamos que presentar méritos; sin que sea un salario que se nos paga, sino por pura gracia, por puro amor. Así es como Lucas ha entendido este conjunto en que pone en conexión el diálogo sobre la fe con la parábola del siervo (que no es inútil). Con Dios no vale do ut des, sino lo que cuenta es abrirse a Él como lo que somos y con lo que somos… y se nos invita, por gracia, a sentarnos a su mesa, lo que no ocurre precisamente en las relaciones sociales de este mundo de clases.

Fray Miguel de Burgos NúñezFray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

Pautas para la homilía

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El justo vive de la fe, es decir, de la confianza en una Persona

Cuán equivocados están los que piensan que el cristianismo es aceptar un conjunto de verdades, algunas de ellas bastante difíciles de explicar. El cristianismo es, ante todo, una historia, una historia entre un Dios personal y cada uno de los hombres que aceptamos su intervención en nuestra vida. Esta historia sabemos cómo empieza. También sabemos que, por regalo de Dios, va a terminar bien. Pero nos queda el trayecto entre el principio y el final. En ese trayecto, además de Dios y de nosotros, los principales protagonistas de cada historia personal, intervienen otras personas, otras libertades, otras circunstancias, diversos acontecimientos sociales y personales…

En cada historia personal, en la que se mezclan múltiples, variados y contradictorios factores, el cristiano vivirá momentos apacibles y momentos de desierto en los que puede pensar que Dios le ha dejado a su suerte, le ha abandonado y gritar con el profeta: “¿Hasta cuando clamaré, Señor, sin que me escuches?”. Puede tener también momentos de desánimo como Timoteo al participar en “los duros trabajos del evangelio”.

Pero estos posibles desfallecimientos y la vivencia de soledad divina siempre son pasajeros, porque “el justo vive por su fe”. Es decir, vive gracias a depositar toda su confianza en la persona del Hijo de Dios, que le ha prometido no dejarle nunca en las distintas vicisitudes por las que pueda atravesar su vida: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”. En los momentos más delicados, nuestro Padre Dios se le acercará y le dirá como al hijo mayor: “Tú siempre estás conmigo. Y todo lo mío es tuyo”. En esta misma línea, Pablo anima a Timoteo y le recuerda que Dios nos ha regalado su propio Espíritu, “el Espíritu Santo habita en nosotros”, que “no es un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

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Ante Dios y… ante los hombres, nada de engreírse

Pocas cosas hay que tengan tan buena acogida entre nosotros como encontrarse con personas sencillas, de las que siempre se colocan al nivel del común de los humanos, sea cual sea el cargo que ocupan. Pocas cosas hay que molesten tanto a la mayoría de las personas humanas, como encontrarse con un hombre orgulloso, altivo, muy creído de sí mismo, que mira a todos por encima del hombro, incluidos a los jugadores de baloncesto que miden de dos metros en adelante, que nos hace sentir su supuesta superioridad, que cada dos por tres, o mejor dicho, cada tres por tres, nos recuerda las grandes cosas que ha hecho en la vida, algo, según él, que sólo está al alcance de unos pocos privilegiados.

Jesús, en el evangelio, siempre se muestra en contra, muy en contra, de los orgullosos, como, por ejemplo, de los fariseos, que se creían muy por encima de los demás y Jesús les descubre su hipocresía y debilidad… su realidad. Esta actitud de los orgullos fariseos podemos decir que irrita sobremanera a Jesús y las palabras más duras que salieron de su boca se las dirige a ellos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que por dentro están llenos de rapiñas y codicias! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos muertos y toda clase de inmundicias!”.

Si hay algo claro en Jesús es que todos los hombres y mujeres, aunque tengamos diferentes talentos, gozamos de la misma dignidad. Todos somos hijos de Dios y hermanos unos de otros. Nadie, pues, tiene derecho a considerarse más que los demás. Incluso si uno, con la ayuda de Dios, trabaja fuerte en la dirección de Jesús, es decir entrega su vida por amor al servicio de sus hermanos… tampoco puede engreírse por ello: “Cuando hayáis hecho lo mandado decid. Somos uno pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Nada de que se nos suban los humos a la cabeza.

Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est al hablarnos de la ayuda que todo cristiano, guiado por el amor, debe estar dispuesto a ofrecer a cualquier persona, nos advierte que lo primero que el ayudador debe reconocer es que todo lo ha recibido de Dios, sus dones y cualidades, y que estar en situación de ayudar a otros es un regalo que Dios le hace. El Papa dice textualmente: “Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: ‘Somos unos pobres siervos’ (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don”.

Como siempre nuestro referente es Jesús de Nazaret. Si alguien podía gloriarse de estar por encima de nosotros era él, Dios y hombre verdadero. Sin embargo, conocemos el camino que siguió. “No hizo alarde de su categoría de Dios; al contario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Éste es el camino que debemos imitar: hacernos esclavos de nuestros hermanos por amor, y nada de creerse superior a nadie, sino pasar por uno de tantos y decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Nuestra recompensa y nuestro gozo es siempre el amor, dar y recibir amor.