miércoles, 11 de julio de 2012

Algo de Jacques Maritain


Hola, ¿leyó algo de Maritain? Si lo hizo, aquí hay algo para tenerlo a la mano. Si nó, lea esta confesión de fe. Y si quiere agregue algún comentario.


CONFESIÓN DE FE


Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en Londres, 1939, en la obra colectiva ‘I believe’. La versión en francés fue publicada en 1941 por Èditions de la Maison Française, editorial creada en Nueva York por Maritain y otros intelectuales franceses exiliados de guerra. Posteriormente fue incorporado como capítulo II del libro ‘El Filósofo en la Ciudad’ de 1960, y como tal figura en la ‘Obras Completas de Jacques y Raïssa Maritain’, publicadas por el
Cercle d’Études Jacques et Raïssa Maritain de Kolbsheim, Francia.



En mi infancia fui instruido en el ‘protestantismo liberal’. Más tarde llegué a compenetrarme de los diversos aspectos del pensamiento secular y laico. La filosofía cientista y fenomenológica de mis maestros de la Sorbona me llevó casi a desesperar de la razón. En algún momento llegué a creer que podría encontrar la certeza total en las ciencias, tanto que Felix Le Dantec pensaba que mi novia y yo llegaríamos a ser discípulos de su materialismo biológico. Mi mayor deuda a los estudios de esa época en la Facultad de Ciencias fue el encuentro con la mujer que desde entonces, para mi dicha, ha estado a mi lado en una perfecta y bendita comunión.

Bergson fue el primero que respondió a nuestro deseo profundo de verdad metafísica, y el que liberó en nosotros el sentimiento de lo Absoluto.

Antes de ser cautivado por Santo Tomás de Aquino, fui objeto de grandes influencias, aquellas de Charles Peguy, Henri Bergson y León Bloy. Al año de haber conocido a Bloy, mi esposa y yo fuimos bautizados católicos, ocasión en la que lo elegimos a él como nuestro padrino.

2 Jacques Maritain



Fue después de mi conversión al catolicismo que vine a conocer a Santo Tomás. Yo había peregrinado apasionadamente por todas las doctrinas de los filósofos modernos sin haber encontrado nada más que decepción y una incertidumbre extrema. Lo que ahora experimentaba fue como la iluminación de la razón. Mi vocación de filósofo despertó en toda su claridad.

‘Hay de mí si no tomistizara’, escribí en uno de mis primeros libros. Hoy, al cabo de treinta años de trabajo y combates, he seguido caminando por esa misma senda, con el sentimiento de una profunda y creciente simpatía por las exploraciones, descubrimientos y agonías del pensamiento moderno, en la medida en que lo penetro a la luz de esa sabiduría desarrollada a través de siglos, una sabiduría resistente a las fluctuaciones del tiempo.

Pero para avanzar por esta ruta estamos obligados a conjugar extremos muy distantes, porque nuestros problemas no tienen soluciones pre-diseñadas en la herencia de los antiguos. También estamos obligados a entresacar meticulosamente la sustancia pura de las verdades – rechazadas por muchos modernos en su aversión a las que consideran despreciables opiniones del pasado – de toda la escoria, los prejuicios, las imágenes añejas y las construcciones arbitrarias que muchos tradicionalistas confunden con lo que realmente debe ser venerado como inteligente.

He hablado de las diferentes experiencias por las que he pasado, porque me han dado la oportunidad de experimentar personalmente el estado mental del libre pensador idealista, del converso inexperto y del cristiano que toma conciencia, en proporción directa al enraizamiento de su fe, de las purificaciones de que debe ser objeto esa fe. También he alcanzado alguna idea experimental de lo que valen tanto el campo de los anti-religiosos como el campo de los indecisos y neutrales. Ninguno de ellos vale mucho.

Pero la peor desgracia del segundo de esos campos es que conlleva el riesgo de comprometer consigo a la Iglesia inocente y perseguida, el Cuerpo Místico de Cristo, cuya vida esencial, sine macula sine ruga, está en la Verdad y en los santos, y que viaja hacia su perfección a través de sus propias debilidades y de la ferocidad del mundo.



Confesión de Fe 3



En mi opinión, Dios nos educa por medio de nuestros propios fracasos y errores, para hacernos entender que sólo debemos creer en Él y no en los hombres – lo que nos induce a maravillarnos, a pesar de todo, de la bondad de los hombres y de todo el bien que hacen a pesar de ellos mismos. Yo he llegado decididamente a la conclusión de que, en la práctica, sólo hay dos caminos para conocer las cosas en profundidad o, si se quiere, dos "sabidurías", cada cual una especie de locura, aunque de maneras opuestas.

Un camino es el de los pecadores, que en su afán de purgar las cosas de sus impurezas, se adhieren al vacío del que están hechas esas cosas y, consecuentemente, alcanzan una experiencia completa del mundo, más en la maldad del mundo que en su bondad.

El otro camino es el camino de los santos, que adhieren a la Bondad subsistente, Autor de todas las cosas, y reciben en el amor la experiencia plena de Dios y de su creación, y que, de seguro, se entregan al mundo por medio de sus sufrimientos y de su compasión.

Pues bien, es normal esperar que los discípulos de la sabiduría vana, si no se han endurecido mucho por el orgullo y si son leales a sus propias experiencias, serán salvados finalmente "por el fuego" de los amantes de la sabiduría verdadera. Y si llegasen a vivir para ser convertidos, tal vez lleguen a ser más duros que otros para censurar a sus hermanos todavía en la oscuridad, de modo que, después de haber probado las delicias del mundo, llegarán a probar por un momento las delicias de sus virtudes y continuarán siendo vanos hasta el último día, cuando entren en la eternidad.

* * *

Este no es lugar para exponer tesis de la filosofía especulativa. Solamente diré que considero que la filosofía Tomista es una filosofía viviente y presente, con todo el poder de avanzar en la conquista de nuevas áreas de descubrimiento justamente porque sus principios son firmes y orgánicamente relacionados.

Confrontados con la sucesión de las hipótesis científicas, algunas mentes se sorprenden que alguien pueda encontrar hoy día inspiración en los principios metafísicos reconocidos por Aristóteles y Santo Tomás, enraizados en la herencia intelectual más vieja de la raza humana. Mi respuesta es que el teléfono y la radio no impiden que el hombre tenga dos brazos, dos piernas y dos pulmones, ni que se enamore y busque la felicidad como hicieron sus antepasados. Además, la verdad no reconoce criterios cronológicos, y el arte del filósofo no debe ser confundido con el arte de los diseñadores de las modas.

En un nivel más profundo, debemos explicar que el progreso en las ciencias de los fenómenos, donde el aspecto "problema" es tan característico, tiene lugar principalmente por sustitución de una teoría por otra que aporta hechos y fenómenos menos conocidos. En cambio, en la metafísica y la filosofía, donde el aspecto "misterio" es predominante, el progreso tiene lugar primeramente por una penetración cada ves más profunda. Además, los diferentes sistemas filosóficos, no obstante lo erróneamente fundados que sean, constituyen en alguna medida, en su conjunto, una filosofía virtual y fluida, en la que se sobreponen formulaciones contradictorias y doctrinas adversas, y que es sobrellevada por los aspectos de verdad que contiene. Por ello, si existe entre los hombres un cuerpo doctrinal sustentado por completo sobre principios verdaderos, tal doctrina incorporará, más o menos tardíamente, a causa de la pereza de sus defensores, pero progresivamente en sí misma tal filosofía virtual, dando forma, en un grado proporcionado, a su ordenación orgánica. Tal es mi idea sobre el progreso de la filosofía.

Si agrego a continuación que la metafísica que considero fundada en la verdad puede ser descrita como un realismo crítico y como una filosofía de la inteligencia y del ser o, más precisamente, como una filosofía del ‘acto de existir’, considerado como el acto y la perfección de todas las perfecciones, me estoy refiriendo, por supuesto, a fórmulas que sólo interesan a los especialistas.

Así, pues, una breve reflexión sobre el significado histórico de la filosofía moderna puede ser, sin duda, mejor apreciado.

4 Jacques MaritainConfesión de Fe 5



En la Edad Media la filosofía fue ordinariamente y de hecho considerada como un instrumento al servicio de la Teología. Todavía no había alcanzado, culturalmente, un estado correspondiente a su naturaleza. El advenimiento de una filosofía o sabiduría secular o laica, que paulatinamente ha completado su propia formación de acuerdo a sus propias finalidades, ha sido, pues, una respuesta a una necesidad histórica.

Desafortunadamente, este trabajo ha tenido lugar en un marco de división y de sectarismo racionalista. Descartes separó la filosofía de toda sabiduría superior, de todo aquello que en el hombre es superior al hombre.

Estoy convencido de que la gran carencia del mundo y de la civilización en el orden intelectual, en los últimos tres siglos, ha sido la de una filosofía que desarrolle sus exigencias autónomas en un clima cristiano, una filosofía o sabiduría de la razón no cerrada sino abierta a la sabiduría de la gracia.

La razón en nuestros días debe batallar en contra de la deificación de los elementos y de los instintos, fuerzas que amenazan con destruir la propia civilización. En semejante lucha, la tarea de la razón es una tarea de integración, en el entendido que la inteligencia no es el enemigo del misterio, sino que vive en él. La razón debe alcanzar un debido entendimiento tanto con el mundo irracional de la afectividad y de los instintos, así como con el mundo de la voluntad, de la libertad y del amor, pero también con el mundo sobrenatural de la gracia y de la vida divina.

Al mismo tiempo, la armonía dinámica de los grados del saber llegará a ser más manifiesta. Desde este punto de vista, el problema propio de la edad en que estamos entrando será, según me parece, el de la reconciliación de la ciencia con la sabiduría. Las ciencias en sí mismas parecen invitar al trabajo de la inteligencia. Me parece verlas desprenderse de los residuos de la metafísica materialista y mecanicista que por algún tiempo mantuvo ocultas las características que le son propias. Ellas necesitan de una filosofía de la naturaleza, en cuanto el magnífico progreso de la física contemporánea está restaurando la sensibilidad científica en torno al misterio tartamudeado por el átomo y por el universo.

6 Jacques Maritain



Una crítica del conocimiento originada en un espíritu genuinamente realista y metafísico tiene, consecuentemente, la oportunidad de ser escuchada cuando afirma la existencia de estructuras de conocimiento específica y jerárquicamente distintas – distintas pero no separadas – y cuando muestra que todas ellas corresponden a tipos de explicación originales que no pueden ser sustituidos unos por otros.

* * *

Los griegos reconocieron la gran verdad de que la contemplación, en sí misma, es superior a la acción. Pero, al mismo tiempo, transformaron esa verdad en un error: ellos creían que la raza humana existe para beneficio de los intelectuales. Para ellos, existía una categoría de especialistas, los filósofos, destinados a vivir una vida sobrehumana, en tanto que la vida propiamente humana, esto es, la vida civil y política existía para servirlos a ellos. Para servir en esa vida civil y política estaba la vida subhumana del trabajo que, en definitiva, era la vida de los esclavos. Así, la noble verdad de la superioridad de la vida contemplativa fue dirigida hacia el menosprecio del trabajo y hacia el mal de la esclavitud.

La cristianidad transfiguró todo esto. Le enseño al hombre que el amor tiene mayor valor que la inteligencia. Transformó la noción de contemplación, la que ya no se detiene en el intelecto sino en el amor de Dios, el objeto contemplado. Transformó su significado humano en acción de servicio a nuestro vecino y rehabilitó al trabajo descubriendo su valor de redención natural, como si fuese una prefiguración natural de la comunicación de la caridad. Llamó a la contemplación de los santos y a la perfección, no a unos pocos especialistas y privilegiados, sino a todos los hombres, todos ellos proporcionalmente limitados por la ley del trabajo. De este modo, el hombre es al mismo tiempo "homo faber" y "homo sapiens", siendo verdaderamente "homo faber" antes y en orden a llegar a ser "homo sapiens". De esta manera la cristiandad salvó la idea griega de la superioridad de la vida contemplativa, transfigurándola y liberándola del error que la corrompía.

La contemplación de los santos completa y consuma la aspiración natural a la contemplación, que es consustancial en el hombre, y de lo cual dan testimonio los sabios de India y Grecia. Es a través del amor que el conocimiento de las cosas divinas se vuelve experimental y fructífero. Y precisamente porque este conocimiento es

Confesión de Fe 7



el trabajo del amor en acto, también se transforma en acción en virtud de la propia generosidad y abundancia del amor, que es la entrega de sí mismo. Así la acción proviene de la abundancia de la contemplación, y es por eso que, lejos de suprimir a la acción u oponerse a ella, la contemplación la vivifica. Es en este sentido, en relación a la generosidad esencial de la contemplación del amor, que debemos reconocer con Bergson, en la superabundancia y exceso del darse a sí mismo de la mística cristiana, el signo de su éxito en alcanzar la cima heroica de la vida humana.

* * *

La búsqueda de la más alta contemplación y la búsqueda de la más alta libertad son los dos aspectos de una misma búsqueda. En el orden de la vida espiritual, el hombre aspira a una libertad absoluta y perfecta y, por lo tanto, a una condición sobrehumana, de lo que dan evidencia los sabios de todos los tiempos. Así como la función de la ley es una función de protección, la de la educación de la libertad es una función del pedagogo. En la conclusión de esta enseñanza, el hombre espiritualmente perfecto está libre de toda servidumbre, incluso, como dice San Pablo, de la servidumbre de la ley, porque el hace espontáneamente lo que es propio de la ley y es, simplemente, un solo espíritu y un solo amor con el Creador.

* * *

Según mi modo de pensar, la búsqueda de la libertad está también en la base del problema social y político. Pero, en el orden de la vida temporal, no se trata ya de una libertad divina como objeto de nuestras aspiraciones, sino más bien de una libertad proporcionada a la condición humana y a las posibilidades naturales de nuestra existencia terrestre. Es muy importante no engañarnos a nosotros mismos sobre la naturaleza del bien que perseguimos. No se trata simplemente de la conservación de la libertad de elección de cada cual, ni de la libertad del poder de la comunidad social. El bien de que se trata es la libertad de expansión de la persona humana como parte del pueblo participante en ese bien. La sociedad política tiene como propósito el desarrollo de las condiciones de la vida en común, las que, mientras aseguran primeramente el bien y la paz del todo, deben ayudar positivamente a cada persona en particular en la progresiva conquista de su libertad de expansión, una libertad que consiste por encima de todo en el florecimiento de la vida moral y racional.

8 Jacques Maritain



Así, la justicia y la hermandad constituyen los verdaderos fundamentos de la vida social. La sociedad debe subordinar a los bienes verdaderamente humanos todos los bienes materiales, el progreso tecnológico y los medios del poder que también forman parte del bien común social.

Creo que las condiciones históricas y el estado todavía retrógrado del desarrollo humano hacen difícil que la vida social pueda alcanzar en plenitud sus fines. Es más, en relación a las posibilidades y exigencias que el Evangelio nos presenta en la vida social, estamos todavía en una edad prehistórica.

Como vemos hoy en la psicosis de las masas que adoran a Stalin o a Hitler, o sueñan con el exterminio de los grupos que ellos consideran diabólicos, en particular de los judíos, a no dudarlo porque son el pueblo de Dios, las comunidades humanas cargan con el peso de un mal de animalidad voluntariamente deseado, por lo que tomará siglos para que la vida de la personalidad llegue a integrar verdaderamente en las masas esa plenitud a que aspira. Sin embargo, todavía es cierto que el fin hacia el que tiende la vida humana es procurar el bien común de la multitud, de tal modo que la persona concreta, no solamente una categoría de privilegiados, sino toda la masa entera, acceda realmente a la medida de independencia que conviene a la vida civilizada y que asegure a la vez las garantías económicas del trabajo y de la propiedad, los derechos políticos, las virtudes civiles y el cultivo del espíritu.

Estas ideas están directamente asociadas con una visión más amplia que, según me parece, puede ser designada más propiamente con la expresión humanismo integral, la que envuelve una filosofía global de la historia humana. Tal humanismo, en cuanto considera al hombre en la integridad de su ser natural y sobrenatural y que no pone límites a priori a la presencia divina en el hombre, puede ser llamado también humanismo de la Encarnación.

En el orden social temporal no les pide a los hombres sacrificarse al imperialismo de la raza, de la clase o de la nación. Sólo les pide sacrificarse por una vida mejor para sus hermanos y por el bien concreto de la comunidad de personas. Es por eso que no puede ser menos que un humanismo heroico.

Confesión de Fe 9



Se ha afirmado frecuentemente que el liberalismo burgués – que trata de fundar todo en el individuo, considerado como un pequeño dios, y en la bondad de sus placeres, en una libertad absoluta de propiedad, negocios y placeres de la vida – termina fatalmente en estatismo. La regla del número produce la omnipotencia del Estado, del rumiante estado plutocrático. El comunismo puede ser considerado como una reacción contra este individualismo. Al hacerlo, reclama estar orientado hacia la emancipación absoluta del hombre, el que por ello llegará a ser el dios de la historia. Sin embargo, la realidad de tal emancipación, suponiendo que fuese alcanzada, sería la emancipación del hombre colectivo y no de la persona humana. La sociedad, considerada sólo como comunidad económica, esclavizaría la vida misma de la persona, porque el trabajo esencial de la sociedad civil consistiría sólo en funciones económicas, en lugar de estar subordinado a la libertad de expansión de las personas: lo que los comunistas proponen como una emancipación del hombre colectivo no sería más que la esclavización de las personas humanas.

¿Qué decir de las reacciones anti-comunistas y anti-individualistas de tipo totalitario o dictatorial? No es en el nombre de la comunidad social y de la libertad del hombre colectivo, sino en el nombre de la dignidad soberana del Estado, un estado de tipo carnívoro, o en el nombre del espíritu del pueblo, en el nombre de la raza y de la sangre, que ellos tratan de anexar al hombre en su totalidad a un todo social en que la única persona que disfruta de los privilegios de la personalidad es, propiamente hablando, la persona del tirano.

Esta es la razón por la que los estados totalitarios, necesitando para sí la devoción total de la persona, y no teniendo sentido alguno de respeto por la persona, buscan inevitablemente principios de exaltación en mitos de grandeza externa y en la interminable lucha por el poder y el prestigio. Esto tiende, por su propia naturaleza, a la guerra y a la autodestrucción de la comunidad civilizada. Si hay gente en la Iglesia – y ellos son cada vez menos – que creen en dictaduras de este tipo para promover la religión de Cristo y la civilización cristiana, se olvidan que el fenómeno totalitario es un fenómeno religioso aberrante, en el que el misticismo terrestre devora todos los demás misticismo, cualesquiera que sean, y no tolerará ninguno aparte de sí mismo.

10 Jacques Maritain



Confrontados con el liberalismo burgués, con el comunismo y con el estatismo totalitario, lo que necesitamos – no me canso de decirlo – es una nueva solución, una solución que es, al mismo tiempo, personalista y comunitaria, una solución que entiende la sociedad humana como una organización de libertades. De este modo llegamos a la concepción democrática, una comunidad de hombres libres, completamente diferente de la de Juan Jacobo Rousseau. Nosotros la llamamos pluralista, porque requiere que el cuerpo político garantice orgánicamente las libertades de las diferentes familias espirituales y de los diferentes organismos sociales que lo forman, comenzando por la comunidad natural básica, la sociedad familiar.

El drama de la democracias modernas consiste en que, bajo las apariencias de un error – la deificación de un individuo ficticio completamente encerrado en sí mismo – han perseguido sin saberlo una cosa buena: la expansión de la persona real, abierta a realidades más altas y al servicio común de la justicia y la hermandad.

La democracia personalista sostiene que cada cual está llamado, en virtud de la dignidad común de la naturaleza humana, a participar activamente en la vida política, y que aquellos que ostentan la autoridad – que es una función vital en la sociedad que importa el derecho real de dirigir al pueblo – deberían ser libremente designados por el pueblo. Esta es la razón por la que la democracia personalista ve en el sufragio universal el primer elemento práctico, mediante el cual la sociedad toma conciencia de sí misma, y a lo que no podrá renunciar en caso alguno. No tiene, pues, un lema mejor y más significativo que el lema republicano, entendido como se ha señalado, ni una condición establecida en la que el hombre puede ser instalado, sino una finalidad a ser alcanzada, una meta difícil y elevada a la que el hombre debe tender a fuerza de coraje, justicia y virtud.

Porque la libertad debe ser conquistada, mediante la eliminación progresiva de muchas formas de servidumbre, ya que no es suficiente proclamar la igualdad de los derechos fundamentales de la persona humana, cualquiera sea su raza, su religión o su condición. Esta igualdad debe transformarse en términos reales y efectivos en hábitos y en estructuras sociales, para dar sus frutos a una escala cada vez mayor de participación de todos en el bien común de la civilización.

Confesión de Fe 11



Finalmente, la fraternidad en el cuerpo político requiere que la más alta y la más generosa de las virtudes, el amor hacia el que el Evangelio ha llamado a nuestra especie malagradecida, sea incorporado al propio orden de la vida política. Una democracia personalista no es realmente concebible sin la super-elevación que la naturaleza y la civilización recibe, cada una en su propio orden, de las energías del fermento cristiano.

Estoy convencido que el advenimiento de tal democracia, que presupone la superación de los antagonismos de clase, exige que, por medio de una genuina renovación de la vida y la justicia, nos desplacemos verdaderamente más allá del capitalismo y más allá del socialismo, cada uno de los cuales está viciado por la concepción materialista de la vida. Nada es más opuesto a la democracia personalista que el totalitarismo fascista – sea social nacionalista o nacional socialista – que va más allá del capitalismo sólo a través de la convulsión de sus engendros diabólicos.

Permítanme destacar que los cristianos están enfrentados hoy día, en el orden social temporal, con problemas bastante similares a aquellos que sus ancestros de los siglos XVI y XVII enfrentaron en el área de la filosofía de la naturaleza. En esa época, la física y la astronomía moderna, todavía en sus comienzos, se identificaban con las filosofías opuestas a la tradición. Los defensores de la tradición, no sabiendo como hacer las distinciones necesarias, tomaron partido contra lo que llegaría a ser la ciencia moderna, al mismo tiempo que se oponían a los errores filosóficos que al comienzo eran verdaderos parásitos de las ciencias. Tomó tres siglos deshacerse de este malentendido, si es que en realidad el mundo se ha deshecho de él. Sería una muy triste historia si hoy fuésemos culpables, en el terreno de la filosofía práctica y social, de semejantes errores.

En palabras del Papa Pío XI, el gran escándalo del siglo XIX fue el divorcio de las clases trabajadoras de la Iglesia de Cristo. En el orden temporal, la separación moral de las masas trabajadoras de la comunidad política fue una tragedia comparable. El despertar en las masas trabajadoras a lo que el vocabulario socialista llama la "conciencia de clase", nos parece un gran logro, en cuanto vemos en él que el hombre se da cuenta de la dignidad humana ofendida y humillada y de una cierta vocación. Pero esa toma de conciencia ha sido encade

12 Jacques Maritain



nada a una calamidad histórica, porque ha sido estropeada por el evangelio de la desesperanza y de la guerra social, que está en la base de la idea marxista de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado. Y fue precisamente a esta concepción secesionista, cuyo protagonista fue Marx y cuya demanda es que los proletarios de todos los países reconozcan sólo el bien común de su clase, a la que la ceguera de las clases dominantes del siglo XIX empujó a las masas trabajadoras.

Quienquiera que reflexione sobre estos hechos fundamentales y en la historia del movimiento obrero, entiende que el problema central de nuestros tiempos es el problema temporal y espiritual de la reintegración de las masas. Desde mi punto de vista, no puede ser sino una solución artificial e ilusoria del problema, cuando se ha hecho el intento, como en el caso del Nacional Socialismo alemán, de producir esclavos felices por medio de la violencia unida a mejoramientos materiales, buenos en sí mismos, pero logrados por un espíritu de dominación y en un afán de imponer técnicas psicológicas destinadas a satisfacer turbios apetitos. El hecho es que sólo se pueden fabricar esclavos infelices, robots de no-ser.

No obstante lo difícil, lento y doloroso que pueda ser, la reintegración del proletariado dentro de la comunidad nacional – no para ejercer en ella un tipo de dictadura, sino para colaborar en cuerpo y alma en el trabajo de la comunidad – sólo podrá tener lugar realmente, esto es, humanamente, mediante una transformación de las estructuras sociales llevada a cabo en un espíritu de justicia. No soy tan ingenuo como para creer que esta reintegración puede ser alcanzada sin golpes y sacrificios, por una parte, respecto al bienestar de los hijos privilegiados de la fortuna y, por la otra, en relación a las teorías y a los instintos destructivos de los fanáticos revolucionarios. Pero estoy persuadido de que, lo que se requiere por sobre todo, es la libre cooperación de los líderes de los trabajadores (elites) y de las masas que los siguen, colaboración que debe tener lugar conjuntamente con un mejor entendimiento de las realidades históricas y con una toma de conciencia de la dignidad del ser humano como trabajador y ciudadano. De esa manera, el retorno de las masas a la cristiandad será alcanzado solamente por medio del amor, quiero decir del amor más fuerte que la muerte, el fuego del Evangelio.

Confesión de Fe 13



No debemos perder nunca la esperanza de una nueva Cristiandad, un nuevo orden de inspiración cristiana. Pero ahora los medios deben corresponder al fin, y son actualmente el fin mismo en estado de movimiento y preparación. Si esto es así, es claro que para preparar un orden social cristiano debemos usar medios cristianos, esto es, medios verdaderos, medios justos, medios animados, incluso cuando son duros por necesidad, de un genuino espíritu de amor. En dos libros publicados en 1930 y 1933 (‘Religión y Cultura’ y ‘Del Régimen Temporal y la Libertad’), he insistido extensamente sobre estos axiomas de verdad. Nada es más serio y escandaloso que ver, como hemos visto por años en algunos países, el uso de medios inequitativos y bárbaros por hombres que dicen actuar en nombre del orden cristiano y de la civilización cristiana. Es una verdad que forma parte de la naturaleza misma de las cosas, que la Cristiandad será renovada por medios cristianos o será completamente eclipsada.

* * *

El presente estado de las naciones nos obliga a declarar que el espíritu nunca ha sido más profundamente humillado en el mundo. Pero al final es el pesimismo el que lo tira a la basura, porque descarta la gran ley que podríamos llamar ley del movimiento doble de las energías de la historia. Mientras el desgaste y el deterioro, a causa del tiempo, diluye y degrada las cosas del mundo y la "energía de la historia" – lo que está referido a la propia actividad humana de la que depende el movimiento histórico –, las fuerzas creativas características del espíritu y de la libertad testigo de ellas, fuerzas que de ordinario encuentran su punto de aplicación en el esfuerzo de unos pocos – que por ello se entregan al sacrificio – incrementan más y más la calidad de esa energía. Éste es exactamente el trabajo del Hijo de Dios en la historia, es el trabajo de los cristianos que no defraudan su propio nombre.

La gente no entiende en absoluto este trabajo si imaginan que está destinado a instalar en el mundo un estado en el que todo mal e injusticia haya desaparecido. Si ese fuera estúpidamente el propósito, sería sumamente fácil, en consideración al resultado, condenar al cristianismo como una utopía. El trabajo que el cristiano debe llevar a cabo es sostener e incrementar en el mundo la tensión interna y el lento y doloroso movimiento de liberación, tensión y movimiento debidos al invisible poder de la verdad y la justicia, a la bondad del amor, actuando sobre las masas que se le oponen. Este trabajo no puede ser en vano, pues, con seguridad producirá sus frutos.

14 Jacques Maritain



Ay del mundo si los cristianos le vuelven la espalda, si fracasaran en su trabajo, cual es elevar aquí en la tierra la carga y la tensión de lo espiritual; si escuchan a líderes ciegos de aquella ceguera que busca los medios hacia el orden y el bien en aquellas cosas que, por sí mismas, conducen a la disolución y a la muerte. No nos hacemos ilusiones sobre la miseria de la condición humana y de la maldad del mundo. Pero tampoco nos hacemos ilusión alguna acerca de la ceguera y del mal proceder de los pseudo realistas que cultivan y exaltan el mal a fin de combatir el mal, y que toman el Evangelio como un mito decorativo que no puede ser considerado seriamente si no quiebra la maquinaria del mundo. Ellos mismos asumen, mientras tanto, la tarea de destruir, agitar y atormentar a este mundo infeliz.

El fermento de los fariseos, en contra del cual Cristo nos pone en guardia, es una tentación permanente para la conciencia religiosa. Indudablemente, este fermento no será desterrado completamente del mundo hasta el término de la historia. Mientras tanto, sea en el orden social como en el espiritual, no debemos nunca abandonar nuestra lucha contra él. Por grande que sea la masa del mal a la que la masa de fariseísmo se opone, esta última es siempre igualmente mal, porque el bien así opuesto a la maldad es un bien que no da vida sino que mata, como la letra sin espíritu: es un bien que deja a Dios sin recursos en el hombre.

Una de las más importantes lecciones ofrecidas por la experiencia de la vida consiste en que, de hecho, en la conducta práctica de la mayoría de la gente, todas aquellas cosas que en sí mismas son buenas y muy buenas – ciencia, progreso técnico, cultura, etc., e incluso el conocimiento de las leyes morales y de la fe religiosa en sí misma, fe en el Dios viviente (que por sí demanda amor y caridad) – todas esas cosas, sin amor y buena voluntad, sólo sirven para hacer a los hombres más malos y más infelices. Así, en lo que concerniente a la fe religiosa, esto fue demostrado en la Guerra Civil Española por los sentimientos inhumanos surgidos tanto en los "cruzados" como en los "rojos", pero que fueron confirmados en los primeros en el santuario del alma. Lo que sucede es que, sin amor y sin caridad, el hombre convierte lo mejor de sí mismo en una maldad que es todavía más grande.

Confesión de Fe 15

Cuando uno ha entendido esto, ya no pone sus esperanzas terrenales en nada menos que en la buena voluntad de que habla el Evangelio – habla de buena voluntad, no de buen deseo –; pone sus esperanzas en esas oscuras energías de pequeña bondad real que persiste en hacer germinar y re germinar la vida en las profundidades secretas de las cosas. No hay nada más desvalido, nada más escondido, nada más cercano a la debilidad de un niño. Y no hay sabiduría más fundamental o más efectiva que aquella de la simple y tenaz confianza, no en los medios de violencia, engaño y malicia, que ciertamente son capaces de aplastar al hombre y de triunfar, como los granos de arena son capaces de estrellarse unos contra otros, sino la simple y tenaz confianza en los recursos del coraje personal para darse uno mismo y de la buena voluntad para hacer como se debe las tareas de cada día. A través de este desinteresado espíritu fluye el poder de la naturaleza y del Autor de la naturaleza.