miércoles, 9 de junio de 2010

Finalizando el año Sacerdotal

¿Año Sacerdotal? ¿De qué se trata?

Nuestro Papa –Benedicto XVI – ha proclamado un año Sacerdotal desde el 19 de de junio de 2009 –fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús- hasta el 19 de junio de 2010
La ocasión son los 150 años de la muerte de san Juan María Vianney,(1786 -1859), Cura de Ars, un pequeñísimo pueblito de Francia. Este sencillo párroco rural no especialmente docto, no hizo nada “extraordinario”; se dedicó a ser cura “cien por cien”. La Iglesia lo proclamó patrono de los párrocos.
Al dedicarles este año especial el Papa quiere alentar a los sacerdotes a reflexionar sobre el particular don que el Señor les ha regalado: el sacerdocio.
El sacerdote –por el sacramento del Orden Sagrado –es una “nueva criatura”, está configurado con Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, en cuyo nombre actúa; es “otro Cristo”.
Esta realidad sobrenatural reclama en el ordenado un “nuevo estilo de vida”, el que inauguró Jesús e hicieron suyo los Apóstoles. El sacerdote está comprometido de una manera especial a buscar la perfección moral y la santidad.
Así ocurre con la inmensa mayoría de los sacerdotes, en el marco de las limitaciones y fragilidades propias de todo ser humano. Esa mayoría que no son “noticia”: la “noticia” –bien lo sabe el periodismo- no es repetir que la oveja es blanca, sino descubrir que apareció “una oveja negra”…
Sin “idealizar” su figura, los fieles sabemos que la inmensa mayoría de sacerdotes están empeñados en su misión, consumiendo su total existencia en el servicio al pueblo de Dios. Por eso la Iglesia se siente orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo. Y los fieles sensatos no nos dejamos impresionar por la morbosa explotación que los críticos de la Iglesia Católica hacen de los escándalos que, lamentablemente, producen algunos sacerdotes. Más bien, debemos proclamar con firmeza la importancia de su presencia en la Iglesia y en la sociedad.
El Año Sacerdotal quiere alentar al sacerdote a profundizar su identidad y misión, a ser más fiel a su don, a vivirlo con alegría y a perseguir con ahínco la perfección moral y la santidad.
Pero este “hombre de Dios” (1ªTim. 6, 11) no es una “isla”: es sacerdote en y para una comunidad a la que sirve en los más variados aspectos de la evangelización, la liturgia y la caridad.
En consecuencia, el Año Sacerdotal no se circunscribe a los sacerdotes; involucra a todos los fieles y a cada comunidad en particular.
¡Qué fácil es decir que “necesitamos sacerdotes santos”! Los laicos somos tanto más exigentes con nuestros sacerdotes cuanto más condescendientes somos con nuestras propias debilidades. Por eso más que servir de “megáfono” de defectos y miserias ajenas, los fieles debemos preguntarnos que hacemos por aportar “algo” a la solución: ¿Rezamos por nuestros sacerdotes? ¿Les ofrecemos colaboración? ¿Nos interesamos por sus necesidades materiales? ¿Los acompañamos con nuestro interés y comprensión? ¿Tenemos en cuenta el lado “humano” del sacerdote, que también él pudo haber dormido mal esa noche, estar agotado, desalentado?
Como puede verse, además de ser un año de reflexión y recogimiento para los sacerdotes, de búsqueda de su identidad y misión, de vuelta a lo esencial, es también un año sacerdotal para toda la Iglesia, es decir para todos los bautizados. Todos debemos colaborar, de una u otra manera, para impulsar esta institución, querida por el mismo Jesucristo, donde se entrelazan misteriosamente la grandeza divina y la fragilidad humana.
El Año Sacerdotal, entre otras propuestas a nivel diocesano y parroquial, debe ser un año de oración de los sacerdotes, con los sacerdotes y por los sacerdotes

Arnaldo Cifelli
1ª Tes. 5, 21