Pocas son, relativamente, las noticias que nos ha conservado la historia de este apóstol de Jesucristo, procedente de la diáspora e incorporado tempranamente al número de los que fueron los pilares de la Iglesia primitiva. Nada sabemos de los años de su infancia, que pudo haber pasado en Chipre o en Jerusalén, ni del tiempo en que entró a formar parte de la comunidad cristiana. San Clemente de Alejandría y Orígenes creen que la conversión del levita José —llamado más tarde Bernabé por los apóstoles— fue en vida de Jesucristo, siendo del número de sus setenta y dos discípulos. Con todo, otros Santos Padres y autores antiguos y modernos opinan que Bernabé se convirtió en discípulo de Cristo en los días que siguieron inmediatamente a la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, en la festividad de Pentecostés.
Reunidos
los apóstoles y sus inmediatos colaboradores en el Santo Cenáculo, descendió
sobre ellos el Espíritu Santo, tal como Jesucristo se lo había profetizado en
vísperas de su pasión y muerte. La acción del Espíritu se dio a conocer por un
conjunto de prodigios que anunciaron su venida y dejaron constancia de la
profunda transformación operada en los apóstoles. "Hombres religiosos de toda
nación de las que están debajo del cielo" (Act. 2,3), que habían ido en
peregrinación a Jerusalén, quedaron pasmados al oír a los apóstoles hablar cada
uno en su propia lengua. Algunos se mofaron de aquella súbita transformación,
achacando al vino lo que era obra divina; otros, en cambio, intrigados, se
preguntaban: "¿Qué querrá ser esto?" (Act. 2,12). San Pedro tomó pie
de la interpretación torcida que se daba al hecho para señalar la verdadera
naturaleza del milagro que se había obrado, logrando una conversión en masa.
Entre los espectadores de aquel milagro se contaba muy probablemente Bernabé,
de familia levítica, originario de Chipre y radicado de tiempo en Jerusalén,
quien, tocado por la gracia, abrazó el cristianismo y se convirtió muy pronto
en íntimo colaborador de los apóstoles.
Entre los
miembros de la primitiva comunidad cristiana reinaba la caridad hasta el
extremo de que se dijese de ellos que tenían todos un solo corazón y una sola
alma (Act. 4,32). Una importante modalidad de esta convivencia fraternal
aparece en la decisión de los propietarios de enajenar sus bienes de fortuna y
depositar su producto a los pies de los apóstoles para que lo distribuyeran
equitativamente entre todos los miembros de la comunidad. En virtud de este
desprendimiento heroico "ninguno decía ser propia suya cosa alguna de las
que poseía, sino que para ellos todo era común" (Act. 4,32). Este
movimiento en favor de la comunidad de bienes vigía entre los esenios que
residían en el desierto de Judá. Pero ni el ejemplo de estos sectarios ni su
legislación influyeron directamente en la conducta de los primeros cristianos,
sino el consejo de Cristo a un joven que le pedía mayor perfección: "Si
quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres... y ven y
sígueme" (Mt. 19,21). Aligerado el apóstol de la carga de los bienes
materiales, podía entregarse de lleno al servicio de Cristo. Lo que no hizo el
joven aludido lo practicó Bernabé, como nos lo atestigua el texto de los Actos
de los Apóstoles, al decir: "José el apellidado por los apóstoles Bernabé,
que traducido es lo mismo que Hijo de la
consolación, levita, chipriota de linaje, como poseyese un campo, lo
vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles" (Act.
4,36-37).
La venta
que hizo Bernabé debió de causar sensación entre los primeros cristianos de
Jerusalén, tanto por el valor del campo enajenado como por el total desinterés
demostrado, al entregar a los apóstoles el precio íntegro de la venta. Esta
generosidad de Bernabé, junto con su compasión por los indigentes, movieron a
la comunidad cristiana de Antioquía a confiarle la misión de ir a Jerusalén
para distribuir entre los fieles menesterosos las limosnas para este fin
recogidas en aquella ciudad (Act. 11,30). Acaso por ser él de espíritu generoso,
caritativo y abnegado recibió de los apóstoles el sobrenombre de Bernabé,
término derivado de dos palabras aramaicas: bar
nebuah, que significan “Hijo de la profecía" o "Hijo de la
consolación". Efectivamente, José era para la primitiva Iglesia a la vez
consolador y profeta, es decir, predicador inspirado. Además de un corazón
sensible poseía una palabra fácil, dulce y persuasiva, con la cual se ganaba inmediatamente
el favor de todos. De él dice San Lucas que era un hombre bueno, lleno del
Espíritu Santo y de la fe (Act. 11,24). Por estas cualidades temperamentales o
adquiridas con su cooperación a la gracia, unidas a una extensa cultura lograda
en la escuela de Gamaliel, llegó a desempeñar un papel preponderante en la
organización de la Iglesia primitiva.
Tenemos
una prueba del prestigio de que gozaba entre los apóstoles en el incidente
ocurrido a San Pablo con ocasión de su primer viaje a Jerusalén, pocos días
después de haber sido derribado del caballo en el camino de Damasco. Refiere el
libro de los Actos que, habiendo Pablo llegado a Jerusalén, trataba de juntarse
con los discípulos; mas todos recelaban de él, no creyendo que fuera discípulo.
Bernabé, que lo había tratado en Tarso, o había sido su condiscípulo en la
escuela de Gamaliel en Jerusalén, le sacó de aquella situación embarazosa al
tomarlo consigo y llevarlo a los apóstoles, a quienes declaró cómo en el camino
de Damasco había Pablo visto al Señor y le había hablado, y cómo en Damasco se
había despachado bien en el nombre de Jesús (Act. 9,26-27). Bernabé, que
conocía la entereza de su amigo Pablo, sabía que éste no mentía al referirle su
conversión y no dudaba de la sinceridad de la misma y de la perseverancia de
Pablo en el camino de la verdad. Bastó que Bernabé intercediera a favor de
Pablo para que los apóstoles y discípulos depusieran su actitud recelosa y
admitieran sin vacilación en el seno de la Iglesia jerosolimitana al que poco
tiempo antes había sido su acérrimo enemigo. A Bernabé cabe la gloria de haber
descubierto el genio de Pablo y de haberle encaminado hacia las obras de
apostolado.
Otro
ejemplo de la reputación de que gozaba Bernabé entre los apóstoles se
manifiesta en la incorporación de los gentiles a la Iglesia en tierras de
Siria. La tribulación sufrida por la Iglesia de Jerusalén, que culminó con la
lapidación de San Esteban, indujo a muchos a dispersarse hacia Fenicia, Chipre
y Antioquía, anunciando únicamente a los judíos la palabra de la buena nueva.
Pero algunos de entre ellos, chipriotas y cirenenses, llegaron a Antioquía y,
contra la costumbre, anunciaron la buena nueva a los griegos, convirtiéndose
muchos al cristianismo. La noticia de la conversión de gran número de gentiles
llegó a oídos de los apóstoles, quienes se interesaron por las condiciones en
que se efectuaba aquella innovación. Para cerciorarse enviaron los apóstoles a
Bernabé a Antioquía, el cual, al llegar y ver la gracia de Dios, se alegró en
gran manera y exhortaba a todos a perseverar fieles al Señor. Al sancionar
Bernabé aquel movimiento proselitista, contribuyó eficazmente a derrumbar el
muro que cerraba a los gentiles el acceso a la religión del que, según Simeón,
era “luz para iluminación de las gentes" (Lc. 2,32). Durante su estancia
en Antioquía "se agregó crecida muchedumbre al Señor" (Act. 11,24), de
tal manera que Bernabé juzgó conveniente recabar la ayuda de su amigo y recién
convertido Pablo de Tarso para atender al servicio espiritual de los
convertidos. Por espacio de un año ambos apóstoles trabajaron juntos en
Antioquía, dedicados a instruir en la fe a los conversos del paganismo. Por
aquel entonces, y por primera vez en la historia, los discípulos de Cristo
residentes en Antioquía comenzaron a llamarse “cristianos". ¿Fue esta
palabra invención de Bernabé No lo sabemos. La historia únicamente nos refiere
que el apostolado de Bernabé fue muy fecundo en Antioquía.
Ante el
éxito conseguido en Antioquía, Bernabé y su amigo Pablo juzgaron que las
tierras de la gentilidad estaban sazonadas para recibir la siembra de la buena
nueva, y de ahí su propósito de emprender la evangelización del mundo pagano
para dar testimonio de Cristo hasta los confines de la tierra. La decisión de
los dos apóstoles fue trascendental y revolucionaria. Hasta entonces la Iglesia
se nutría preferentemente de judíos conversos y por alguno que otro prosélito
procedente del paganismo, en adelante, las fuentes de salud se irán cerrando a
los judíos a causa de su dura cerviz y fecundarán el corazón humilde de los que
durante siglos anduvieron por las sendas del error. Al llamamiento interno que
sintieron los dos apóstoles siguió el testimonio público y solemne del Espíritu
Santo al declarar en un acto litúrgico en honor del Señor por boca de los
profetas de la comunidad: "Segregadme a Bernabé y a Pablo para la obra a
que los llamo" (Act. 13,3). Entonces los profetas y doctores de la
comunidad, después de orar y ayunar, les impusieron las manos para conferirles
la misión de predicar a los gentiles, invocando sobre ellos la bendición del
Señor a fin de que cumplieran dignamente su cometido. Con esta ceremonia
solemne salía la Iglesia de su aislamiento y se lanzaba, por decisión de
Bernabé y Pablo, a la conquista del mundo pagano.
Chipre
fue el primer campo de apostolado de Bernabé y Pablo. La isla era famosa en la
antigüedad por la feracidad de su suelo, sobre todo el de la amplia llanura que
corre de un extremo a otro del territorio regado por las aguas del Pediacus y
flanqueado a los dos lados por dos montañas que se extienden en dirección
Este-Oeste, Producía Chipre vino, aceite y trigo en abundancia; las lomas de
sus montañas estaban recubiertas por frondosos bosques y en sus entrañas se
albergaban minas de cobre. Desde los tiempos de los macabeos (1 Mac. 15,23)
existía en Chipre una colonia judía que se incrementó extraordinariamente con la
adjudicación por Augusto de las mencionadas minas a Herodes el Grande. Aunque
expatriados, los judíos de Chipre se mantuvieron fieles a sus creencias
religiosas, tratando de ganar prosélitos para su causa. En los grandes núcleos
urbanos disponían de sinagogas adonde acudían los sábados para oír la lectura
de la Ley y de los profetas. Bernabé, de ascendencia judía, y su compañero
Pablo frecuentaban estas reuniones, aprovechando la coyuntura para predicar la
palabra de Dios a los judíos y a los prosélitos procedentes del paganismo. En
este apostolado se vieron asistidos por Juan Marcos, primo de Bernabé, y por
algunos cristianos residentes en la isla (Act. 11,20). En su obra de apostolado
los dos apóstoles atravesaron la isla y llegaron a Pafos.
Aunque
Chipre fuera pagana en su inmensa mayoría y sus habitantes se entregaran al
culto licencioso de Afrodita, había, sin embargo, almas selectas que sentían
necesidad de una religión más perfecta. Entre éstas cabe mencionar al procónsul
de la isla, Sergio Paulo. Tan pronto como tuvo noticia de la presencia de los
dos nuevos apóstoles mandó llamarlos, deseoso de oír de sus labios la palabra
de Dios. Vencida la oposición de un sabio llamado Elimas, el mago, por la
enérgica actitud de Saulo, y en vista de la ceguera con que fue castigado por
Dios, el procónsul Sergio creyó en el mensaje cristiano.
Bernabé y
Pablo —nombre que adoptó Saulo en honor del procónsul Sergio Pablo— embarcaron
en Pafos, rumbo a Perge de Panfilia. Ante las dificultades de la empresa Juan,
que les había acompañado, se separó de ellos volviéndose a Jerusalén. De Perge
marcharon a Antioquía de Pisidia, en donde los judíos tenían una sinagoga. A la
invitación que se les hizo de decir una palabra de exhortación al pueblo
improvisó Pablo un discurso por cuyo efecto "muchos de los judíos y
prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y a Bernabé, que les hablaban
para persuadirlos que permaneciesen en la gracia de Dios" (Act. 13,43). Al
sábado siguiente acudió gran concurso de pueblo; pero, envidiosos los judíos de
aquel éxito, contradijeron a Pablo y a Bernabé, los cuales valientemente
contestaron: “A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, mas
puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos
a los gentiles" (Act. 13,46). Estos se sintieron muy halagados al oír
tales palabras, y se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo
cuantos estaban ordenados a la vida eterna (Act. 13,48). Un tumulto promovido
por los judíos obligó a Bernabé y Pablo a marcharse a Iconio, "mientras
los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo" (Act.
13,52). También de esta ciudad escaparon a uña de caballo a causa de un tumulto
de gentiles y judíos con sus jefes, que pretendían ultrajar y apedrear a los
dos apóstoles. Pero también en Iconio "creyó una numerosa multitud de
judíos y griegos”, confirmándose en la fe por las señales y prodigios que
obraba Dios por sus manos.
El celo
por la gloria de Dios les llevó a Listra, ciudad donde existía una reducida colonia
judía carente de sinagoga y célebre por la colonia de soldados establecida allí
por Augusto en el año 6 antes de Cristo. Un milagro obrado en la persona de un
paralítico de nacimiento puso en efervescencia a toda aquella población, que
clamaba en dialecto licaónico: "Dioses en forma humana han descendido a
nosotros", y llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes, porque éste era el
que llevaba la palabra" (Act. 14,12). Los mismos sacerdotes de los ritos
paganos se contagiaron de aquel entusiasmo hasta el punto de que “el sacerdote
del templo de Zeus trajo toros enguirnaldados y, acompañado de la muchedumbre,
quería ofrecerles en sacrificio" (Act. 14,11-13), homenaje que los dos
apóstoles rechazaron enérgicamente, haciendo ver a aquellos infelices que eran
hombres iguales a ellos, que habían ido a sus ciudades para convertirlos de las
vanidades terrenas al Dios vivo y verdadero. Tampoco en Listra se vieron libres
los dos apóstoles de la persecución de los judíos, que soliviantaron a las
muchedumbres que antes les habían conceptuado como dioses, apedreando a Pablo y
arrastrándole fuera de la ciudad, donde le dejaron por muerto. A pesar de estas
contrariedades Bernabé y Pablo volvieron a visitar las comunidades de las
ciudades que habían evangelizado, "confirmando las almas de los discípulos
y exhortándoles a permanecer en la fe, diciéndoles que por muchas tribulaciones
nos es preciso entrar en el reino de Dios" (Act. 14,22).
De
regreso a Antioquía de Siria encontraron a aquella comunidad envuelta en una
grave discusión provocada por los cristianos judaizantes de Jerusalén, que
proclamaban la necesidad de la circuncisión para ingresar en el seno del
cristianismo. Bernabé se opuso rotundamente a tales pretensiones y, junto con
su compañero de fatigas y de ideales, Pablo, se incorporó a la embajada que
marchó a Jerusalén para conocer la mente de los apóstoles en esta cuestión. La
influencia de Bernabé en el debate fue decisiva, tanto por su predicamento como
por la narración que hizo de las señales y prodigios que había hecho Dios entre
los gentiles por medio de ellos (Act, 15,12). La contienda promovida por los
judaizantes fue resuelta a favor de Bernabé y Pablo. Vuelto Bernabé a
Antioquía, permaneció allí algún tiempo confirmando a los hermanos en la fe.
Cuando se
planeó el segundo viaje de evangelización de los gentiles determinó Bernabé
acompañar a Pablo, pero quería al mismo tiempo llevarse consigo a su pariente
Juan Marcos, que se había separado de ellos en Panfilia. San Pablo se negó a
admitir en su compañía al que no tuvo valor para sobrellevar las incomodidades
anexas al apostolado entre infieles. Acaso por haberse enfriado las relaciones
amistosas entre San Pablo y Bernabé a consecuencia de haberse dejado arrastrar
este último por el ejemplo de San Pedro en lo que se refería a comer con los
gentiles (Gal. 2,13), o por simples razones de parentesco, Bernabé renunció a
aquel viaje, quedándose con su primo hermano Juan Marcos (Col. 4,10). Mientras
Pablo y Silas marcharon rumbo al Asia Menor con ánimo de visitar allí a los
hermanos que habían sido evangelizados en el primer viaje, Bernabé y Marcos se
embarcaron en dirección a Chipre, en donde, desde este momento, se pierde la
memoria histórica de Bernabé. Según 1 Cor. 9,6, trabajó Bernabé con Pablo en la
evangelización de Corinto.
La
epístola seudo Clementina se ocupa del apostolado de Bernabé en Alejandría,
Roma y Milán, y de su martirio en Chipre. Las tradiciones conservadas en esta
isla tienen una base histórica más sólida, aunque no pueden aceptarse en todos
sus pormenores. En las Actas y martirio de San Bernabé, apóstol, que escribió
cierto chipriota llamado Alejandro, se dice que Bernabé murió en Salamina,
lapidado por los judíos. Cuenta asimismo dicho autor que el Santo se apareció
al obispo de Salamina para indicarle el lugar de su tumba. Abierto el sepulcro,
se encontró su cadáver, sobre cuyo pecho descansaba un ejemplar del Evangelio
de San Mateo, que Bernabé, siempre según el mencionado autor, había escrito con
su propia mano. Sucedía esto en el año 488, en tiempos del emperador Zenón. El
obispo aprovechó el hallazgo para defender los derechos de la Iglesia de Chipre
contra los proyectos de anexionarla al patriarcado de Antioquía. El Evangelio
de San Mateo que se halló en la tumba fue enviado por el obispo Antemas al
emperador Zenón, quien mandó que se conservara en su palacio y se construyera
una espléndida basílica en su honor.
San
Bernabé fue considerado por muchos Santos Padres como verdadero apóstol de
Cristo, con todos los privilegios inherentes a dicho cargo. Por este motivo se
le atribuyó una epístola, que muchos Santos Padres consideraron como canónica,
en la cual se contiene una apología contra los judíos. En el códice sinaítico
dicha epístola figura a continuación de los libros canónicos del Nuevo Testamento,
lo que induce a pensar que la iglesia de Alejandría la consideraba como
inspirada. También se le atribuye un evangelio en el catálogo gelasiano de
libros sagrados —que nada tiene que ver con el Evangelio de San Mateo hallado
en su sepulcro—, lo que debe rechazarse por tratarse de un evangelio herético y
de sabor gnóstico.
La
Iglesia latina y la griega celebran la fiesta de San Bernabé el 11 de junio. La
Iglesia católica lo ha tenido siempre en gran estima y veneración, como lo
atestigua el hecho de que su nombre figure desde muy antiguo en el canon de la
misa. En la liturgia ocupa Bernabé un rango casi igual al de los apóstoles y su
oficio litúrgico es sacado del común de los mismos apóstoles.
En su
breve paso por el mundo dejó San Bernabé constancia de su recia personalidad.
Espíritu abierto a la verdad, abrazó prontamente la doctrina de Cristo y se
alistó en el número de sus discípulos. Deseoso de entregarse al servicio del
Señor, vende todos sus bienes y se consagra de lleno a la evangelización del
mundo pagano. Con su ejemplo nos enseña a que busquemos en primer lugar el
reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos entregará por añadidura.
(Fuente: mercabá.org)