jueves, 23 de junio de 2011

SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


 
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Ciclo A – 26junio2011

Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente,  y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Juan 6,51-58

Jesús, “el Pan vivo bajado del cielo”, estaba para regresar a la Casa del Padre con la Ascensión; pero el infinito amor a los suyos le llevó a crear una forma milagrosa de quedarse con ellos para siempre: la Eucaristía, que perpetúa su promesa infalible; “No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
La Eucarística es el acontecimiento salvífico desde el cual se irradia para la humanidad, de forma continua, la fuerza sanadora, santificadora y salvadora de Cristo resucitado.
En la celebración de la Misa todos podemos ejercer el sacerdocio que Cristo nos confirió en el bautismo, ya que en cada Misa él comparte con nosotros su Sacerdocio supremo a favor nuestro, de los nuestros y de toda la humanidad.
La máxima eficacia salvadora de la Eucaristía se alcanza cuando nosotros nos ofrecernos al Padre en unión con Cristo. Así nos lo aseguró él mismo: "Quien está unido a mí, produce mucho fruto".
En la comunión eucarística se realiza la perfecta unión entre la persona de Jesús y la nuestra; unión como la del alimento. “Tomen y coman”. “Tomen y beban”. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él".  Quien comulga con fe y amor puede en verdad decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí”.
La comunión, “unión con Cristo”, requiere y produce la comunión fraterna con el prójimo. No se recibe a Cristo en la hostia cuando se alimentan rencores, desprecios, explotación, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el cual Cristo mismo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”.
"Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía". Si la fe y el corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán y amarán en el prójimo.
Estas realidades inauditas sólo podemos creerlas y vivirlas fiándonos del mismo Hijo de Dios que nos las reveló. Es necesario orar con insistencia: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. Pero debe estremecernos la advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condena”. Decir que se cree en Jesús, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino que es negarlo.
Jesús instituyó la Eucaristía para salvación de todos los hijos de Dios: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. "Esto es mi Cuerpo entregado y mi sangre derramada por ustedes y por todos los hombres".
La Iglesia tiene el infinito tesoro de la Eucaristía, pero solamente lo disfrutan un tres por ciento de los bautizados. Para los demás la primera comunión es también la última. Triste realidad que no va con la voluntad de Jesús, presente para todos en la Eucaristía.
¿Por dónde tienen que ir los pasos de la Iglesia para que se distribuya el Pan de la salvación a sus destinatarios? Urge una amplia renovación de la catequesis eucarística que produzca una masiva conversión a Cristo Eucarístico, centro de la vida del cristiano, de la Iglesia y del mundo.  “Sólo los hombres eucarísticos podrán transformar el mundo” (Aparecida).     

EL SACRAMENTO DEL AMOR

En la Eucaristía, “fuente y plenitud” de la vida cristiana. La palabra “sacrificio” aplicada a la Eucaristía, no significa sufrimiento, sino ofrenda sagrada, que hace sagrado y salvífico el sufrimiento que soportó Cristo y nuestro sufrimiento actual.
La Eucaristía es la obra máxima de apostolado salvador, pues en ella compartimos con Cristo la obra de la redención universal, ofreciendo, ya desde ahora, en unión con Cristo, nuestra vida por la salvación de nuestros hermanos y del mundoentero, como él la ofreció también por nosotros. Es la manera de salvar la vida para la eternidad: “Quien pierda la vida por mí, la salvará”.

Te brindo la oportunidad de repasar algunos párrafos de la Exhortación apostólica de Benedicto XVI, “El Sacramento del amor”, cuya lectura te recomiendo vivamente, pues te ayudará a celebrar y vivir con mayor gozo y eficacia la Eucaristía.

1. Sacramento del amor, la Santísima Eucaristía, es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta “el amor más grande”, el amor que impulsa a “dar la vida por quienes se ama” (Jn 15, 13). En efecto, Jesús amó a los suyos hasta el extremo… Del mismo modo en el sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre.

2. En el Sacramento del altar el Señor sale al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, acompañándolo en su camino. En efecto, en este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad.

6. La Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia. La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía… Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial mediante la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos.

52. Los fieles, “instruidos por la Palabra de Dios, reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada juntamente con el sacerdote, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unión con Dios y entre sí” (SC).

70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida, nos asegura que “quien coma de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Pero esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come, vivirá por mí (Jn 6, 57)… Comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, él nos hace partícipes de su vida divina…
La Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto espiritual agradable a Dios. “Los exhorto… a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Éste es el culto razonable” (Rm 12, 1).

 97. La Eucaristía nos permite descubrir que Cristo muerto y resucitado se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo… Vayamos llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar la promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).