lunes, 28 de mayo de 2012

El Diácono Permanente: Identidad, Función y Prospectivas - IV

Con esta entrada completamos la publicación del trabajo de S.E.R. Mons. Roberto O. Gonzalez Nieves OFM, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico. Creemos que es un documento muy interesante, que debe ser leído tanto por los diáconos permanentes como por sus hermanos presbíteros y obispos, así como los demás  consagrados y fieles laicos. Si quiere hacer algún comentario sólo tiene que hacer click abajo donde dice:"comentario"

La Caridad, reduccionismo y realidad

Primero, ante todo, una aclaración necesaria: hay quienes caen un reduccionismo del diaconado al ministerio de caridad y este ministerio restringido a la acción social. Este es un peligro del que tenemos que estar conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado. Hay diáconos que poseen un carisma especial para el ministerio de la acción social dentro de la caridad, pero el diaconado no se puede reducir a la acción social solamente. Hay diáconos que han sido formados para la acción social y se les ha inculcado que todo lo demás es de segunda y terciaria importancia. Se llega a decir que el diácono no tiene por qué servir en el altar. El diaconado no se puede, no se debe reducir al servicio social.

La otra cara

Cuando se menciona la caridad, enseguida nos viene a mente el amor. "Dios es amor" (1 Jn. 4, 16). Da satisfacción pensar que el diácono sea ministro del amor porque el amor está al centro de la vida cristiana: ubi caritas est vera, Deus ibi est, que significa "donde hay verdadera caridad, allí está Dios". Además del ministerio de la palabra y el ministerio litúrgico, el diácono tiene como su responsabilidad el "ministerio de la caridad". Es sobre todo a este ministerio que se refiere a la elección de los "primeros diáconos" por los apóstoles, entre los cuales se encontraba San Esteban. Desde la situación presentada en Hechos 6, se ve al diácono llamado a este ministerio: la administración de la caridad, la solicitud por los necesitados fue siempre el oficio de los diáconos mientras éstos existieron en occidente. San Lorenzo, archidiácono de Roma es el mártir de la caridad y patrón de los diáconos entregados de una manera particular a este oficio del amor hacia los pobres a quienes reconocía como el tesoro mayor de la Iglesia..

La Iglesia siempre tendrá un lugar preferencial en su corazón para los pobres y los necesitados. La diaconía de la caridad es, por cierto, la responsabilidad de toda la Iglesia. El hecho, sin embargo, de que en la persona del diácono este servicio esté sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y la celebración de la liturgia, demuestra que la caridad a la cual estamos llamados los cristianos tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación, muerte y resurrección. Este oficio que el orden episcopal confía al diácono en forma especial, es derecho y deber del diácono (Cf. Decreto Apostolicam actuositatem, no. 8) Es este un tesoro del cual el diaconado no puede deshacerse, tesoro que es de institución apostólica. Aún si la sociedad moderna extirpara completamente la pobreza, siempre habrá lugar para la caridad y allí, el diaconado.

Se dice que la caridad comienza por la casa. Dé el diácono el ejemplo por medio de su casa y familia construya la Iglesia doméstica. Dé ejemplo a través de su vida cotidiana. También de su predicación del Evangelio que ha de ser de palabra y obra. Dé ejemplo a través de su oficio litúrgico tan rico en caridad y amor. Nútrase de la oración individual, íntima.

El encuentro con Dios, que es amor, lleva al encuentro amoroso con el prójimo. Por eso el diácono debe conocer las necesidades del pueblo fiel, para incluirlas en la Oración Universal en la liturgia tanto de la Misa como de las Horas y en su oración privada. Incluya allí también las necesidades de los hermanos diáconos y demás clero. Presente las necesidades del prójimo ante la jerarquía y esté consciente de que estas necesidades son materiales, espirituales, culturales, de piedad y tradiciones populares, en una palabra, son necesidades humanas.

Ejercite la caridad sobre todo con los presbíteros. Dé apoyo moral y espiritual, de igual manera al Obispo. Hágalo aun cuando no reciba de los demás clérigos el apoyo que él necesita. Recuerde que a él se aplican las palabras del Maestro: "El Hijo del Hombre no vino para que le sirvieran, sino para servir" (Mc 10, 45). La generosidad del diácono para con el Obispo y los presbíteros debe ser mutua e ilimitada como es la generosidad del diácono Jesucristo.

A mis hermanos en el episcopado pido que se mueva a facilitar a los diáconos la accesibilidad a instituciones que requiera su presencia amorosa. Pienso en los hospitales y sobre las cárceles donde muchos gobiernos hacen el acceso casi imposible.

Infórmese el diácono sobre agencias públicas y privadas, así como órdenes religiosas, que socorran diferentes necesidades humanas. De esa manera el diácono podrá referir casos a dichas agencias o inclusive cooperar con ellas.

Forme asociaciones o grupos laicales, especialmente de jóvenes, para que, inflamados por el amor de Cristo, visiten y ayuden a los necesitados y trabajen a favor de los pobres.

Por último el diácono es agente de la justicia y la paz, ya que en virtud de su oficio de caridad tiene la responsabilidad de promover y siempre buscar el Reino de Dios y su justicia. El diácono ha sido ordenado, consagrado de por vida a ser sacramento, signo vivo, eficaz, del ministerio o servicio de Cristo en su Iglesia. Recuerde siempre el diácono que él es signo visible de Cristo Siervo en este mundo.

Es de notar que dando una vista rápida a los libros de ceremonias anteriores a los actuales, se revela la omnipresencia de los maestros de ceremonias. Por lo general había dos y en algunos casos tres. Ellos facilitaban todas las ceremonias y por ello se entiende su supervivencia hasta hoy. Pero su actuación era tan obvia, que parece que reducía al celebrante y demás ministros a un alto grado de incapacidad. Hoy en día no se menciona a los ceremonieros en los ritos renovados porque se supone que cada ministro conozca su oficio, tan plenamente como para desempeñarlo sin que otra persona tenga que prácticamente llevarlo de la mano, como se hacía antes.

La opción preferencial por los pobres

Por medio de esta postura ante las necesidades de las víctimas de la injusticia, la Iglesia busca dar testimonio de la solidaridad que es el tener el fruto del encuentro con Jesús, insistiendo que esta solidaridad no es algo "añadido" a la vida de la fe sino la consecuencia en el terreno de la historia de la conversión y la comunión creadas por el encuentro. Es decir, la diaconía de la caridad es inseparable de la diaconía de la palabra y de la liturgia ya que tiene el mismo origen que ellas en el misterio pascual.

A mí me parece que el diácono, ministro del altar, es la privilegiada representación de esta relación entre la Eucaristía (conversión y comunión) y la lucha por la justicia social.

Durante cientos de años, los diáconos fueron administradores de los bienes temporales de las comunidades cristianas y se ocuparon de las obras de caridad. El patrono de los diáconos, San Esteban, es ejemplo de esto. Ahora, quiero recordarles que aun cuando San Esteban es un ejemplo sublime de la diaconía; el encargado de la administración del dinero y de la caridad entre los Apóstoles del Señor fue Judas Iscariote... Por eso, el modelo supremo del diácono debe ser Cristo y sólo Cristo: Cristo Siervo del Padre, Redentor de la humanidad. En su "administración" el diácono debe, pues, de estar muy consciente de quién es su modelo y de quiénes son aquellos a quien sirven: Cristo, la Cabeza y la Iglesia en su cuerpo. Que no sea ya él, sino Cristo quien viva y actúe en el diácono porque "ahora quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor" (1Cor. 13, 13).

Ministerio triple: Conclusión

Habiendo terminado de ver por separado los tres oficios del ministerio triple del diaconado sólo queda aclarar y de nuevo recalcar que hay carismas especiales y que unos diáconos pueden disfrutar más de un carisma que del otro. Así es la naturaleza humana. Ahora bien, por esto no se ha de entender que la Iglesia debe ordenar diáconos predicadores a solas, o diáconos liturgistas a solas o diáconos servidores a solas. Estos oficios no se excluyen mutuamente. Se trata de tres oficios concéntricos y el diácono debe procurar desempeñarlos, de acuerdo con su llamado, con cierto sentido de proporción y ante todo, en la persona de Cristo Siervo.

 IV. Prospectivas: (de cara al futuro) UNIGENTUS  FILIUS, IPSET ENARRAVIT: El Hijo único lo ha revelado (Jn 1, 17).

 Hasta ahora hemos tratado de estudiar lo que constituye la identidad del diaconado permanente.

También hemos enumerado algunas de las funciones asignadas a los diáconos. Estos oficios se han presentado desde la perspectiva de la palabra, la liturgia y la caridad y hemos desglosado las funciones en cada una de sus perspectivas.

Ahora, presentaremos algunas de las prospectivas que según mi entendimiento tiene nuestra Santa Madre Iglesia para el orden del diaconado. Es de esperar que tras casi un milenio de la ausencia del diaconado permanente en la Iglesia de occidente, su aparición luego del Concilio Vaticano II, no ha sido entendida por muchos, ni aceptada por todos.

Hemos venido aquí para dejar por detrás al "hombre viejo". Junto a las tumbas sagradas de los apóstoles Pedro y Pablo venimos para entrar de nuevo en la fuente de nuestra identidad. Vamos a dejar el pasado para re-organizar nuestro ser. Vamos a renacer en nuestro ministerio, ya sea episcopal, presbiteral o del diaconado.

Aquí en el seno materno de nuestra Iglesia que da a luz al ministerio diaconal. El diaconado participa de la sacramentalidad del ministerio de los apóstoles. Por eso podemos hoy tratar de descubrir las posibilidades del diaconado hacia el futuro. Hemos visto las experiencias del pasado y los problemas del presente. ¿Cuáles son las oportunidades para el futuro? ¿Qué indica el encuentro personal con Cristo-siervo encarnado cuando nos encontramos hoy con él.

El encuentro nos revela que somos un ministerio tan antiguo como la Iglesia misma. También nos indica que estamos en proceso de resurrección después de mil años de letargo. ¿Sería indicado "reconquistar" o "capturar" lo que otros por siglos vienen haciendo en lugar nuestro? No, esa no es buena idea. Hoy otros hacen lo que los diáconos hacían en la antigüedad porque el ministerio apostólico se encargó de llenar sus lugares. Pero no se trata tampoco de inventar o diseñar nuevas áreas para el "nuevo" ministerio diaconal. Se trata de una conversión general: de reconciliarnos para unir esfuerzos. El trabajo sobra. Hay trabajo para repartir entre todos los llamados: unos llegaron a primera hora, otros a última hora (cf. Mt. 20, 1). Entendemos todos que los pensamientos de Dios, no son como los nuestros. Ahora él llama, a esta hora de gracia nos llama, temprano o tarde, sea la hora que sea. De él viene todo; de nosotros nada. La hora de convertirnos ha llegado, no de imponernos.

Nuestro triple ministerio es el mismo: se trata de desarrollarlo y no de buscar otro nuevo o distinto. Por lo tanto: sea el diácono ministro de la palabra tanto en la liturgia como en los medios de comunicación masiva. Sea catequistas en las parroquias, cárceles, en la vida pública.

Sea el diácono ministro de la liturgia en toda su extensión. En lo que preside como en lo que no preside. Desarrolle el servicio sin presidencia, que es el que le es propio. Facilite la celebración de todos para extender la comunión con Cristo y su Iglesia. Que su ministerio litúrgico contribuya a la belleza y fluidez de las ceremonias, que es donde se optimiza el encuentro entre Dios y la humanidad y entre el ser humano. Que propicie ese encuentro en el esplendor litúrgico de la belleza, la santidad y la verdad.

Que su caridad sea sincera en el amor. Caridad que ejerce en el predicación del Evangelio y en el servicio litúrgico. Caridad que se desborda hacia los más necesitados y que ejerce hasta en lo más oculto, donde sólo dios se entera porque es en el pobrecito sin personalidad pública que Cristo personalmente sufre. En el silencio de nuestra nada salta la palabra: es Cristo quien nos llama a cada cual por su nombre y nos dice "sígueme".

La Oración consecratoria del rito de ordenación al diaconado comienza así: "Escúchanos, Dios Todopoderoso, que distribuyes las responsabilidades, repartes los ministerios y señalas a cada uno su propio oficio; inmutable en ti mismo todo lo renuevas y lo ordenas, y con tu eterna providencia lo tienes todo previsto y concedes en cada momento lo que conviene, por Jesucristo, tu Hijo y señor nuestro, que es tu Palabra, Sabiduría y Fortaleza". Ahora yo les digo que es aquí, en este momento jubilar e histórico que Dios nuestro Padre y creador y sabio en sus acciones les ha llamado al diaconado para que sean los pioneros, los portaestandartes de este estado clerical al final y al inicio de dos milenios. Los ojos de la Iglesia están en ustedes, si la providencia los favorece en su ministerio, el oficio del diaconado permanente atraerá muchas bendiciones a la Iglesia. Hoy día, a ustedes les ha sido encomendado ejercer el diaconado en la Iglesia que se apresta a revelar a Dios en la Nueva Evangelización. Por lo tanto, en sus manos está parte del plan de salvación de Dios. Ustedes son diáconos del nuevo milenio, diáconos de la Nueva Evangelización.

Debido a su cercanía a los fieles laicos, tomando en cuenta que un gran número de ustedes trabajan en compañías, empresas, industrias, agencias gubernamentales, algunos son líderes obreros, ejercen en el magisterio católico o secular, dirigen un negocio propio o familiar, esto les hace llegar a esos fieles de una manera particular. Es por esto que la Iglesia espera que ustedes cultiven aquellas virtudes que los apóstoles buscaron y encontraron en los primeros siete diáconos. Esperamos que ustedes sean hombres de buena fama, entregados al servicio de los más necesitados, que gobiernen bien a su familia para que así sean luz del mundo y sal de la tierra y que continúen con la misión de llevar a Cristo a todo el mundo.

Ustedes están llamados a conocer, proteger y a valorar a su identidad diaconal. La Iglesia les urge que se distingan por la integridad de su ministerio. Este ministerio debe caracterizarse por un equilibrio saludable entre los oficios de la palabra, la liturgia y la caridad.

En estos tiempos donde debido al consumismo desmedido, la materialización de la sociedad, la pérdida de valores en muchos lugares ha ocasionado el crecimiento de la cultura de la muerte, su vocación al diaconado les constituye a ustedes en brazo invaluable del Obispo. Hoy día su oficio diaconal con el de los sacerdotes es muy necesario para el proceso de conversión que tanto necesitamos.

Debido a que muchos de ustedes han recibido el sacramento del matrimonio y a algunos también Dios les ha bendecido con el regalo de sus hijos y de sus hijas, su ministerio diaconal les exige brindar un testimonio viviente de lo que constituye una verdadera familia cristiana en medio nuestro. Ustedes con mayor empeño deberán por esforzarse en convertir a su familia en una iglesia doméstica y ser buenos esposos como lo es Cristo de la Iglesia. Es en su familia donde primero ustedes han de ejercer su oficio de la palabra, la liturgia y la caridad.

El documento del Concilio Vaticano II, Ad gentes divinitus, en su número 16, plantea la necesidad de que el diácono en nombre del párroco o del Obispo sea enviado a dirigir comunidades cristianas distantes. Esta necesidad plantea la posibilidad de que en algún lugar ya sea por ser distante o por haber escasez de sacerdotes, el Obispo le puede pedir que usted le asista en la administración de esta comunidad parroquial como ministro encargado, ejerciendo su oficio para promover la misión de Cristo.

"El que ha recibido el don de la palabra, que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" Amén. (1Pedro 4-11).
(Fuente: Vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents...)

María, Madre de la Iglesia

En la Argentina celebramos hoy la memoria litúrgica de María Madre de la Iglesia.
El Papa Pablo VI, el día 21 de noviembre de 1964, al clausurar la tercera etapa del Concilio Vaticano II, secundando los deseos que le habian presentado muchos de los padre conciliares, dio a María el título honrífico de Madre de la Iglesia. De esta forma subrayó la doctrina conciliar del capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium que acababa de ser promulgada y que reflexiona sobre las estrechas relaciones que median entre María y la Iglesia. Posteriormente, al ser promulgada en 1975 la segunda edición del Misal Romano de Pablo VI, se incluyó entre las misas votivas la celebración de María bajo este título de Madre de la Iglesia. Por su parte, el episcopado argentino solicitó y obtuvo de la Sede Apostólica la inserción de la memorial anual de santa María, Madre de la Iglesia, asignada al lunes después de Pentecostés.