"El
Señor dijo a los discípulos: Id y sed los maestros de todas las naciones;
bautizadlas en el nombre del Padre v del Hijo y del Espíritu Santo. Con este
mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios. Dios había
prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su
Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto
descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del
hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar
sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios,
realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua
condición a la nueva, creada en Cristo.
Y Lucas nos
narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre
los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres
entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a
una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas al reducir el Espíritu
a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las
naciones.
Por esto el
Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de Dios.
Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa
compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que
somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin
esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no
recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido,
nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad
destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.
El Espíritu
de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia,
Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y
el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Abogado sobre toda la
tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado
Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos
fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quién nos acusa,
tengamos también un Abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el
cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual
se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios
para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del
Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado,
retornándolo al Señor con intereses."
Del Tratado
de San Ireneo, obispo, Contra las herejías (Libro 3, 17,1-3; SC 34, 302-306)
(Fuente: Conocereis de verdad.org)