Con esta entrada completamos la publicación del trabajo de S.E.R. Mons. Roberto O. Gonzalez Nieves OFM, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico. Creemos que es un documento muy interesante, que debe ser leído tanto por los diáconos permanentes como por sus hermanos presbíteros y obispos, así como los demás consagrados y fieles laicos. Si quiere hacer algún comentario sólo tiene que hacer click abajo donde dice:"comentario"
La Caridad, reduccionismo y realidad
Primero, ante todo, una aclaración necesaria: hay
quienes caen un reduccionismo del diaconado al ministerio de caridad y este
ministerio restringido a la acción social. Este es un peligro del que tenemos
que estar conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado.
Hay diáconos que poseen un carisma especial para el ministerio de la acción
social dentro de la caridad, pero el diaconado no se puede reducir a la acción
social solamente. Hay diáconos que han sido formados para la acción social y se
les ha inculcado que todo lo demás es de segunda y terciaria importancia. Se llega
a decir que el diácono no tiene por qué servir en el altar. El diaconado no se
puede, no se debe reducir al servicio social.
La otra cara
Cuando se menciona la caridad, enseguida nos
viene a mente el amor. "Dios es amor" (1 Jn. 4, 16). Da satisfacción
pensar que el diácono sea ministro del amor porque el amor está al centro de la
vida cristiana: ubi caritas est vera, Deus ibi est, que significa "donde
hay verdadera caridad, allí está Dios". Además del ministerio de la
palabra y el ministerio litúrgico, el diácono tiene como su responsabilidad el
"ministerio de la caridad". Es sobre todo a este ministerio que se
refiere a la elección de los "primeros diáconos" por los apóstoles,
entre los cuales se encontraba San Esteban. Desde la situación presentada en
Hechos 6, se ve al diácono llamado a este ministerio: la administración de la
caridad, la solicitud por los necesitados fue siempre el oficio de los diáconos
mientras éstos existieron en occidente. San Lorenzo, archidiácono de Roma es el
mártir de la caridad y patrón de los diáconos entregados de una manera
particular a este oficio del amor hacia los pobres a quienes reconocía como el
tesoro mayor de la Iglesia..
La Iglesia siempre tendrá un lugar preferencial
en su corazón para los pobres y los necesitados. La diaconía de la
caridad es, por cierto, la responsabilidad de toda la Iglesia. El hecho, sin
embargo, de que en la persona del diácono este servicio esté sacramentalmente
ligado a la proclamación de la palabra y la celebración de la liturgia, demuestra
que la caridad a la cual estamos llamados los cristianos tiene su origen en
Cristo, en el misterio de su encarnación, muerte y resurrección. Este oficio
que el orden episcopal confía al diácono en forma especial, es derecho y deber
del diácono (Cf. Decreto Apostolicam actuositatem, no. 8) Es este un tesoro del
cual el diaconado no puede deshacerse, tesoro que es de institución apostólica.
Aún si la sociedad moderna extirpara completamente la pobreza, siempre habrá
lugar para la caridad y allí, el diaconado.
Se dice que la caridad comienza por la casa. Dé
el diácono el ejemplo por medio de su casa y familia construya la Iglesia
doméstica. Dé ejemplo a través de su vida cotidiana. También de su predicación
del Evangelio que ha de ser de palabra y obra. Dé ejemplo a través de su oficio
litúrgico tan rico en caridad y amor. Nútrase de la oración individual, íntima.
El encuentro con Dios, que es amor, lleva al
encuentro amoroso con el prójimo. Por eso el diácono debe conocer las
necesidades del pueblo fiel, para incluirlas en la Oración Universal en la
liturgia tanto de la Misa como de las Horas y en su oración privada. Incluya
allí también las necesidades de los hermanos diáconos y demás clero. Presente
las necesidades del prójimo ante la jerarquía y esté consciente de que estas
necesidades son materiales, espirituales, culturales, de piedad y tradiciones
populares, en una palabra, son necesidades humanas.
Ejercite la caridad sobre todo con los
presbíteros. Dé apoyo moral y espiritual, de igual manera al Obispo. Hágalo aun
cuando no reciba de los demás clérigos el apoyo que él necesita. Recuerde que a
él se aplican las palabras del Maestro: "El Hijo del Hombre no vino para
que le sirvieran, sino para servir" (Mc 10, 45). La generosidad del
diácono para con el Obispo y los presbíteros debe ser mutua e ilimitada como es
la generosidad del diácono Jesucristo.
A mis hermanos en el episcopado pido que se mueva
a facilitar a los diáconos la accesibilidad a instituciones que requiera su
presencia amorosa. Pienso en los hospitales y sobre las cárceles donde muchos
gobiernos hacen el acceso casi imposible.
Infórmese el diácono sobre agencias públicas y
privadas, así como órdenes religiosas, que socorran diferentes necesidades
humanas. De esa manera el diácono podrá referir casos a dichas agencias o
inclusive cooperar con ellas.
Forme asociaciones o grupos laicales,
especialmente de jóvenes, para que, inflamados por el amor de Cristo, visiten y
ayuden a los necesitados y trabajen a favor de los pobres.
Por último el diácono es agente de la justicia y
la paz, ya que en virtud de su oficio de caridad tiene la responsabilidad de
promover y siempre buscar el Reino de Dios y su justicia. El diácono ha sido
ordenado, consagrado de por vida a ser sacramento, signo vivo, eficaz, del
ministerio o servicio de Cristo en su Iglesia. Recuerde siempre el diácono que
él es signo visible de Cristo Siervo en este mundo.
Es de notar que dando una vista rápida a los
libros de ceremonias anteriores a los actuales, se revela la omnipresencia de los
maestros de ceremonias. Por lo general había dos y en algunos casos tres. Ellos
facilitaban todas las ceremonias y por ello se entiende su supervivencia hasta
hoy. Pero su actuación era tan obvia, que parece que reducía al celebrante y
demás ministros a un alto grado de incapacidad. Hoy en día no se menciona a los
ceremonieros en los ritos renovados porque se supone que cada ministro conozca
su oficio, tan plenamente como para desempeñarlo sin que otra persona tenga que
prácticamente llevarlo de la mano, como se hacía antes.
La opción preferencial por los pobres
Por medio de esta postura ante las
necesidades de las víctimas de la injusticia, la Iglesia busca dar testimonio
de la solidaridad que es el tener el fruto del encuentro con Jesús,
insistiendo que esta solidaridad no es algo "añadido" a la vida de la
fe sino la consecuencia en el terreno de la historia de la conversión y la
comunión creadas por el encuentro. Es decir, la diaconía de la caridad es
inseparable de la diaconía de la palabra y de la liturgia ya que tiene
el mismo origen que ellas en el misterio pascual.
A mí me parece que el diácono, ministro del
altar, es la privilegiada representación de esta relación entre la Eucaristía
(conversión y comunión) y la lucha por la justicia social.
Durante cientos de años, los diáconos fueron
administradores de los bienes temporales de las comunidades cristianas y se
ocuparon de las obras de caridad. El patrono de los diáconos, San Esteban, es
ejemplo de esto. Ahora, quiero recordarles que aun cuando San Esteban es un
ejemplo sublime de la diaconía; el encargado de la administración del dinero y
de la caridad entre los Apóstoles del Señor fue Judas Iscariote... Por eso, el
modelo supremo del diácono debe ser Cristo y sólo Cristo: Cristo Siervo del
Padre, Redentor de la humanidad. En su "administración" el diácono
debe, pues, de estar muy consciente de quién es su modelo y de quiénes son
aquellos a quien sirven: Cristo, la Cabeza y la Iglesia en su cuerpo. Que no
sea ya él, sino Cristo quien viva y actúe en el diácono porque "ahora
quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas
es el amor" (1Cor. 13, 13).
Ministerio triple: Conclusión
Habiendo terminado de ver por separado los tres
oficios del ministerio triple del diaconado sólo queda aclarar y de nuevo
recalcar que hay carismas especiales y que unos diáconos pueden disfrutar más
de un carisma que del otro. Así es la naturaleza humana. Ahora bien, por esto
no se ha de entender que la Iglesia debe ordenar diáconos predicadores a
solas, o diáconos liturgistas a solas o diáconos servidores a
solas. Estos oficios no se excluyen mutuamente. Se trata de tres oficios
concéntricos y el diácono debe procurar desempeñarlos, de acuerdo con su
llamado, con cierto sentido de proporción y ante todo, en la persona de Cristo
Siervo.
IV. Prospectivas: (de cara al futuro)
UNIGENTUS FILIUS, IPSET ENARRAVIT: El
Hijo único lo ha revelado (Jn 1, 17).
Hasta ahora hemos tratado de
estudiar lo que constituye la identidad del diaconado permanente.
También hemos enumerado algunas de las funciones
asignadas a los diáconos. Estos oficios se han presentado desde la perspectiva
de la palabra, la liturgia y la caridad y hemos desglosado las funciones en
cada una de sus perspectivas.
Ahora, presentaremos algunas de las prospectivas
que según mi entendimiento tiene nuestra Santa Madre Iglesia para el orden del
diaconado. Es de esperar que tras casi un milenio de la ausencia del diaconado
permanente en la Iglesia de occidente, su aparición luego del Concilio Vaticano
II, no ha sido entendida por muchos, ni aceptada por todos.
Hemos venido aquí para dejar por detrás al
"hombre viejo". Junto a las tumbas sagradas de los apóstoles Pedro y
Pablo venimos para entrar de nuevo en la fuente de nuestra identidad. Vamos a
dejar el pasado para re-organizar nuestro ser. Vamos a renacer en nuestro
ministerio, ya sea episcopal, presbiteral o del diaconado.
Aquí en el seno materno de nuestra Iglesia que da
a luz al ministerio diaconal. El diaconado participa de la sacramentalidad del
ministerio de los apóstoles. Por eso podemos hoy tratar de descubrir las
posibilidades del diaconado hacia el futuro. Hemos visto las experiencias del
pasado y los problemas del presente. ¿Cuáles son las oportunidades para el
futuro? ¿Qué indica el encuentro personal con Cristo-siervo encarnado cuando
nos encontramos hoy con él.
El encuentro nos revela que somos un ministerio
tan antiguo como la Iglesia misma. También nos indica que estamos en proceso de
resurrección después de mil años de letargo. ¿Sería indicado
"reconquistar" o "capturar" lo que otros por siglos vienen
haciendo en lugar nuestro? No, esa no es buena idea. Hoy otros hacen lo que los
diáconos hacían en la antigüedad porque el ministerio apostólico se encargó de
llenar sus lugares. Pero no se trata tampoco de inventar o diseñar nuevas áreas
para el "nuevo" ministerio diaconal. Se trata de una conversión
general: de reconciliarnos para unir esfuerzos. El trabajo sobra. Hay
trabajo para repartir entre todos los llamados: unos llegaron a primera hora,
otros a última hora (cf. Mt. 20, 1). Entendemos todos que los pensamientos de
Dios, no son como los nuestros. Ahora él llama, a esta hora de gracia nos
llama, temprano o tarde, sea la hora que sea. De él viene todo; de nosotros
nada. La hora de convertirnos ha llegado, no de imponernos.
Nuestro triple ministerio es el mismo: se trata
de desarrollarlo y no de buscar otro nuevo o distinto. Por lo tanto: sea el diácono ministro de la palabra tanto en la
liturgia como en los medios de comunicación masiva. Sea catequistas en las
parroquias, cárceles, en la vida pública.
Sea el diácono ministro de la liturgia en toda su
extensión. En lo que preside como en lo que no preside. Desarrolle el servicio
sin presidencia, que es el que le es propio. Facilite la celebración de todos
para extender la comunión con Cristo y su Iglesia. Que su ministerio litúrgico
contribuya a la belleza y fluidez de las ceremonias, que es donde se optimiza
el encuentro entre Dios y la humanidad y entre el ser humano. Que propicie ese
encuentro en el esplendor litúrgico de la belleza, la santidad y la verdad.
Que su caridad sea sincera en el amor. Caridad
que ejerce en el predicación del Evangelio y en el servicio litúrgico. Caridad
que se desborda hacia los más necesitados y que ejerce hasta en lo más oculto,
donde sólo dios se entera porque es en el pobrecito sin personalidad pública
que Cristo personalmente sufre. En el silencio de nuestra nada salta la palabra:
es Cristo quien nos llama a cada cual por su nombre y nos dice
"sígueme".
La Oración consecratoria del rito de ordenación
al diaconado comienza así: "Escúchanos, Dios Todopoderoso, que distribuyes
las responsabilidades, repartes los ministerios y señalas a cada uno su propio
oficio; inmutable en ti mismo todo lo renuevas y lo ordenas, y con tu eterna
providencia lo tienes todo previsto y concedes en cada momento lo que conviene,
por Jesucristo, tu Hijo y señor nuestro, que es tu Palabra, Sabiduría y Fortaleza".
Ahora yo les digo que es aquí, en este momento jubilar e histórico que Dios
nuestro Padre y creador y sabio en sus acciones les ha llamado al diaconado
para que sean los pioneros, los portaestandartes de este estado clerical al
final y al inicio de dos milenios. Los ojos de la Iglesia están en ustedes, si
la providencia los favorece en su ministerio, el oficio del diaconado
permanente atraerá muchas bendiciones a la Iglesia. Hoy día, a ustedes les ha
sido encomendado ejercer el diaconado en la Iglesia que se apresta a revelar a
Dios en la Nueva Evangelización. Por lo tanto, en sus manos está parte del plan
de salvación de Dios. Ustedes son diáconos del nuevo milenio, diáconos de la
Nueva Evangelización.
Debido a su cercanía a los fieles laicos, tomando
en cuenta que un gran número de ustedes trabajan en compañías, empresas,
industrias, agencias gubernamentales, algunos son líderes obreros, ejercen en
el magisterio católico o secular, dirigen un negocio propio o familiar, esto
les hace llegar a esos fieles de una manera particular. Es por esto que la
Iglesia espera que ustedes cultiven aquellas virtudes que los apóstoles
buscaron y encontraron en los primeros siete diáconos. Esperamos que ustedes
sean hombres de buena fama, entregados al servicio de los más necesitados, que
gobiernen bien a su familia para que así sean luz del mundo y sal de la tierra
y que continúen con la misión de llevar a Cristo a todo el mundo.
Ustedes están llamados a conocer, proteger y a
valorar a su identidad diaconal. La Iglesia les urge que se distingan por la
integridad de su ministerio. Este ministerio debe caracterizarse por un
equilibrio saludable entre los oficios de la palabra, la liturgia y la caridad.
En estos tiempos donde debido al consumismo
desmedido, la materialización de la sociedad, la pérdida de valores en muchos
lugares ha ocasionado el crecimiento de la cultura de la muerte, su vocación al
diaconado les constituye a ustedes en brazo invaluable del Obispo. Hoy día su
oficio diaconal con el de los sacerdotes es muy necesario para el proceso de
conversión que tanto necesitamos.
Debido a que muchos de ustedes han recibido el
sacramento del matrimonio y a algunos también Dios les ha bendecido con el
regalo de sus hijos y de sus hijas, su ministerio diaconal les exige brindar un
testimonio viviente de lo que constituye una verdadera familia cristiana en
medio nuestro. Ustedes con mayor empeño deberán por esforzarse en convertir a
su familia en una iglesia doméstica y ser buenos esposos como lo es Cristo de
la Iglesia. Es en su familia donde primero ustedes han de ejercer su oficio de
la palabra, la liturgia y la caridad.
El documento del Concilio Vaticano II, Ad
gentes divinitus, en su número 16, plantea la necesidad de que el diácono
en nombre del párroco o del Obispo sea enviado a dirigir comunidades cristianas
distantes. Esta necesidad plantea la posibilidad de que en algún lugar ya sea
por ser distante o por haber escasez de sacerdotes, el Obispo le puede pedir
que usted le asista en la administración de esta comunidad parroquial como
ministro encargado, ejerciendo su oficio para promover la misión de Cristo.
"El que ha recibido el don de la palabra,
que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga
como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las
cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los
siglos!" Amén. (1Pedro 4-11).
(Fuente: Vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents...)