jueves, 31 de mayo de 2012

La Visitación de María a su prima Isabel

Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"» (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

(Fuente: L’Osservatore Romano – Edición en español 2-Oct-96


miércoles, 30 de mayo de 2012

Santa Juana de Arco



«Desde que el querido Péguy se fue hacia su final -uno, dos- golpeando las suelas de sus enormes zapatos contra el suelo -uno, dos- con el pañuelo de cuadros en la nuca -uno, dos- en la polvareda veraniega... quisiéramos que Juana de Arco perteneciera solo a los niños». Acertaba George Bernanos cuando sugería que sólo la mirada de los niños, como la que poseía el poeta de Orleáns, Charles Péguy, podía comprender la historia de la «pequeña heroína que un día pasó con desenvoltura de la hoguera de la Inquisición al paraíso, ante las narices de cincuenta teólogos». Todo el cristianismo puede convertirse en pasado muerto, pretexto e instrumento de chantajes y luchas de poder, si en el tronco endurecido de la historia cristiana no florece un nuevo brote, si un gesto nuevo del Señor no suscita hoy la esperanza, como ocurrió en los primeros pescadores que lo encontraron en el lago de Galilea.  (Gianni Valente - autor de estas notas sobre Santa Juana de Arco)



Los intelectuales -escritores, historiadores, clérigos, políticos-que se han sentido atraídos por las hazañas de la Doncella de Orleáns no han demostrado casi nunca esta apertura. Casi siempre se acababa transformando a Juana en un tótem, un símbolo (del nacionalismo francés, del feminismo, del idealismo obcecado, del integrismo católico, de la libertad de conciencia).

Y sin embargo, existe una preciosa y rigurosa documentación, que todos pueden consultar, en la que se narra con todo detalle la historia real de la muchacha analfabeta condenada a la hoguera por un tribunal eclesiástico en 1431, y canonizada por Benedicto XV en 1920. Se trata de las actas de dos procesos, el de condena, y sobre todo el de rehabilitación, que la Inquisición abrió en 1456, veinticinco años después del suplicio de Juana, por deseos del rey Carlos VII de Francia. Estas actas también fueron utilizadas en el proceso de canonización. Hojear estas páginas repletas de testimonios directos de quienes conocieron a Juana, las varias fases de su vida, es una ocasión única para intentar comprender su secreto.

Una de tantas

Jeannette, que nació el 6 de enero de 1412 en Domrémy, aldea de Lorena, en la frontera con el Imperio germánico, tiene de extraordinario sólo su normalidad. En sus testimonios, los habitantes de Domrémy, que la vieron crecer, repiten hasta la saciedad que Juana era una de tantas. Su amiga Hauviette, a la que Charles Péguy elegirá como coprotagonista de su Misterio de la caridad de Juana de Arco, recuerda que «se ocupaba, como las demás muchachas, de las labores de casa, hilaba y a veces -la he visto yo- iba a cuidar el rebaño de su padre». También uno de sus padrinos de bautismo, el campesino Jean Moreau, para hablar de Juana no encuentra nada mejor que referir sus ocupaciones, banales, cotidianas: «Sus padres no eran muy ricos, y ella, hasta el momento en que dejó la casa de su padre, iba con el arado y a veces llevaba los animales al campo.

Hacía además todas las tareas femeninas, hilaba, y todas esas cosas». Los gestos sencillos de la fe cristiana son al mismo tiempo parte y nutrición de esta trama cotidiana que tienen en común Jeannette y sus paisanos. Como todas las demás niñas, Jeannette aprende las oraciones sobre las rodillas de su madre. Más tarde dirá a los teólogos que la juzgan, que intentan confundirla con sus preguntas difíciles: «Mi madre me enseñó el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo. Nadie más que mi madre me ha enseñado mi fe».

Un rasgo especial que puede adivinarse en la vida de Jeannette lo descubrimos por la otra palabra que utilizan repetidamente quienes vivieron cerca de ella: el adverbio con mucho gusto. Con mucho gusto hilaba, con mucho gusto cosía, con mucho gusto hacía las demás faenas de casa. Y, sobre todo, con mucho gusto iba a la iglesia, cuando sonaban las campanas, buscando el consuelo de la confesión y la Eucaristía. Comenta Régine Pernoud, la gran medievalista francesa desaparecida en 1998, que dedicó veinte volúmenes a la santa de Orleáns: «Con esta palabra tan sencilla, libenter, aquella pobre gente quizá nos ha puesto en las manos los rasgos más preciosos de Juana». Cierta alegría leve, el reflejo cotidiano de los dones de la vida cristiana, que hará que Jacques Esbahy, un ilustre burgués de Orleáns, diga: «Estando a su lado se sentía una gran alegría».

Un pueblo alegre

Aquellos eran tiempos difíciles. Acaba de producirse el cisma de Occidente, pero el papado sigue en pésimas condiciones. También Francia, hija predilecta de la Iglesia, vive decenios terribles, con la nobleza dividida en facciones, una regencia incierta y buena parte del territorio bajo dominio extranjero, el dominio inglés. Pero en esta situación histórica tan dolorosa, entre saqueos, desgracias y carestías, los relatos de los paisanos de Domrémy dejan entrever esa trama cotidiana de consuelo y alegría, el milagro cotidiano de lo que Péguy definía «un pueblo alegre». Un pueblo que en los sucesos de cada día se consuela y guía con el sonido familiar de la campana que suena por los campos, mientras los altos cargos eclesiásticos, divididos en bandas, se afanan en sus lúgubres luchas de poder.

Esta cotidianidad será siempre para Juana lo más precioso, incluso cuando el destino la lleve a realizar sus extraordinarias hazañas. A Jean de Novelonpont, el primer soldado que dará crédito a su misión, al que conoció en Vaucouleurs, Juana le dice: «Habría preferido quedarme hilando junto a mi madre, porque esta no es mi profesión, pero es necesario que yo lo haga porque mi Señor así lo desea». Y en el momento de la apoteosis, después de conducir el ejército hacia la liberación de Orleáns y conseguir que fuera coronado en la Catedral de Reims el delfín Carlos VII, rey de Francia, repitió precisamente al obispo de Reims: «Dios quiera, creador mío, que pueda yo ahora retirarme y ayudar a mi padre y mi madre a gobernar las ovejas. Dios quiera que pueda volver con mi hermana y mis hermanos, que se alegrarían de verme».

La comunión con los niños

Leyendo los testimonios del proceso de rehabilitación, es fácil dar con la fuente que riega y alegra los días y las ocupaciones de Juana. El riachuelo que atraviesa toda su vida, desde los años escondidos de la época campesina a los pocos meses convulsos y exaltados de las empresas guerreras, y del que puede beber todo cristiano, son la oración, los sacramentos, la misa dominical. Desde que era niña, Juana saca abundante provecho de los frutos de gracia de la comunión y la confesión. Leamos al azar. Recuerda su padrino Jean Moreau: «Jeannette iba a menudo y con mucho gusto a la iglesia y a la ermita de Notre-Dame de Bermont, en Domrémy, a veces incluso cuando sus padres creían que estaba arando o en los campos. Cuando oía las campanas de completas y estaba en el campo, iba a la ciudad, a la iglesia, para oírla». El cura de una parroquia cercana, Dominique Lacón, recuerda que «cuando oía el sonido de completas, se arrodillaba y decía devotamente las oraciones». El sacristán de Domrémy, Perrin Drapier, cuenta incluso las regañinas que le dirigía la chiquilla cuando él se olvidaba de tocar las campanas: «Cuando no tocaba las completas me regañaba, diciendo que no había hecho bien, y me había prometido incluso que me daría un poco de lana para que yo tocase diligentemente las completas». Durante la época de su aventura guerrera, Juana buscará aún más insistentemente el socorro de los sacramentos, como el sediento que busca el refrigerio del agua de la fuente. «Si pudiéramos oír misa», le dice a sus compañeros ya al principio, mientras se dirige a Chinon para ver al delfín de Francia, «lo haríamos con mucho gusto». El confesor de Juana, el ermitaño de San Agustín, Jean Pasquerel, que la siguió desde Tours hasta la liberación de Orleáns, cuenta: «Juana se confesaba casi cada día, y comulgaba con frecuencia. Cuando estábamos en un lugar donde había un convento de frailes mendicantes, me decía que le recordara el día en el que los niños que ellos educaban recibían el sacramento de la Eucaristía para ir ella también con los niños a recibirlo, como hacía a menudo. Cuando se confesaba, lloraba. Cuando salió de Tours hacia Orleáns, me pidió que no la dejara, que me quedara siempre junto a ella como confesor». Un pelotón de sacerdotes, por deseos de Juana, acompañaba siempre a las tropas: «Dos veces al día, por la mañana y por la noche, me hacía reunir a todos los sacerdotes, quienes cantaban antífonas e himnos a María, y Juana estaba con ellos. No quería que estuvieran también los soldados que no hubieran confesado. Por eso los exhortaba a confesarse para poder participar en la reunión». En aquella insólita situación, entre cargas, asedios y sobresaltos nocturnos, la soldadesca más tosca se asombra cuando Juana consigue que incluso el cabecilla de los bandoleros, La Hire, se arrodille para confesarse.

Heroína por casualidad

Los años de la adolescencia campesina de Juana son los mismos en los que Francia parece fatalmente destinada a convertirse en provincia del rey de Inglaterra. El Tratado de Troyes (1420) sanciona la teoría de la doble monarquía, que concede la doble corona de rey de Francia e Inglaterra al descendiente de Enrique V de Lancaster y de Catalina de Francia. El designio inglés tiene aliados decisivos en tierra francesa: el duque de Borgoña y el de Normandía, que controlan buena parte de la Francia septentrional. Y sobre todo, la mayoría de los intelectuales, teólogos y canonistas de las universidades, junto con muchos obispos, que se apresuran a formular teorías teológico-políticas a favor de las pretensiones de los Lancaster. Ya desde 1412 el proyecto hegemónico había adquirido forma de verdadera guerra de conquista, con el ejército inglés que invade Francia. Es el comienzo del imperialismo inglés, que Régine Pernoud define «un esbozo del moderno colonialismo». Cuando en octubre de 1428 los ingleses comienzan el asedio a la ciudad de Orleáns, en el corazón de Francia, todos comprenden que la nación está ya perdida. A menos que no ocurriera un milagro.

Es entonces cuando Juana, la campesina analfabeta, la pastora de cabras, se llega ante el pusilánime Carlos, el delfín de Francia, refugiado con su corte en Chinon. Dice que la envía Dios para liberar a Francia. Le pide que le consienta ponerse al frente de las tropas para liberar Orleáns. Dice que ha recibido esta misión de Dios mediante voces, que ha oído efectivamente, y que le ordenaban que libertara Francia y condujera al delfín a Reims, para que fuera coronado en la Catedral, según la tradición, como rey de Francia. Los teólogos de la corte la someten a un examen para comprobar que no se trata de una charlatana. El dominico Guillermo Aimeri, escéptico en cuanto a las voces, le advierte que si Dios quisiera realmente liberar el pueblo de Francia de las calamidades, no serían necesarias las armas. Pero Juana le responde diciendo: «Hay que presentar batalla para que Dios conceda la victoria». El asunto de las voces será usado por el tribunal eclesiástico que la condenará a la hoguera como prueba de su herejía. Pero cuando Jeannette declara ante sus carniceros sobre este tema, se muestra extremamente sobria y decidida. «Tenía trece año cuando oí una voz que me mandaba Dios para guiarme en la vida; la primera vez me dio mucho miedo. Aquella voz me llegó en el mediodía, en verano, en el jardín de mi padre. Y no había ayunado el día anterior. Oí la voz que venía de mi derecha, hacia la iglesia, y a menudo la acompañaba una luz». En otros testimonios del proceso de condena, Juana habla también de visiones en las que se le habían aparecido algunos santos predilectos de la cristiandad francesa de aquella época: san Miguel, santa Margarita de Antioquía, santa Catalina de Alejandría. Mediante estos fenómenos misteriosos, y sin embargo tan concretos, Juana está segura de que la petición procede de Dios. Por eso responde sin titubeos. Pero Juana no tiene nada de asceta, no se la puede confundir con las profetas iluminadas que por aquel entonces pululaban por Francia. No cae en el mesianismo, ni cultiva ambiciones personales. Cuando la visionaria Catalina de la Rochelle se le acerca y le expone sus extrañas elucubraciones místicas, Juana le aconseja que «vuelva con su marido a gobernar la casa y dar de comer a sus hijos». Y cuando algunas damas le llevan la corona del rosario, para que la tocara, ella estalla en risas: «Tocadlas vosotras», dice, «que será lo mismo».

Milagro en Orleáns

El delfín consiente en las peticiones de Juana. En mayo de 1429 las tropas francesas, encabezadas por la muchacha analfabeta vestida de soldado, en solo ocho días liberan Orleáns. Todos los testimonios del proceso de rehabilitación que declaran sobre aquel hecho hablan como si se tratara de un acontecimiento inexplicable en la normalidad de la existencia. Algo que fue más allá de las probabilidades humanamente posibles, vistas las fuerzas de que se disponían. Valga por todas la relación de Juan II, duque de Alençon y príncipe de sangre real: «Pienso que la ciudad fue tomada por la fuerza de un milagro, no por la fuerza de las armas... Por lo que he oído decir a los soldados que estaban presentes, todos más o menos consideraban un milagro lo que ocurrido en Orleáns, y lo consideraban no como obra humana, sino como venida de lo alto». Juana, por su parte, no se atribuye ningún mérito. El influyente burgués Jacques Esbahy cuenta: «Todos los habitantes de Orleáns concuerdan en decir que nunca le oyeron a Juana atribuir a su propia gloria lo que ella misma había hecho, se lo atribuía todo a Dios e insistía siempre en que el pueblo no le rindiera honores».

Durante el proceso, Juana responderá siempre a las insistentes preguntas de sus jueces eclesiásticos con el humilde reconocimiento de haber sido sólo un frágil instrumento del juego de Dios: «Sin la orden de Dios yo no sabría hacer nada... Todo lo que he hecho, lo he hecho por orden de Dios. Yo no hago nada por mí misma». La fuerza tangible, que actúa en el tiempo, y que Juana percibía que operaba en el milagro cotidiano de la vida de Domrémy, es la misma que se manifiesta en los milagros, tan diferentes, de orden político y militar, tan imprevisibles y extraordinarios que incluso los que no creen pueden reconocerlos. Como en tiempos de David y Goliat, Juana sabe que «hay que presentar batalla, pero es Dios quien concede la victoria». Cuando los jueces le preguntan con desprecio cómo es que Dios la eligió precisamente a ella, una campesina analfabeta, Juana, la «santa de lo temporal» (como la definió Jean Daniélou), condensa en pocas palabras todo el misterio de su humildad predilecta: «A Dios le gustó servirse de una simple doncella para derrotar a los enemigos del rey».

Obispos teólogos

Péguy escribe de Juana: «Ella tuvo que ser cristiana, mártir y santa contra los franceses y contra los cristianos. Encontró que la infidelidad se había instalado en el corazón mismo de Francia, en el corazón mismo de la cristiandad».

Cuando Juana cae en Compiégne en manos de los soldados borgoñones, quienes la entregan a los ocupantes ingleses, la Universidad de París pide que se la condene "por hereje". El martirio -condena a la hoguera por la acusación de herejía- estará en manos de un tribunal eclesiástico. El odio hacia la campesina predilecta -como ocurre a menudo en la historia de la santidad cristiana- procede sobre todo de quienes se sienten los dueños de la institución eclesiástica.

Efectivamente, la muchacha analfabeta de Domrémy, sin saberlo, se había atravesado en el camino de aquel poderoso lobby eclesiástico (teólogos, profesores universitarios, obispos ilustres) que apoyaba con refinados argumentos teológicos las instancias del poder. Estos, «escudándose en la ideología que habían arquitectado -la doble monarquía- habían elaborado también un sistema para que la Universidad fuera considerada el verdadero guardián de las «llaves de la cristiandad», desbancando al pontífice romano, del que tratarían de desembarazarse muy pronto durante dos concilios borrascosos, el de Basilea y el de Constanza» (Pernoud).

Los carniceros eclesiásticos de Juana actúan todos como detentores de este súper primado cultural, superior incluso al del Papa (cuando Juana le pide al tribunal inquisidor que ponga su caso en manos de la Sede apostólica, no se le hará ningún caso). El deus ex machina de todo el proceso-farsa es Pierre Cauchon, obispo-teólogo de Beauvais, antiguo rector de la Universidad de París, que había llegado al episcopado gracias a sus "buenos oficios" en el ducado de Borgoña.

En algunos fragmentos del proceso de condena sale a relucir todo el abismo entre la ideología teológica cristiana de los autoproclamados "lumbreras de la Iglesia" y la fe de Juana, para quien al fin de conseguir los dones de la gracia son suficientes el bautismo («soy una buena cristiana, bautizada como es debido») y los gestos más sencillos y habituales: la misa del domingo, las oraciones de la mañana y de la tarde, la confesión y la Eucaristía. El inquisidor, que le tiende una trampa preguntándole cuál es la diferencia entre Iglesia militante e Iglesia triunfante, recibe de Juana esta respuesta: «Dado que toda la Iglesia es de Dios, la diferencia no tendrá que ser tan importante». Cuando, para conseguir pruebas de su presunta desobediencia a la Iglesia le preguntan si no es obligatorio obedecer al Papa, a los cardenales y los obispos. Juana responde: «Sí, a Dios el primero». En un momento determinado, Jean Beaupére, prelado universitario que encabezará en el Concilio de Basilea el grupo académico que pretende poner bajo tutela al Pontífice, le pregunta a Juana si ella presume de estar en estado de gracia. Juana responde: «Si lo estoy, que Dios me conserve en él; si no lo estoy, Dios quiera concedérmelo, porque preferiría morir antes que no estar en el amor de Dios». Para resistir a las trampas y enredos de estos «zorros escolásticos» (Bernanos), Juana invoca la ayuda del Señor. Su sencilla oración ha quedado registrada en las actas de los interrogatorios: «Dulcísimo Dios, en nombre de Tu Santa pasión, te pido, Si me amas, me reveles qué tengo que responder a estos hombres de la Iglesia». Comenta Régine Pernoud: «Palabras de dolorosa intimidad. Expresan todo lo que necesita en aquel preciso instante. Nada más. Es la oración del cristiano, que sabe que todas las gracias son la gracia del momento presente».

Como un nuevo inicio

En sus tres Misterios, Péguy supo captar esta espera, la espera de un nuevo don de gracia en el momento presente que acompaña a toda la aventura cristiana de la Doncella de Orleáns. Todo el cristianismo puede convertirse en pasado muerto, pretexto e instrumento de chantajes y luchas de poder, si en el tronco endurecido de la historia cristiana no florece un nuevo brote, si un gesto nuevo del Señor no suscita hoy la esperanza, como ocurrió en los primeros pescadores que lo encontraron en el lago de Galilea. «Nada duraría, el árbol no duraría, y no se quedaría en su lugar de árbol (es necesario que se mantenga este puesto), sin la linfa que sube y que llora en el mes de mayo, sin los miles de brotes que despuntan tiernamente en las duras ramas».

Era mayo, precisamente, cuando Juana sube a la hoguera en el mercado viejo de Rouen, y muere mirando una cruz y murmurando el nombre de Jesús. Era mayo cuando en Domrémy se iba al campo con los amigos, los domingos de fiesta, alrededor del árbol llamado "de las hadas". Era mayo bajo las murallas liberadas de Orleáns.
(Fuente: Mercabá.org)


lunes, 28 de mayo de 2012

El Diácono Permanente: Identidad, Función y Prospectivas - IV

Con esta entrada completamos la publicación del trabajo de S.E.R. Mons. Roberto O. Gonzalez Nieves OFM, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico. Creemos que es un documento muy interesante, que debe ser leído tanto por los diáconos permanentes como por sus hermanos presbíteros y obispos, así como los demás  consagrados y fieles laicos. Si quiere hacer algún comentario sólo tiene que hacer click abajo donde dice:"comentario"

La Caridad, reduccionismo y realidad

Primero, ante todo, una aclaración necesaria: hay quienes caen un reduccionismo del diaconado al ministerio de caridad y este ministerio restringido a la acción social. Este es un peligro del que tenemos que estar conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado. Hay diáconos que poseen un carisma especial para el ministerio de la acción social dentro de la caridad, pero el diaconado no se puede reducir a la acción social solamente. Hay diáconos que han sido formados para la acción social y se les ha inculcado que todo lo demás es de segunda y terciaria importancia. Se llega a decir que el diácono no tiene por qué servir en el altar. El diaconado no se puede, no se debe reducir al servicio social.

La otra cara

Cuando se menciona la caridad, enseguida nos viene a mente el amor. "Dios es amor" (1 Jn. 4, 16). Da satisfacción pensar que el diácono sea ministro del amor porque el amor está al centro de la vida cristiana: ubi caritas est vera, Deus ibi est, que significa "donde hay verdadera caridad, allí está Dios". Además del ministerio de la palabra y el ministerio litúrgico, el diácono tiene como su responsabilidad el "ministerio de la caridad". Es sobre todo a este ministerio que se refiere a la elección de los "primeros diáconos" por los apóstoles, entre los cuales se encontraba San Esteban. Desde la situación presentada en Hechos 6, se ve al diácono llamado a este ministerio: la administración de la caridad, la solicitud por los necesitados fue siempre el oficio de los diáconos mientras éstos existieron en occidente. San Lorenzo, archidiácono de Roma es el mártir de la caridad y patrón de los diáconos entregados de una manera particular a este oficio del amor hacia los pobres a quienes reconocía como el tesoro mayor de la Iglesia..

La Iglesia siempre tendrá un lugar preferencial en su corazón para los pobres y los necesitados. La diaconía de la caridad es, por cierto, la responsabilidad de toda la Iglesia. El hecho, sin embargo, de que en la persona del diácono este servicio esté sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y la celebración de la liturgia, demuestra que la caridad a la cual estamos llamados los cristianos tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación, muerte y resurrección. Este oficio que el orden episcopal confía al diácono en forma especial, es derecho y deber del diácono (Cf. Decreto Apostolicam actuositatem, no. 8) Es este un tesoro del cual el diaconado no puede deshacerse, tesoro que es de institución apostólica. Aún si la sociedad moderna extirpara completamente la pobreza, siempre habrá lugar para la caridad y allí, el diaconado.

Se dice que la caridad comienza por la casa. Dé el diácono el ejemplo por medio de su casa y familia construya la Iglesia doméstica. Dé ejemplo a través de su vida cotidiana. También de su predicación del Evangelio que ha de ser de palabra y obra. Dé ejemplo a través de su oficio litúrgico tan rico en caridad y amor. Nútrase de la oración individual, íntima.

El encuentro con Dios, que es amor, lleva al encuentro amoroso con el prójimo. Por eso el diácono debe conocer las necesidades del pueblo fiel, para incluirlas en la Oración Universal en la liturgia tanto de la Misa como de las Horas y en su oración privada. Incluya allí también las necesidades de los hermanos diáconos y demás clero. Presente las necesidades del prójimo ante la jerarquía y esté consciente de que estas necesidades son materiales, espirituales, culturales, de piedad y tradiciones populares, en una palabra, son necesidades humanas.

Ejercite la caridad sobre todo con los presbíteros. Dé apoyo moral y espiritual, de igual manera al Obispo. Hágalo aun cuando no reciba de los demás clérigos el apoyo que él necesita. Recuerde que a él se aplican las palabras del Maestro: "El Hijo del Hombre no vino para que le sirvieran, sino para servir" (Mc 10, 45). La generosidad del diácono para con el Obispo y los presbíteros debe ser mutua e ilimitada como es la generosidad del diácono Jesucristo.

A mis hermanos en el episcopado pido que se mueva a facilitar a los diáconos la accesibilidad a instituciones que requiera su presencia amorosa. Pienso en los hospitales y sobre las cárceles donde muchos gobiernos hacen el acceso casi imposible.

Infórmese el diácono sobre agencias públicas y privadas, así como órdenes religiosas, que socorran diferentes necesidades humanas. De esa manera el diácono podrá referir casos a dichas agencias o inclusive cooperar con ellas.

Forme asociaciones o grupos laicales, especialmente de jóvenes, para que, inflamados por el amor de Cristo, visiten y ayuden a los necesitados y trabajen a favor de los pobres.

Por último el diácono es agente de la justicia y la paz, ya que en virtud de su oficio de caridad tiene la responsabilidad de promover y siempre buscar el Reino de Dios y su justicia. El diácono ha sido ordenado, consagrado de por vida a ser sacramento, signo vivo, eficaz, del ministerio o servicio de Cristo en su Iglesia. Recuerde siempre el diácono que él es signo visible de Cristo Siervo en este mundo.

Es de notar que dando una vista rápida a los libros de ceremonias anteriores a los actuales, se revela la omnipresencia de los maestros de ceremonias. Por lo general había dos y en algunos casos tres. Ellos facilitaban todas las ceremonias y por ello se entiende su supervivencia hasta hoy. Pero su actuación era tan obvia, que parece que reducía al celebrante y demás ministros a un alto grado de incapacidad. Hoy en día no se menciona a los ceremonieros en los ritos renovados porque se supone que cada ministro conozca su oficio, tan plenamente como para desempeñarlo sin que otra persona tenga que prácticamente llevarlo de la mano, como se hacía antes.

La opción preferencial por los pobres

Por medio de esta postura ante las necesidades de las víctimas de la injusticia, la Iglesia busca dar testimonio de la solidaridad que es el tener el fruto del encuentro con Jesús, insistiendo que esta solidaridad no es algo "añadido" a la vida de la fe sino la consecuencia en el terreno de la historia de la conversión y la comunión creadas por el encuentro. Es decir, la diaconía de la caridad es inseparable de la diaconía de la palabra y de la liturgia ya que tiene el mismo origen que ellas en el misterio pascual.

A mí me parece que el diácono, ministro del altar, es la privilegiada representación de esta relación entre la Eucaristía (conversión y comunión) y la lucha por la justicia social.

Durante cientos de años, los diáconos fueron administradores de los bienes temporales de las comunidades cristianas y se ocuparon de las obras de caridad. El patrono de los diáconos, San Esteban, es ejemplo de esto. Ahora, quiero recordarles que aun cuando San Esteban es un ejemplo sublime de la diaconía; el encargado de la administración del dinero y de la caridad entre los Apóstoles del Señor fue Judas Iscariote... Por eso, el modelo supremo del diácono debe ser Cristo y sólo Cristo: Cristo Siervo del Padre, Redentor de la humanidad. En su "administración" el diácono debe, pues, de estar muy consciente de quién es su modelo y de quiénes son aquellos a quien sirven: Cristo, la Cabeza y la Iglesia en su cuerpo. Que no sea ya él, sino Cristo quien viva y actúe en el diácono porque "ahora quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor" (1Cor. 13, 13).

Ministerio triple: Conclusión

Habiendo terminado de ver por separado los tres oficios del ministerio triple del diaconado sólo queda aclarar y de nuevo recalcar que hay carismas especiales y que unos diáconos pueden disfrutar más de un carisma que del otro. Así es la naturaleza humana. Ahora bien, por esto no se ha de entender que la Iglesia debe ordenar diáconos predicadores a solas, o diáconos liturgistas a solas o diáconos servidores a solas. Estos oficios no se excluyen mutuamente. Se trata de tres oficios concéntricos y el diácono debe procurar desempeñarlos, de acuerdo con su llamado, con cierto sentido de proporción y ante todo, en la persona de Cristo Siervo.

 IV. Prospectivas: (de cara al futuro) UNIGENTUS  FILIUS, IPSET ENARRAVIT: El Hijo único lo ha revelado (Jn 1, 17).

 Hasta ahora hemos tratado de estudiar lo que constituye la identidad del diaconado permanente.

También hemos enumerado algunas de las funciones asignadas a los diáconos. Estos oficios se han presentado desde la perspectiva de la palabra, la liturgia y la caridad y hemos desglosado las funciones en cada una de sus perspectivas.

Ahora, presentaremos algunas de las prospectivas que según mi entendimiento tiene nuestra Santa Madre Iglesia para el orden del diaconado. Es de esperar que tras casi un milenio de la ausencia del diaconado permanente en la Iglesia de occidente, su aparición luego del Concilio Vaticano II, no ha sido entendida por muchos, ni aceptada por todos.

Hemos venido aquí para dejar por detrás al "hombre viejo". Junto a las tumbas sagradas de los apóstoles Pedro y Pablo venimos para entrar de nuevo en la fuente de nuestra identidad. Vamos a dejar el pasado para re-organizar nuestro ser. Vamos a renacer en nuestro ministerio, ya sea episcopal, presbiteral o del diaconado.

Aquí en el seno materno de nuestra Iglesia que da a luz al ministerio diaconal. El diaconado participa de la sacramentalidad del ministerio de los apóstoles. Por eso podemos hoy tratar de descubrir las posibilidades del diaconado hacia el futuro. Hemos visto las experiencias del pasado y los problemas del presente. ¿Cuáles son las oportunidades para el futuro? ¿Qué indica el encuentro personal con Cristo-siervo encarnado cuando nos encontramos hoy con él.

El encuentro nos revela que somos un ministerio tan antiguo como la Iglesia misma. También nos indica que estamos en proceso de resurrección después de mil años de letargo. ¿Sería indicado "reconquistar" o "capturar" lo que otros por siglos vienen haciendo en lugar nuestro? No, esa no es buena idea. Hoy otros hacen lo que los diáconos hacían en la antigüedad porque el ministerio apostólico se encargó de llenar sus lugares. Pero no se trata tampoco de inventar o diseñar nuevas áreas para el "nuevo" ministerio diaconal. Se trata de una conversión general: de reconciliarnos para unir esfuerzos. El trabajo sobra. Hay trabajo para repartir entre todos los llamados: unos llegaron a primera hora, otros a última hora (cf. Mt. 20, 1). Entendemos todos que los pensamientos de Dios, no son como los nuestros. Ahora él llama, a esta hora de gracia nos llama, temprano o tarde, sea la hora que sea. De él viene todo; de nosotros nada. La hora de convertirnos ha llegado, no de imponernos.

Nuestro triple ministerio es el mismo: se trata de desarrollarlo y no de buscar otro nuevo o distinto. Por lo tanto: sea el diácono ministro de la palabra tanto en la liturgia como en los medios de comunicación masiva. Sea catequistas en las parroquias, cárceles, en la vida pública.

Sea el diácono ministro de la liturgia en toda su extensión. En lo que preside como en lo que no preside. Desarrolle el servicio sin presidencia, que es el que le es propio. Facilite la celebración de todos para extender la comunión con Cristo y su Iglesia. Que su ministerio litúrgico contribuya a la belleza y fluidez de las ceremonias, que es donde se optimiza el encuentro entre Dios y la humanidad y entre el ser humano. Que propicie ese encuentro en el esplendor litúrgico de la belleza, la santidad y la verdad.

Que su caridad sea sincera en el amor. Caridad que ejerce en el predicación del Evangelio y en el servicio litúrgico. Caridad que se desborda hacia los más necesitados y que ejerce hasta en lo más oculto, donde sólo dios se entera porque es en el pobrecito sin personalidad pública que Cristo personalmente sufre. En el silencio de nuestra nada salta la palabra: es Cristo quien nos llama a cada cual por su nombre y nos dice "sígueme".

La Oración consecratoria del rito de ordenación al diaconado comienza así: "Escúchanos, Dios Todopoderoso, que distribuyes las responsabilidades, repartes los ministerios y señalas a cada uno su propio oficio; inmutable en ti mismo todo lo renuevas y lo ordenas, y con tu eterna providencia lo tienes todo previsto y concedes en cada momento lo que conviene, por Jesucristo, tu Hijo y señor nuestro, que es tu Palabra, Sabiduría y Fortaleza". Ahora yo les digo que es aquí, en este momento jubilar e histórico que Dios nuestro Padre y creador y sabio en sus acciones les ha llamado al diaconado para que sean los pioneros, los portaestandartes de este estado clerical al final y al inicio de dos milenios. Los ojos de la Iglesia están en ustedes, si la providencia los favorece en su ministerio, el oficio del diaconado permanente atraerá muchas bendiciones a la Iglesia. Hoy día, a ustedes les ha sido encomendado ejercer el diaconado en la Iglesia que se apresta a revelar a Dios en la Nueva Evangelización. Por lo tanto, en sus manos está parte del plan de salvación de Dios. Ustedes son diáconos del nuevo milenio, diáconos de la Nueva Evangelización.

Debido a su cercanía a los fieles laicos, tomando en cuenta que un gran número de ustedes trabajan en compañías, empresas, industrias, agencias gubernamentales, algunos son líderes obreros, ejercen en el magisterio católico o secular, dirigen un negocio propio o familiar, esto les hace llegar a esos fieles de una manera particular. Es por esto que la Iglesia espera que ustedes cultiven aquellas virtudes que los apóstoles buscaron y encontraron en los primeros siete diáconos. Esperamos que ustedes sean hombres de buena fama, entregados al servicio de los más necesitados, que gobiernen bien a su familia para que así sean luz del mundo y sal de la tierra y que continúen con la misión de llevar a Cristo a todo el mundo.

Ustedes están llamados a conocer, proteger y a valorar a su identidad diaconal. La Iglesia les urge que se distingan por la integridad de su ministerio. Este ministerio debe caracterizarse por un equilibrio saludable entre los oficios de la palabra, la liturgia y la caridad.

En estos tiempos donde debido al consumismo desmedido, la materialización de la sociedad, la pérdida de valores en muchos lugares ha ocasionado el crecimiento de la cultura de la muerte, su vocación al diaconado les constituye a ustedes en brazo invaluable del Obispo. Hoy día su oficio diaconal con el de los sacerdotes es muy necesario para el proceso de conversión que tanto necesitamos.

Debido a que muchos de ustedes han recibido el sacramento del matrimonio y a algunos también Dios les ha bendecido con el regalo de sus hijos y de sus hijas, su ministerio diaconal les exige brindar un testimonio viviente de lo que constituye una verdadera familia cristiana en medio nuestro. Ustedes con mayor empeño deberán por esforzarse en convertir a su familia en una iglesia doméstica y ser buenos esposos como lo es Cristo de la Iglesia. Es en su familia donde primero ustedes han de ejercer su oficio de la palabra, la liturgia y la caridad.

El documento del Concilio Vaticano II, Ad gentes divinitus, en su número 16, plantea la necesidad de que el diácono en nombre del párroco o del Obispo sea enviado a dirigir comunidades cristianas distantes. Esta necesidad plantea la posibilidad de que en algún lugar ya sea por ser distante o por haber escasez de sacerdotes, el Obispo le puede pedir que usted le asista en la administración de esta comunidad parroquial como ministro encargado, ejerciendo su oficio para promover la misión de Cristo.

"El que ha recibido el don de la palabra, que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" Amén. (1Pedro 4-11).
(Fuente: Vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents...)

María, Madre de la Iglesia

En la Argentina celebramos hoy la memoria litúrgica de María Madre de la Iglesia.
El Papa Pablo VI, el día 21 de noviembre de 1964, al clausurar la tercera etapa del Concilio Vaticano II, secundando los deseos que le habian presentado muchos de los padre conciliares, dio a María el título honrífico de Madre de la Iglesia. De esta forma subrayó la doctrina conciliar del capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium que acababa de ser promulgada y que reflexiona sobre las estrechas relaciones que median entre María y la Iglesia. Posteriormente, al ser promulgada en 1975 la segunda edición del Misal Romano de Pablo VI, se incluyó entre las misas votivas la celebración de María bajo este título de Madre de la Iglesia. Por su parte, el episcopado argentino solicitó y obtuvo de la Sede Apostólica la inserción de la memorial anual de santa María, Madre de la Iglesia, asignada al lunes después de Pentecostés.

domingo, 27 de mayo de 2012

 
El sitio web Centro Internacional del Diaconado en América Latina (CIDAL), ha publicado en su último boletín un reportaje realizado a los nuevos diáconos permanentes de la archidiócesis de Córdoba (República Argentina), que aquí reproducimos. Desde este página imploramos al Señor que bendiga y haga fructífero el ministerio diaconal de nuestros hermanos, a quienes les hacemos llegar nuestro abrazo.


Testimonios de los diáconos cordobeses recién ordenados



Sitio oficial del Arzobispado de Córdoba

Córdoba, Argentina, 2 de mayo de 2012



¿Cómo despierta esta vocación en ustedes, cómo se sienten llamados a vivir desde el estilo de Jesús Servidor?


Luis Alberto Rodríguez

Edad: 47 años

Familia. Esposa Nilda Luna, hijos Pablo, María Gabriela, María Belén, Emanuel

Comunidad: Parroquia Cristo Redentor de Barrio Jardín


La vocación despertó por medio de una amiga cuando me preguntó si había pensado por este llamado, y la verdad que en ese momento desconocía del tema. Luego de algunos años, encontré a un Sacerdote Santiagueño, que venía a Córdoba a retirarse espiritualmente, él me dio a conocer el ministerio, y despertó en mí esta inquietud, que la fui discerniendo algún tiempo. En Agosto del 2007 el Padre Francisco Bisio me dice que podía comenzar con un proceso de discernimiento de este ministerio, y que él junto a un grupo de personas que estaban a cargo me acompañarían, y así comenzó este hermoso y desafiante camino de discernimiento a la vocación diaconal.


No obstante desde muy chico serví en la Iglesia en distintas actividades: grupo juvenil, catequesis, evangelizando en asentamientos marginales (Villa “Sangre y Sol”), dirigiendo grupos juveniles, coordinando la catequesis Parroquial (Parroquia Corazón de María), en Catequesis Familiar trabajando con grupos de padres, en las Uniones de Padres de Familias, dando Catequesis en los Colegios, siendo Familia Sustituta, dando charlas para novios, como Ministro Extraordinario de la Comunión, visitando a familias del Asentamiento de la Villa del Naylon; entre otros. Servicios que viéndolos a la distancia, fueron marcando mi vocación al Diaconado. Desde los 18 años todas las actividades pastorales las asumimos juntos con Silvina mi esposa.


Siempre resonaron en mi las palabras de Jesús: “Si quieres ser el primero, hazte el último y servidor de todos”, y con la ayuda del Señor, eso traté de hacer de mi vida, y hoy, por Gracia suya se la entrego a Él, a su Iglesia y a mis hermanos”.



Gino Spada

Edad: 49 años

Familia: esposa Sonia Silva, hijas Mirella y Chiara.

Comunidad: Nuestra Señora Madre de Dios y Madre de la Iglesia, B° Las Palmas


Mi  vocación surge desde la Misión. Durante muchos años, trabajé junto a la comunidad del Santísimo Redentor de Villa Allende, participábamos en familia pero sobre todo junto a Sonia mi esposa. El carisma misionero encierra aristas insospechadas, situaciones que nos ponen de cara a la realidad en todo lugar y a cada momento cuando realizas el anuncio del Evangelio a los hermanos. En esos momentos surgió la inquietud de buscar el servicio desde un lugar distinto, un lugar que me permita anunciar al Señor entre los hermanos sobre todo entre los más humildes del Reino. Junto a un sacerdote Redentorista (P. Ramón Correa) fui descubriendo el llamado del Señor a este Ministerio.



Rubén Omar Di Fiore

Edad: 54 años

Familia: esposa Norma Cañete, hijos Luciana, Franco, Ignacio

Comunidad: Nuestra Señora de la Visitación y San Alfonso María Ligorio (B°Arguello).


A los 15 años viví una experiencia de encuentro profundo con Dios Vivo junto a movimiento Mallinista. Allí estuve hasta los veintisiete, compartiendo experiencia de misiones rurales, congresos, retiros, espacios de formación y evangelización de otros hermanos. Luego el Señor me fue invitando a profundizar en la oración y en las sagradas escrituras, donde me pongo en contacto con el  Movimiento de la Palabra de Dios. Allí conocí a mi esposa y salvo un intervalo de tres años integro este movimiento. Luego viene un momento clave de  discernimiento donde descubro - desde la oración personal- que el Señor me invita a seguirlo desde esta vocación al diaconado.


A partir de ahí, hasta el año 2000, sin dejar nuestra  participación en el Movimiento comenzamos con Norma mi esposa  a servir en la Parroquia San Jerónimo como Ministros de la Eucaristía y dando cursillos (prebautismales, prematrimoniales). Jesús me fue animando y con mi esposa nos integramos en la animación de un grupo llamado Trabajadores por la paz. Luego comenzamos a servir en la Parroquia Santísima Trinidad, (Catequesis familiar de 1º comunión y como Ministros de la eucaristía), allí el Párroco me contactó con el P. Francisco Bisio y comenzó el proceso de Formación. Así es como hoy descubro que toda mi vida fue un llamado a servir a los demás especialmente en ayudar a otros a encontrarse con Jesús.










¿En qué trabajan actualmente?


L.R. Soy Director General del CEF San Buenaventura, y docente del Nivel Secundario del Instituto Nuestra Madre de la Merced. Además soy Abogado, pero desde el año 2003 no ejerzo, dedicándome full time a la docencia.


G.S. Soy Técnico en Telecomunicaciones y trabajo hace 28 años en una empresa del rubro.


R.D.F: Soy abogado y ejerzo la profesión en forma independiente.



¿Cuáles son los desafíos que afrontan en medio de la realidad que les toca vivir?


LR. La verdad que el ámbito de la docencia, y particularmente en Colegios confesionales, ayuda mucho a vivir en sintonía la vida laboral con la pastoral. Creo que el desafío actual es el que vivimos muchas personas en este tiempo, vivir con esperanza en una sociedad que se impone un poco individualista y consumista, con fuertes mensajes al “sálvese quien pueda” o “el no te metas”.


G.S. El Diácono Permanente es un hombre común, con una familia, que pasa por las mismas dificultades que todos los demás. Un hombre que pese a sus defectos humanos se sabe renovado por Jesucristo, con disposición para anunciar el Evangelio y encarnarlo en su propia vida, este es el desafío más grande.


R.D.F: El desafío mayor es armonizar los tiempos familiares, de trabajo y de servicio. Continuamente  tenemos que discernir qué debemos hacer de acuerdo a las necesidades de cada ámbito.



El día de la ordenación habrá mucho para agradecer y dejar a los pies de Jesús, ¿qué intenciones llevarán al Señor?


LR. Agradecer esta Gracia de Él, porque a pesar de no merecerlo él me llama a este Ministerio de servicio, y pedirle muchas fuerzas para serle fiel, siendo providencia de Él en la vida de mis hermanos. También pedirle que mis hermanos de ordenación y yo, nunca  perdamos el gozo en la vivencia del Ministerio del Diaconado.


G.S. Es verdad, en el día de la Ordenación, realmente hay mucho para poner a los pies del Señor, a la familia que  vive con generosidad este llamado. La gracia que nos da el Ministerio de estar en las comunidades celebrando los sacramentos y atendiendo las necesidades de los hermanos. Pero sobre todo agradecerle al Señor por su inmenso Amor y por llamarme a  su servicio.


R.D.F: Agradecer  a  Dios que camina siempre al lado de cada uno y nos provee de todo lo que necesitamos, especialmente de su amor incondicional. Con este servicio toda mi familia queda a los pies de Jesús para nacer de nuevo, conformándonos por su gracia a Jesús servidor en la familia de Nazaret.

(Fuente Cidal Web)


PENTECOSTES



"El Señor dijo a los discípulos: Id y sed los maestros de todas las naciones; bautizadlas en el nombre del Padre v del Hijo y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios. Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.

Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.

Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto. Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.

El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Abogado sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quién nos acusa, tengamos también un Abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses."

Del Tratado de San Ireneo, obispo, Contra las herejías (Libro 3, 17,1-3; SC 34, 302-306)
(Fuente: Conocereis de verdad.org)




viernes, 25 de mayo de 2012

El Diácono Permanente, Identidad, Función y Pospectiva - III

Aqui va la tercera entrega del trabajo que estamos publicando, cuya autoria pertenece a S.E.R.Monseñor Roberto O. Gonzalez Nieves, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico.
El texto se publica tal como aparece en la pagina de la Congregacion para el Clero el 19-02-2000.


El Ministerio de la liturgia

El diácono manifiesta por excelencia ante la Iglesia su diakonía cuando la recapitula sacramentalmente en la liturgia. Sus acciones y actuaciones en la liturgia son partes integrales a la misma y no meros adornos. En la liturgia cada cristiano tiene el derecho y el deber de prestar su participación de diferente manera...'Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde'" (SC n.28). Recordemos que la Iglesia y liturgia no son realidades separadas; la Iglesia, tanto en su aspecto local como en su aspecto universal, está presente en la liturgia, que es su sacramento. No hay liturgia sin Iglesia y no hay Iglesia sin liturgia. La Iglesia Universal subsiste y se participa en ella a través de la liturgia. Si somos católicos, miembros vivos de la Iglesia Universal, lo somos por cuanto celebramos y entramos en su realidad plena.


Es muy importante que el diácono conozca su oficio en la liturgia; que tenga inteligencia de las rúbricas y flexibilidad para saber adaptarse a distintas circunstancias, tales como las diferentes interpretaciones de éstas que muchas veces varían de parroquia en parroquia. El diácono es responsable ante la Iglesia, presente en la asamblea de culto, de servir bien, haciendo todo y solo aquello que le corresponde. Allí, en el altar ha de ser portavoz de las plegarias y necesidades de los fieles. Desde allí proclamará al pueblo el Evangelio y se dirigirá al mismo por las moniciones propias de su oficio.

Servir sin presidir: Imitadores de Jesús que "no vino a ser servido, sino a servir" (Mar. 10, 45)

Algunas personas tienen la tendencia de circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del bautismo y del matrimonio y a otras cosas que el diácono "puede" hacer, olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir sin presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros. Sirva el diácono a la asamblea y al celebrante y a ministros estando al tanto de todo y de todos, sin que nadie tenga que advertírselo.

El diácono es un "facilitador" tanto dentro como fuera de la liturgia. En las ceremonias "asiste a los sacerdotes y está siempre a su lado; en el altar lo ayuda en lo referente al cáliz y al misal; si no hay algún otro ministro cumple los oficios de los demás, según sea necesario" (OGMR 127). Lo que se dice de la Misa, se dice de todos los ritos de la Iglesia.

Tenga, pues, en cuanta el diácono que, si ha de asistir al celebrante, debe saber bien el "cuándo" y "cómo" y el "por qué" de lo que el celebrante hace o dice en todo momento. Sea el diácono el "brazo derecho del celebrante" con dignidad, humildad y eficiencia. Si no actúa con inteligencia de su oficio se puede decir que estorba, que interrumpe la fluidez de las ceremonias.

Dice la introducción de la edición española de la Ordenación General del Misal Romano España (Andrés Pardo, OSB. Consorcio de Editores, 1978 )que "el verdadero maestro o director de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante del celebrante principal" (Parte Introductoria n.3, Orden General del Misal Romano España).

Cuatro situaciones

Si lo que acabo de citar es correcto, cabe preguntarnos por qué la mayoría de los diáconos hoy tienen una actuación limitada en la liturgia romana. Por eso conviene que ahora consideremos algunas de las causas y circunstancias que han contribuido a tal inercia diaconal. Lo haremos en lo posible, en orden cronológico.





En primer lugar, la idea siempre viva

En primer lugar: aunque el diaconado ejercido en forma permanente cesó casi por completo en la Iglesia de occidente por, más o menos un milenio, la liturgia latina mantuvo vivo el oficio diaconal en todas las ceremonias de la Iglesia . El diaconado, ciertamente, no cesó de existir en la liturgia. Ahora bien, como en la mayoría de las veces, no había diáconos, el oficio diaconal fue desempeñado por presbíteros vestidos de diácono, esto es, en dalmática. Las reformas del Concilio Vaticano II prohibieron a los presbíteros la práctica de vestir los ornamentos propios del orden diaconal, pero mantuvieron que en ausencia del diácono, los presbíteros revestidos de ornamentos propios al presbiterado, puedan ejercer el oficio del diácono, especialmente cuando celebra el obispo.

"Los presbíteros que participen en las celebraciones episcopales, hagan sólo aquello que les corresponde como presbíteros; si no hay diáconos, suplan algunos de los ministerios de éste, pero nunca lleven vestiduras propias del diácono" (Ceremonial de los Obispos, Renovado según los decretos del Sacrosanto Concilio Vat. II y Promulgado por la Autoridad del Papa J. P. II Consejo Episcopal Latinoamericano, 1991. Números 21 y 22).

Pasaron unos diez años entre el cese de la antigua Misa Solemne, con diácono y subdiácono, y la restauración del orden del diaconado. Tal parece que ese hiato fue suficiente para que la comunidad eclesial olvidara la antigua "misa de tres padres" con el ministerio diaconal tan intensivo que conllevaba. De pronto aparecieron los diáconos, pero su función en la liturgia ya era desconocida por muchos o se veía grandemente disminuida o reducida por otros. Lo que no ocurrió en un milenio, ocurrió en diez años. Ciertamente, las rúbricas de los ritos renovados fueron muy parcas. Solamente con la promulgación del nuevo Ceremonial de Obispos de 1991, se han aclarado muchos puntos oscuros y hasta mal interpretados de la renovación de los ritos litúrgicos del rito romano. Por eso tenemos que consultar el Ceremonial.

 En segundo lugar, un oficio canalizado por otras vías

En segundo lugar: con la reforma post conciliar se llegó a establecer formalmente la participación laical en muchas funciones litúrgicas (cf. Directorio n. 41), que ya venía desde los pontificados previos al de S.S. Juan XXIII en la llamada "misa dialogada" (en la cual el pueblo respondía en latín todo lo que usualmente correspondía al acólito y recitaba el ordinario en latín con el celebrante) y también en la "misa comunitaria" (donde el pueblo cantaba una paráfrasis vernácula del Ordinario de la Misa) que el movimiento litúrgico había impulsado. Así, por ejemplo, se formalizó la llamada Oración Universal o de los fieles. Al faltar el diácono y al no haber un presbítero en dalmática que tomara su oficio, las intenciones de esta Oración Universal pasaron a un laico. Esta práctica está muy generalizada hoy día aunque el ministro idóneo, sea, en primer lugar, el diácono, y así lo establecen las rúbricas (C.E. 25) y la tradición oriental como occidental.

Como sucede con la Oración Universal, también sucede con otras funciones que son propiamente diaconales. Por ejemplo, dirigir las moniciones al pueblo (Ceremonial del Obispos Número26), servir al celebrante en el altar tanto en lo referente al libro como al cáliz (Ceremonial de Obispos Número 25). 

En tercer lugar, ¿Para que un diácono aquí?

En tercer lugar, como efecto de lo antes dicho, el diaconado se restaura en el mundo que ya no le conoce. Es más, cuando llega un diácono a una parroquia que nunca ha tenido ese ministerio, tal parece que el nuevo ministro, le "quita" o le "roba" actuaciones a muchas personas, por ejemplo, al celebrante, al monitor, al turiferario, a los acólitos, a los ministros extraordinarios de la comunión, y así a otros tantos para mencionar solamente la Misa. Entonces se oye algo así: "esto siempre lo ha hecho un lector ¿Por qué se le da ahora a un diácono?".

Cabe mencionar, que en la Misa Solemne el celebrante llegó a recitar en voz baja el Introito, los Kyries, el Gloria, la Epístola, el Gradual y el Aleluya, el Evangelio, el Credo, la Antífona del Ofertorio, el Sanctus, el Agnus Dei y la Antífona de Comunión, sólo para mencionar algunas de las partes de la misa. Esto lo hacía el celebrante mientras el coro y el pueblo cantaban en latín sus partes respectivas y el subdiácono leía la epístola. El Evangelio lo leía el celebrante en voz baja primero y el diácono (presbítero vestido de dalmática) proclamaba solemnemente el Evangelio. Se llegó a pensar por algunos autores que la acción del celebrante era la única necesaria y que las funciones de los demás ministros y del pueblo eran superfluas. Lo importante era que el padre lo dijera y lo hiciera todo. Por este estado de cosas, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia reiteró un principio muy antiguo y al parecer olvidado, y que dice así: "cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde" (SC n. 28).

Al ocupar su puesto en la nueva liturgia, el diácono debe ejercer todo su oficio y solamente su oficio. Para cumplir con este cometido, debe el diácono conocer bien su oficio. De nada sirve reclamar sin saber qué se reclama. Claro, que lo que se aplica al diácono, se aplica también al celebrante y demás ministros. Todavía hay algunos celebrantes que parecen no entender la presencia litúrgica del diácono que sirve sin presidir. Todavía lamentablemente se escucha la expresión "monaguillo glorificado".

 En cuarto lugar, la asombrosa supervivencia del maestro de Ceremonias

En cuarto lugar: En la práctica ha sobrevivido a la renovación post conciliar del Vaticano II un ministro que no aparece en ninguna de las rúbricas e instrucciones u ordenaciones de los actuales ritos: esto es, el Maestro de Ceremonias; hoy por hoy, el ceremoniero muchas veces asume una autoridad tal, que tiende a inhibir de su oficio a los demás ministros, al diácono en particular.

El Ceremonial de Obispos propone la necesidad de un maestro de ceremonias, que coordine, organice, ensaye, dirija las ceremonias como preparación a las mismas. Pero dice claramente en su número 35 que el ceremoniero "coordine oportunamente con los cantores, asistentes, ministros, celebrantes, aquellas cosas que deben hacer y decir. Dentro la celebración obre con máxima discreción; no hable nada superfluo, no ocupe el lugar de los diáconos y de los asistentes al lado del celebrante". Es de notar que el ceremonial menciona al ceremoniero en sus números 34-37 y luego no lo menciona más en sus 1210 números.

 Percepción de un Obispo

Yo, como Obispo, les puedo decir con toda sinceridad que al Obispo le resulta muy práctico tener un ceremoniero que conozca exactamente el "cómo" y el "por qué" de lo que el Obispo requiere, tanto en las celebraciones de catedral, como cuando visita otras Iglesias, una persona así lo facilita todo e inspira confianza de que todo lo que se refiere a la persona y oficio del Obispo quedará bien. Yo creo, sin embargo, que no sólo un diácono ( como lo indica el número 36 del Ceremonial) puede hacer de ceremoniero, sino que el Obispo puede elegir un cierto número de diáconos para que sean sus "familiares" y que siempre desempeñen el oficio de los dos diáconos "asistentes" (antes llamados diáconos de honor) que atiendan al Obispo a su derecha e izquierda. Estos diáconos "asistentes" se ocupan de la persona del Obispo (n.26). Cuando el Obispo visita una iglesia, lleva a sus "asistentes" que saben bien como atenderle, por ejemplo, con la mitra, el báculo, el misal, el incienso, el hisopo, etc.; mientras aquellos diáconos (o diácono) que desempeñan el oficio de "ministrante" son los que tienen a cargo lo que se hace en todas las misas, como es la proclamación del Evangelio y la atención del altar con el cáliz y el misal. También son los "ministrantes" los que se dirigen al ambón para la Oración de los Fieles y las moniciones (números 25 y 26). Como dije anteriormente, hay distintos carismas entre los diáconos y algunos serían idóneos para servir de "asistentes" al Obispo, otros, los "ministrantes" pueden desempeñar las funciones que mejor conocen porque son las usuales.

Tenemos que rogar al Señor para que conceda una tregua, la proverbial paz de Dios, en que los maestros de ceremonias y los diáconos puedan estrecharse en un abrazo de paz, de concordia, amor y respeto mutuo.

Hay otras razones y circunstancias que contribuyen a que el diácono se vea disminuido en su oficio y quede reducido a un personaje pasivo en la liturgia. Se necesita que el pueblo y demás miembros del clero, esto incluyendo a algunos diáconos, sean catequizados en cuanto a la identidad y oficio del diácono. En la mente de muchas personas se pasa por salto del laicado al presbiterado. Se habla mucho de ministerios eclesiales laicales. ¿Dónde quedan los diáconos? Que se oiga más en las oraciones de los fieles "por las vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida religiosa". Después de todo, el diácono es también "llamado" por Dios.
(Fuente Vatican.va)