martes, 4 de mayo de 2010

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE

AÑO SACERDOTAL VIII

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SUMO Y ETERNO SACERDOTE

El sacerdocio de Cristo

El Nuevo Testamento, específicamente la Carta a los Hebreo, afirma que sólo Jesucristo es el sumo sacerdote en un sentido diverso al sacerdocio del Antiguo Testamento: Él ha cumplido plenamente la antigua Alianza, pues su culto es auténtico al consistir en la oblación de su persona. Esa entrega oblativa, santifica a la Iglesia (Jn 17, 19s), que por esa consagración ofrece al Padre en el Espíritu el sacrificio espiritual (1Ped. 2, 5-9; Ap 1, 6; 5, 10; 20,6). Cristo Jesús, siervo obediente, que por su misterio pascual ha entrado en el cielo lo ha hecho como sumo sacerdote para siempre, no a la manera del sacerdote levítico de Aarón, sino de Melquisedec (Heb 4, 14; 5, 10; 6, 20). A partir de la Encarnación en María, el sacerdocio antiguo con su complejo sistema de sacrificios y holocaustos ha pasado. Al asumir el Verbo un cuerpo se ha convertido en sacerdote y víctima de manera perfecta (cf. Sal 39), lo que le constituye en Mediador de la Nueva Alianza (1Tim 2,5; Heb 8,6; 9,1-28) realizando la comunión entre Dios y los hombres (Jn 14, 6).
Toda esta teología bíblica se ha concentrado pedagógica y magistralmente en esta fiesta que celebra el contenido de la obra sacerdotal de Cristo, su Misterio Pascual en favor de los hombres, realizado una vez para siempre.
(Manuel González López – Coros. Año Litúrgico. San Pablo. Mayo)

Un poco de historia

La Sagrada Congregación de Ritos, de acuerdo con el mandato del papa Pío XI en la encíclica Ad catholici sacerdotii, (1935), presenta a la Iglesia un formulario de la misa votiva de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Dos años más tarde, la Santa Sede concede una serie de indulgencias a quienes participen en esta celebración orando y ofreciéndose a Dios a favor de los sacerdotes y los seminaristas, para que sean santificados y formados según el corazón de Cristo sacerdote.
Sin embargo la iniciativa para la institución de la fiesta surge, en 1950, en el seno de la naciente congregación monástica Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote. Esta congregación fue fundada en España por monseñor José María García Lahiguera y Madre María del Carmen Hidalgo de Caviedes.
Lo que se pretendía con la creación de esta fiesta era dirigir la mirada al Sacerdote primero y único, Jesucristo, para redescubrir en él el rostro verdadero de sacerdocio cristiano, ministerial y bautismal.
La Santa Sede (1952) les concede festejar la fiesta de Cristo Sacerdote como “fiesta patronal”.
Al ser aprobados los textos definitivos de la Misa y la Liturgia de las Horas (21/XII/ 1971) la “Sagrada congregación para el Culto Divino” indica que ellos pasarían a ser los textos oficiales también para las naciones que lo soliciten.
Esto significa que esta fiesta puede incorporarse al Calendario propio de una Iglesia particular si así lo solicita la Conferencia Episcopal. Muchas lo han hecho. Entre otras Chile y Perú. No así nuestra Iglesia argentina. (Si no he leído mal, poco tiempo atrás, algunos obispos han pedido a la CEA que se dé ese paso).
La fiesta se celebra el jueves siguiente a Pentecostés. En consecuencia se puede celebrar la Misa votiva conforme a la IGMR nº 355c.
Las lecturas se encuentran en el Leccionario IV. Son estas.
-- Is 52,13-15; 53,12 o bien Heb 10, 12-23
-- Sal 39,6 ab. 10. 11ab.
-- Ev. Lc 22, 14-20

REFLEXION
* Sabemos que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5) y que Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable (…) vive eternamente para interceder por nosotros (…) es el Sumo Sacerdote que necesitábamos (Heb. 7, 24-26).
“Con toda razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7).
* Sabemos también que el sacerdote es alter Christus (Pío XI, Ad catholici sacerdotii), ya que por el sacramento del orden se configuran los presbíteros con Cristo sacerdote (PO 12)
* Sabemos que por los sacramentos del Bautismo y la Confirmación los fieles son consagrados para ser… un sacerdocio santo, y que el sacerdocio común de los fieles, a su manera, participa del único sacerdocio de Cristo (LG 10)
Y cómo no recordar que Cristo sumo sacerdote y único mediador ha hecho de la Iglesia un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre (1 Pe. 2, 5-9; Ap 1, 6; 5, 10; 20, 6)
Sobran razones para celebrar a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, sobre todo, en este Año Sacerdotal. Ciertamente no debiera dejar de celebrarse en los seminarios y Casas de formación. No parece exagerado sugerir que esta celebración sea asumida a nivel diocesano.
La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, podrá ser para todos, una fuente inagotable de vida cristiana, en cuanto pueblo sacerdotal y una savia pujante y incesantemente renovadora del ser y de la vida de quienes hemos recibido la gracia especial que nos capacita para el ejercicio de los ministerios sagrados.
Monseñor García Lahiguera

MATERIALES
1.- Sugerencias
- Resaltar la celebración: Flores, iluminación, ornamentos, vasos sagrados…
- Guía / Guión
- Ministerio del canto (cantos apropiados)
- Distribuir la Oración pidiendo por los sacerdotes
- Homilía: Es una celebración para predicar no con el “cerebro” sino con el “corazón” No hay fuerza mayor a una ardiente convicción que testifica.

2.- Guión
Guión para la Santa Misa

1) Orientación de la celebración
¡Seguimos de fiesta! Hoy celebramos a Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote. Él se ofreció en la cruz por nosotros y así se convirtió en Sumo Sacerdote, “misericordioso y fiel” en favor nuestro para siempre. Él se compadece de nuestras debilidades y vive junto al Padre para interceder por nosotros.
El único sacerdocio de Cristo se hace presente en el sacerdocio ministerial. En el servicio del sacerdote es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia.
Nos ponemos de pie, y con alegría recibimos al padre NN que, en nombre de Cristo Sacerdote, presidirá nuestra celebración, Cantamos…

2) Acto penitencial
- Tú eres el único Mediador entre Dios y los hombres.
- Señor, ten piedad.
- Tú fuiste sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
- Cristo, ten piedad.
- Tú eres el mismo ayer, hoy y lo serás siempre.
- Señor, ten piedad

3) Liturgia de la Palabra (1)
- 1ª lectura: Is. 52, 13-15. 53,12
Es fácil, hermanos, advertir que este pasaje del profeta Isaías prefigura la pasión de Jesús a favor de toda la humanidad

- Salmo: 39, 6ab. 10. 11ab
Frente a las maravillas obradas por Dios, el salmo alaba y da gracias al Señor. Lo haremos también nosotros, aclamando: ¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!

( - 2ª lectura: Heb 10,12-23
La Carta a los Hebreos muestra la eficacia del Sacrificio de Cristo a favor nuestro).

- Evangelio: Lc. 22, 14-20
Junto a la Eucaristía, Jesús instituyó el sacerdocio de la Nueva Alianza al ordenar: “Hagan esto en memoria mía”

(1) La Misa votiva tiene una sola lectura. Se puede optar entre las dos que sí se leen en la Fiesta

4) Oración de los fieles:
A cada intención pedimos: Renueva la alegría de su vocación.

1- Por los sacerdotes que representan y actúan en nombre de Cristo. Oremos.
2.- Por los sacerdotes afligidos, turbados, desalentados, en crisis…
3.- Por los sacerdotes vivos y difuntos, a quienes les debemos especial gratitud.
4.- Por quienes se están preparando para servir como pastores.
5.- Por el Pueblo de Dios, reino sacerdotal, que participa del único sacerdocio de Cristo.
6.- Por el padre NN (los padres) a quienes el Señor encomendó presidir nuestra comunidad.

5) Presentación de los dones
Cristo es nuestra gran ofrenda al Padre. Con él, por él y en él, ofrezcamos nuestra vida como “víctima viva, santa y agradable a Dios”.

6) Prefacio
Junto al “celebrante” demos gracias al Señor porque Cristo se entregó primero a sí mismo como víctima de salvación.



7) Comunión
El Cuerpo inmolado y la Sangre derramada de Cristo nos fortalecen y purifica. Con alegría vamos a recibir el Pan de Vida. Cantamos.

8) Después de la Oración poscomunión
Rezamos la Oración pidiendo por los sacerdotes.

9) Canto final
Queridos amigos:
Hemos glorificado a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, con alegría nos retiramos cantando.

3.- Pistas para la homilía

El tema sacerdocio abarca tres realidades:
- El sacerdocio de Cristo.
- El sacerdocio ministerial.
- El sacerdocio común de los fieles.

Este desarrollo puede consultarse en X. Léon- Dufourt “Vocabulario de Teología Bíblica”. Herder. Artículos Sacerdocio/ Sacrificio. Algo similar se aborda en la homilía que reproducimos más adelante.
En el marco de nuestra homilía (siempre limitada por el tiempo) sugiero ser más modesto. A ello apunta estas pistas.
1.- Liturgia de las Horas: Oficio de Lectura.
- Primera lectura: Jesucristo, Sumo Sacerdote.
- Segunda lectura Cristo, Sacerdote y Víctima.
2.- Prefacios:
- De la Santísima Eucaristía I: Prevalece la idea de “Jesucristo, verdadero y único sacerdote que se entregó primero a sí mismo como víctima de salvación”
- De la Misa Crismal: Centra su mensaje en los “sacerdotes que renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención humana”.

4.- Oración pidiendo por los Sacerdotes:

Jesús, Buen Pastor, que has querido guiar a tu pueblo mediante el ministerio de los sacerdotes:
¡gracias por éste regalo para tu Iglesia y para el mundo!.
Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros: cuídalos y concédeles el ser fieles. Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo, siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos.
Te rogamos por quienes se están preparando para servir como pastores: que sean disponibles y generosos para dejarse moldear según tu Corazón.
Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas: que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte, que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora, que te descubran como el verdadero Tesoro y estén dispuestos a dar la vida “hasta el extremo”.
Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre de Luján, y san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, en este Año Sacerdotal. Amén.

5.- ALABANZAS
A JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE
(De acuerdo a la Carta a los Hebreos)
Himno (Laudes)
Eres tu nuestro pontífice,
oh Siervo glorificado,
ungido por el Espíritu,
de entre los hombres llamado.

Eres tú nuestro pontífice,
el que tendiste la mano
a la mujer rechazada
y al ciego desamparado.

Eres tú nuestro pontífice;
el culto de los cristianos,
tu palabra que acontece
y el cuerpo santificado.

Eres tú nuestro pontífice;
morías en cruz clavado.
y abrías la senda nueva
detrás del velo rasgado.

Eres tú nuestro pontífice,
hoy junto al Padre, sentado;
hoy por la Iglesia intercedes,
nacida de tu costado.

Eres tú, nuestro pontífice;
¡Cristo, te glorificamos!
¡Que tu santo rostro encuentre
dignos de ti nuestros cantos! Amén

A cada intención aclamamos: ¡Gloria a ti, Señor Jesús

-- A ti, Jesús, perfeccionado por medio del sufrimiento para conducirnos a la salvación (2, 10).

-- A ti, Cristo, Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios (2, 17).

-- A ti, Jesús, que experimentaste la muerte a favor de todos (2, 9)

-- A ti, Cristo, Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos (3, 1)

-- A ti, Jesús, fiel como Hijo y como jefe de la casa de Dios (3, 6).

-- A ti, Cristo, Hijo de Dios, sumo Sacerdote insigne (4, 14)

-- A ti, Jesús, que fuiste sometido a las mismas pruebas que nosotros a excepción del pecado (4, 14)

-- A ti, Cristo, Sumo sacerdote que te compadeces de nuestras debilidades (4, 15)

-- A ti, Jesús, causa de salvación eterna para todos los que obedecen (5, 9)

-- A ti, Cristo, que aprendiste por medio del sufrimiento qué significa obedecer (5, 8)

-- A ti, Jesús, proclamado por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Mequisedec. (5, 10)

-- A ti, Cristo, precursor en nuestro ascenso a la gloria, convertido en Sumo Sacerdote para siempre ( 6, 20)

-- A ti, Jesús, que posees un sacerdocio inmutable porque permaneces para siempre (7, 24)

-- A ti, Cristo, que vives eternamente para interceder por nosotros (7, 25)

-- A ti, Jesús, Sumo Sacerdote santo, inocente, sin mancha. (7, 26).

-- A ti, Cristo, que de una vez para siempre te ofreciste a ti mismo por nosotros. (7, 27)

-- A ti, Jesús, Sumo Sacerdote, tan grande que estás sentado a la derecha del trono de la Majestad del Cielo (8, 1)

-- A ti, Cristo, Sumo Sacerdote de los bienes futuros (9, 11)

-- A ti, Jesús, que, por tu propia sangre, nos obtuviste una redención eterna (9, 12)

-- A ti, Cristo, cuya sangre, purifica nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte (9, 14)

-- A ti, Jesús, mediador de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres. (9; 15)

-- A ti, Cristo, que te presentaste delante de Dios a favor nuestro (9, 24)

-- A ti, Jesús, que te manifestaste para abolir el pecado por medio del Sacrificio (9, 26)

-- A ti Cristo, que al entrar en el mundo dijiste: “Aquí estoy, yo vengo para hacer, Dios, tu voluntad (10, 7)

-- A ti, Jesús, que nos santificas por la oblación de tu cuerpo hecha de una vez para siempre (10, 10)

-- A ti, Cristo, que mediante una sola oblación has perfeccionado para siempre a los que santificas. (10,14)

-- A ti, Jesucristo, que eres el mismo ayer, hoy, y lo serás siempre (13, 8).

Que el Dios de la paz – el mismo que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, por la sangre de una Alianza eterna- nos capacite para cumplir su voluntad, practicando toda clase de bien. Que él haga en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (13, 20 -21)

6.- Homilía
(Francisco Fernández Carvajal, “Hablar con Dios”. Meditaciones para cada día del año. Vol. 6).

JESUCRISTO
SUMO Y ETERNO SACERDOTE

-- Jesucristo supremo Sacerdote para siempre.
-- Alma sacerdotal de todos los cristianos. La dignidad
del sacerdote.
-- El sacerdote, instrumento de unidad.

I.- El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
La Epístola a los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre escogido entre los hombres, y está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues éste es el principal acto de culto en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.
En el Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos, mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre el altar. Eran símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario. Allí, constituidos Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo sacerdote, Víctima gratísima y altar. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la ofrenda y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse. Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor. A la vez, fue una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo por sus hermanos los hombres fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y ahora continúa en el Cielo siempre vivo pata interceder por nosotros.” Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofrecer al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano. Igualmente, Él es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a sí mismo en vez del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del apóstol: tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la Suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados (…)”. Éste es hoy nuestro propósito.
II.- De la misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia, “y su cumplimiento se encomienda a todos los miembros del Pueblo de Dios que, por los sacramentos de iniciación, se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo para ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y dar testimonio de Jesucristo ante los hombres”. Todos los fieles laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente diferente, y no sólo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia sacando adelante sus tareas del hogar, el militar dando ejemplo de amor a la patria a través principalmente de las virtudes castrenses, el empresario haciendo progresar la empresa y viviendo la justicia social… Todos, reparando por los pecados que cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus trabajos diarios.
Los sacerdotes – Obispos y presbíteros – han sido llamados expresamente por Dios, “no para estar
separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos”. El sacerdote ha sido entresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el camino del Cielo…, y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in persona Christi, haciendo las veces de Cristo. No hay dignidad comparable a la del sacerdote. “Sólo la divina maternidad de María supera este divino ministerio”.
El sacerdocio es un don inmenso que Jesucristo ha dado a su Iglesia. El sacerdote es “instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado. Si se comprende esto, si se ha meditado en el activo silencio de la oración, ¿cómo considerar el sacerdocio una renuncia?. Es una ganancia que no es posible calcular. Nuestra Madre Santa María, la más santa de las criaturas – más que Ella sólo Dios – trajo una vez al mundo a Jesús; los sacerdotes lo traen a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos, para ser, ya desde ahora, prenda de la vida futura”.
Hoy es un día para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al sacerdocio que cada día diriges a los hombres!. Y hacemos el propósito de tratarlos con más amor, con más reverencia, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.
III.-San Juan Crisóstomo, bien consciente de la dignidad y de la responsabilidad de los sacerdotes, se resistió al principio a ser ordenado, y se justificaba con estas palabras: “Si el capitán de un gran navío, lleno de remeros y cargado de preciosas mercancías, me hiciera sentar junto al timón y me mandara atravesar el mar Egeo o el Tirreno, yo me resistiría a la primera indicación. Y si alguien me preguntara por qué, respondería inmediatamente: porque no quiero echar a pique el navío”. Pero, como comprendió bien el Santo, Cristo está siempre muy cerca del sacerdote, cerca de la nave. Además, Él ha querido que los sacerdotes se vean amparados continuamente por el aprecio y la oración de todos los fieles de la Iglesia; “Ámenlos con filial cariño, como a sus pastores y padres – insiste el Concilio Vaticano II -; participando de sus solicitudes, ayuden en lo posible, por la oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que éstos puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más fructuosamente sus deberes”; para que sean siempre ejemplares y basen su eficacia en la oración, para que visiten a los enfermos y cuiden con empeño de la catequesis, para que conserven siempre esa alegría que nace de la entrega y que tanto ayuda incluso a los más alejados del Señor…
Hoy es un día en el que podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos a todos y desprendidos de sí mismos, “pues el sacerdote no se pertenece a sí mismo, como no pertenece a sus parientes y amigos, ni siquiera a una determinada patria: la caridad universal es lo que ha de inspirar los mismos pensamientos, voluntad, sentimientos, no son suyos, sino de Cristo, su vida”.
El sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es Ut omnes umum sint , que todos sean uno. Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad, y esta exhortación de San Pablo “se refiere, sobre todo, a los que han sido investidos del Orden sagrado para continuar la misión de Cristo”. Es el sacerdote el que principalmente debe velar por la concordia entre los hermanos, el que vigila para que la unidad en la fe sea más fuerte que los antagonismos provocados por diferencias de ideas en cosas accidentales y terrenas. Al sacerdote corresponde, con su ejemplo y su palabra, mantener entre sus hermanos la conciencia de que ninguna cosa humana es tan importante como para destruir la maravillosa realidad del cor umum et anima una que vivieron los primeros cristianos y que hemos de vivir nosotros. Esta misión de unidad la podrá lograr con más facilidad si está abierto a todos, si es apreciado por sus hermanos. “Pide para los sacerdotes, los de ahora y los que vendrán, que amen de verdad, cada día más y sin discriminaciones, a sus hermanos los hombres, y que sepan hacerse querer de ellos”.
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con estas palabras: “Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo, agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1,49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento despierte también nuestro celo (…)!.
“Demos gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes. ¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho?. La copa de salvación levantaré e invocaré el nombre del Señor (Sal 115,12-13)”.

7.- Para profundizar EL ÚNICO SACERDOTE
Hebreos 5,5-10
(Philippe Gruson. JESUS. Trece textos del Nuevo Testamento. Cuad. Bíblico 50. Verbo Divino)

“Lo mismo sucedió con Cristo: cuando fue hecho sumo sacerdote, no se buscó él mismo esta gloria, sino que la recibió de Dios que le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”; o como se lee en otro salmo: “tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec”.
Durante los días de su vida mortal, presentó, con un gran grito y con lágrimas, sus plegarias y súplicas a Dios que podía salvarle de la muerte; y porque se hizo sumiso en todo, fue escuchado. Sin embargo, a pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer por los sufrimientos de su pasión; y conducido así a su perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Pues Dios lo proclamó sumo sacerdote según el orden de Melquisedec”.
La carta a los Hebreos es muy original; presenta un lenguaje sobre Cristo y una visión de la historia de la salvación que no se parecen a ninguna otra teología del Nuevo Testamento. El texto, elegido entre otros posibles de esta carta, destaca la figura de Cristo sumo sacerdote, un tema que no figura en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. El autor anónimo de esta predicación escrita es un gran teólogo y un maestro en la interpretación cristiana de las Escrituras.
Después de un majestuoso prólogo en donde Jesús, el Hijo superior a los ángeles, es proclamado sacerdote, profeta y rey, los primeros capítulos lo presentan como el hermano de los hombres (c. 2) y como el mediador entre Dios y su pueblo, superior a Moisés y a Josué (c. 3,4). Desde 2,17-18, el autor anuncia lo esencial de su mensaje: “Por eso (Jesús) tenía que hacerse semejante en todo a sus hermanos, para convertirse en un sumo sacerdote misericordioso y al mismo tiempo acreditado ante Dios, para borrar los pecados del pueblo. Pues, por haber sufrido él mismo la prueba, está en disposición de socorrer a los que son probados”.

EL TEXTO
La simple lectura permite ver en nuestro texto una comparación entre “todo sumo sacerdote” (1,4) y Cristo (5-10). Detallemos los elementos de esta comparación:
- la finalidad: el sumo sacerdote es mediador de la salvación para los hombres (1a y 9-10).
- el medio: la ofrenda de sacrificios (1b-3 y 7-8).
- la condición: ser llamado por Dios para esta función (4 y 5-6).
El paralelismo es claro, especialmente en el tercer miembro, que aparece en el centro de una composición concéntrica. Pero al mismo tiempo este paralelismo hace destacar diferencias importantes:
- Cristo no es sacerdote según Aarón, sino según el orden de Melquisedec: por tanto, no tiene que ver con el sacerdocio judío.
- Las dos únicas palabras de Dios se dirigen a Cristo y proclaman sus títulos: “hijo” de Dios y “sacerdote eterno”.
- Cristo no ofrece dones y sacrificios, ofrendas vegetales y animales, sino oraciones y súplicas; por tanto, este culto no guarda relación con los ritos levíticos del templo de Jerusalén. Hay ciertamente una inmolación, pero es la suya (v. 7).
- Todo sumo sacerdote tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, así como por los del pueblo, mientras que el sacrificio de Cristo es “sumisión” y “obediencia”.
En resumen, el paralelismo no está más que en la forma del texto y permite justificar el título de sumo sacerdote que se da a Cristo, pero las diferencias subrayan más aún la superioridad radical del sacerdocio de Cristo sobre el de los descendientes de Aarón.
Notemos además, en la descripción de Cristo, la importancia de los dos títulos: “hijo” (v. 5 y8) y “sumo sacerdote” (v. 5 y 10) o “sacerdote” (v. 6). La última fórmula “según el orden de Melquisedec” viene por otra parte a recoger, en inclusión, la segunda palabra divina para anunciar la gran exposición de los c. 7-10 sobre el sacerdocio de Cristo. Entretanto, la exhortación que sigue a nuestro texto (5, 11-6,20) interrumpe la exposición para dirigirse expresamente a los lectores e implicarles en esta reflexión sobre Cristo.

EL SACRIFICIO DE JESÚS
Adentrémonos más aún en el corazón del texto, los v. 7-8 que evocan el sacrificio ofrecido por Jesús. Su lenguaje nos desconcierta, ya que no contiene ninguna de las expresiones habituales del Nuevo Testamento para designar la cruz, el derramamiento de sangre, la muerte y la resurrección. A diferencia de los relatos de los evangelios es más bien desde dentro, desde el punto de vista de Jesús, desde donde se evocan los acontecimientos.
“Las plegarias y súplicas a aquel que podía salvarle de la muerte” son exactamente las de la agonía en Getsemaní. El vocabulario no es el de los evangelios, si exceptuamos el “gran grito” de Cristo en la cruz: la petición de ayuda del Sal 22 (Mc 15,34) y luego el otro grito que acompañó a su muerte (Mc 15,37). Pero la plegaria de Jesús la recogen los sinópticos como una súplica para que la muerte, la hora o el cáliz, se la evite el Padre que todo lo puede (Mc 14,35-36). El texto correlativo de Juan contiene también el verbo salvar: “Padre, sálvame de esta hora” (Jn 12,27), Dios puede salvar de la muerte y Jesús le suplica que así lo haga con él, ya que él no puede hacerlo por sí mismo. Tenemos aquí una expresión fuerte de la humanidad auténtica de Jesús, cuya vida, como la de cualquier hombre, depende sólo del Padre. Éste es el sentido de “los días de su carne”, donde la carne designa la fragilidad de la condición humana hasta la muerte.
Como en otros textos bíblicos, el título de Hijo de Dios, en sus diversos sentidos posibles, se piensa que garantiza una protección y una inmunidad absoluta contra el sufrimiento y la muerte. Así razonaban los impíos ante el justo. “Si el justo es hijo de Dios, entonces Dios vendrá en su ayuda” (Sab 2,18), y Mateo pone estas mismas palabras en boca de los adversarios de Jesús en el calvario (Mt 27,42-43). Esta misma es la confianza de los creyentes tal como se expresa en los salmos de súplica (Sal 22,10-12, Is 63,15-16). Los justos y los pecadores están de acuerdo en este punto: Dios no puede abandonar a su hijo, a su fiel. “Si eres Hijo de Dios ordena que estas piedras se conviertan en pan… Échate abajo desde el alero del templo…” (Mt 4,3-5). Pero la experiencia está ahí, imposible de refutar: Dios podría salvar, pero no siempre salva. ¿Por qué le deja a Satanás que haga daño a Job?. ¿Por qué deja a su Hijo morir en la cruz?. Nuestro autor evita estas cuestiones sin respuesta y adopta otro punto de vista: “A pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer por los sufrimientos”. Después de la evocación de las súplicas de Getsemaní, las palabras “fue escuchado” resultan chocantes. ¿En qué fue escuchado?. ¿Acaso no acabó su vida en la cruz y en el sepulcro?. Este lenguaje para hablar de la resurrección es muy atrevido. La pascua es la gran respuesta del Padre a la obediencia y al grito de su Hijo. Dios intervino, no ya concediendo un plazo de vida suplementaria, como en el caso del rey Exequias (2 Re 20) o en el de Lázaro, sino de forma total y definitiva: “La muerte ya no tiene dominio sobre él (Jesús)” (Rom 6,9). Pues bien, fue escuchado precisamente por su “sumisión”: en este caso, nuestro autor se expresa como el himno de los Filipenses:“Haciéndose obediente hasta la muerte por eso Dios lo elevó soberanamente” (Fp 2,8-9).
Tal es el sacrificio de Cristo: “presentó sus plegarias y súplicas… fue escuchado porque se hizo sumiso en todo”. El autor emplea el verbo “presentar” que tiene un sentido sacrificial. Y cuando invita a los cristianos a “presentar un sacrificio de alabanza”, explica que se trata del “fruto de unos labios que confiesan su nombre” (13,15 citando a Os 14,3). La súplica y la alabanza pueden expresar la actitud profunda y el compromiso del creyente con su Dios, de la misma manera como Jesús “presentó en ofrenda” las palabras de su plegaria filial, frente a la muerte.

UN SACERDOCIO NUEVO
El genio de nuestro autor inspirado consiste en haber expresado el misterio de Cristo en términos de sacerdocio, de mediación. En el Antiguo Testamento, la mediación de los sacerdotes y de toda la tribu de Leví consistía en transmitir a los hombres la palabra de Dios y en presentar a Dios los sacrificios de los hombres. El sumo sacerdote es aquel que el Señor ha elegido y admite en su presencia (cf Nm 19,1-7). Al mismo tiempo, tiene que ser tomado del pueblo y seguir siendo solidario de él, para poder representarlo.
En Jesús se cumple esta doble condición, pero de otra manera muy distinta. No pertenece a la tribu de Leví, como Juan Bautista, sino a la de Judá, ya que es hijo de David (7,14). Si es aceptado, es porque Dios lo ha proclamado “sacerdote” o “hijo”. ¿A quién otro podía Dios decirle: “Siéntate a mi derecha”, más que a aquel que él mismo resucitó y entronizó como mesías y señor, según los salmos 2 y 110, citados por nuestro texto?. Sin embargo, esta exaltación no impide ni mucho menos a Jesús ser y seguir siendo el hermano de los hombres, no solamente por su nacimiento, sino sobre todo por sus pruebas y su muerte. “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades: fue probado en todo a semejanza nuestra pero sin pecar” (4,15). El autor de nuestra carta supera de este modo la ilusión perpetua de las religiones que no pueden hacer otra cosa más que oponer a Dios y al hombre, mientras que Cristo está en perfecta comunión con el uno y con el otro. Su sacerdocio no lo sitúa aparte de los demás, sino por el contrario, en relación con los hombres y con Dios, ya que es a la vez “hermano” nuestro e “hijo” de Dios. Comparte nuestra condición humana, nuestra “carne y sangre”, pero no tiene que ofrecer sacrificios por sus pecados: su sacrificio no es más que adhesión a la voluntad del Padre y obediencia filial para liberar a sus hermanos. Y esto lo cambia todo.
La ambigüedad frecuente de los sacrificios deja creer a veces que es la inmolación, la muerte, la que obtiene el perdón y la salvación, como si la muerte pudiera agradar a Dios. No es así ni mucho menos, porque lo que importa no es la muerte, sino la vida, a través de su “sacramento”: la sangre. No es el sufrimiento lo que hace el sacrificio, sino el amor, el don libre de un inocente, como ya lo anunciaba la figura misteriosa de siervo doliente: “Si hace de su persona un sacrificio de expiación, verá una descendencia… el designio del Señor se realizará por su mano” (Is 53,10).
Así todo el juego está en el corazón del hombre que ofrece, que se ofrece. Cristo, se ofreció a sí mismo, por el Espíritu eterno, como “victima sin mancha” (9,14). Su mediación es toda ella acción de Dios: el Espíritu es el que lo conduce en la obediencia filial y la hace entrar en el santuario celestial, la gloria del Padre.
Pero, ¿cómo puede Cristo ejercer esta mediación con todos los hombres, con nosotros?. ¿No será su sacerdocio más que un modelo de obediencia que imitar?. La carta no deja de insistir en el cambio radical de nuestra situación. En el sacrificio de Cristo se nos dio ya el perdón, se concluyó ya la nueva alianza (c. 8,9). A diferencia de la primera alianza, ésta se les ofrece a todos los hombres y es interiorizada. Al ofrecerse a sí mismo, Cristo “purifica nuestra conciencia de las obras muertas para servir al Dios vivo” (8-14). Ya no hay en adelante ritos sacrificiales, ni figuras, como en el templo de Jerusalén, puesto que Cristo es la realidad, el templo nuevo.
Pero esta novedad de culto cristiano es tremenda, ya que pone de manifiesto la ambigüedad de todos los ritos; ningún cristiano debería utilizar el sacrificio eucarístico como un sacrificio del templo en el que el corazón puede estar muy alejado de los gestos. Es grande la tentación de seguir concediendo la prioridad a los rituales, de buscarlos por ellos mismos. ¡Qué tranquilizantes pueden parecer a veces los ritos, encerrando el único sacrificio en unos lugares y en unos tiempos sagrados, muy al abrigo de la vida profana!. Pero el culto cristiano, “en espíritu y en verdad”, no tiene más tiempos ni lugares que los de toda la vida, animada por el Espíritu Santo. Los mismos profetas de Israel habían puesto ya en guardia muchas veces contra un culto ritualista y formalista; sus advertencias y sus críticas siguen siendo necesarias, dada la gran novedad del sacerdocio de Cristo. Al darnos la presencia de Cristo, la eucaristía nos arrastra a todos nosotros por entero en su sacrificio, para consagrar en él nuestra existencia y llevar a cabo nuestro paso al Padre.

DOCUMENTOS
- Concilio Vaticano II. Lumen Gentium; Presbyterorum Ordinis; Perfectae Caritatis.
- San Pío X, Haerent animo (4- VII -1908)
- San Pío XI, Ad catholic, sacerdotii (20- XII - 1935)
- Pío XII, Mediator Dei (20- XI- 1942)
- Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordia (I – VIII – 1959)
- Juan Pablo II, Novo incipiente (8- IV – 1979)

EL VALOR DE LA LIBERTAD

La libertad consiste en decir sí más que en decir no. Así se eligen unas cosas en lugar de otras. Esto tiene sus consecuencias lógicas en la vida, pues cada uno es y se hace a cada momento. Ortega y Gasset diría que el hombre es historia y, haciéndose, hace la historia. La libertad es una palabra positiva que conlleva una gran responsabilidad.

La principal repercusión de esta característica de la libertad se ve más explícitamente en las opciones de vida más fundamentales: el noviazgo, el matrimonio, la vida consagrada o el ser soltero, por poner algunos ejemplos. El novio enamorado dice que sí a cualquier compromiso que le implique sacrificarse por la mujer que ama; el que está a punto de casarse dice sí a un amor perdurable; un consagrado dice sí al amor que siente siguiendo a Cristo y donándose a través del amor y de la oración a más personas.

En estos casos se ve claramente que la libertad es positiva; es más, conlleva una variante de exigencia que brota de una virtud fundamental: el amor. Se es libre por amor, se hacen opciones radicales por amor. Todo radica en el saber decir sí por amor.

La mayoría de los problemas y dificultades en la vida comienzan cuando se cree que la libertad consiste sólo en decir no. En parte se tiene más madurez para decidir ciertas cosas. Pero siempre está la capacidad de pensar qué más se puede hacer o cómo se puede ayudar a los demás.

Es muy fácil escuchar un no de un padre de familia que responde a su hijo porque le pide más tiempo para jugar. Es menos común oír un sí. Pero, ¿qué pasaría si el padre de familia le dice al hijo que si hace a tiempo sus tareas y se las muestra terminadas, podrá tener otra media hora de juego? ¿Qué pasaría si se le propone al chico ver después con él una película de valores, o un juego en un parque el fin de semana si se porta bien? Muchas veces el amor lleva a decir que no. Pero no debe ser esto lo que predomine. La iniciativa y la imaginación deben ser las armas de los que quieran formar con amor en la libertad.

Reprimir las ideas o iniciativas no está de moda. Esto se ve en los jóvenes que se rebelan hoy porque no les dejan actuar en casa. Encauzar y proponer, no reprimir, son las actitudes del buen formador de la libertad en el amor.

En síntesis, se puede decir que tanto en las opciones fundamentales, como en las exigencias cotidianas por amor, es más fácil encauzar ideas y proponer que simplemente reprimir.



¡Vence el mal con el bien!