martes, 22 de mayo de 2012

El Diácono Permanente: Identidad, Función y Prospectivas

Hoy comenzamos a reproducir un trabajo realizado por S.E.R. Mons.Roberto O. Gonzalez Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano de Puerto Rico y publicado en la página de la Congregación para el Clero de la Curia Romana el 19 de febrero del año 2000, titulado "EL DIÁCONO PERMANENTE: IDENTIDAD, FUNCIÓN Y PROSPECTIVA".
El tiempo transcurrido desde su publicación no le resta  actualidad , por lo que su lectura será provechosa.
Dada la extensión del trabajo, éste se posteará por partes.

EL DIÁCONO PERMANENTE, IDENTIDAD, FUNCIONES Y PROSPECTIVA - I


Salutación: Pax et bonum.
Hermanos en el diaconado, amémonos los unos a los otros para profesar unánimes nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo: la Trinidad consubstancial e indivisible (Saludo de la Paz, Liturgia Bizantina).
La paz esté con ustedes.
"¡Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén" (Sal. 122 [121], 1).
Hemos venido en peregrinación a celebrar el Gran Jubileo del Año 2000. Se han completado 2000 años de la encarnación del Hijo de Dios. Él es la puerta que se abre hacia el tercer milenio. La puerta por donde pasa la Iglesia hacia el Reino futuro: Hoy es el día de salvación. "Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y regocijémonos en él" (Sal. 118 [117], 24).
El Jubileo es el "Año de Gracia" en que se purifica y se renueva nuestro corazón. ¡Acerquémonos, diáconos todos! Vamos a purificarnos en las aguas abundantes que manan del templo. Dejemos que el Señor ilumine nuestros rostros para proclamar con júbilo que Jesús es el Cristo, el Señor. Pidámosle que infunda en nosotros el Espíritu Santo para salir de este lugar sagrado anunciando el Evangelio. ¡Cristo ayer! ¡Cristo hoy! ¡Cristo siempre! ¡Es eterno su amor! ¡Viva Cristo!
Él, que nos llamó personalmente al ministerio del diaconado, hoy nos llama a participar de la renovación del tiempo y de la historia: es este el tiempo de reconciliación. Es esta la historia de salvación. El amor que todo lo sana tiene que prevalecer entre nosotros. Animados con ese espíritu, entremos en materia.Por lo tanto, nos preguntamos: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?
Marco Teológico
¿De dónde venimos? Me parece que para comprender mejor la particularidad del ministerio del diácono en la Iglesia, conviene repasar primero algunos puntos sobre el misterio de la sacramentalidad del ministerio apostólico, ya que es dentro de este ministerio que encontramos el diaconado. Es decir, mis observaciones acerca de El Diácono Permanente: su identidad, funciones y prospectivas se fundamentan en la naturaleza apostólica del diaconado. El ministerio del diácono, aunque diferente esencialmente del ministerio sacerdotal y episcopal, es junto a estos, una expresión de la apostolicidad de la Iglesia.
El Diaconado Permanente: identidad
El Laicado y el Diaconado
¿Qué somos? La constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II, en su número 33 dice: "Los laicos reunidos en pueblo de Dios y formando el único Cuerpo de Cristo bajo la única cabeza, están llamados todos, como miembros vivos, a contribuir al crecimiento y santificación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas, recibidas por favor del creador y la gracia del Redentor" (Lumen gentium 33).
En las últimas décadas el laicado ha tomado gran ascendencia en la Iglesia. Después de las definiciones del Concilio Vaticano I sobre el Papado y sobre el Episcopado en el Concilio Vaticano II, ha surgido un llamado del mismo Vaticano II al laicado, no sólo como objeto de especulación teológica y como partícipe en el apostolado jerárquico de la Iglesia (SS Pío XI) sino como miembro de la Iglesia con una misión evangelizadora en el mundo. A fines del primer milenio ya había decaído el diaconado de occidente y en muchos lugares existía solamente como un paso al presbiterado. Vemos que el Concilio Vaticano II exhorta a todos los fieles a contribuir al crecimiento de la Iglesia.
Hoy por hoy, esparcidos por el mundo, seglares de ambos sexos, como ministros extraordinarios, administran la comunión dentro y fuera del templo; leen desde el ambón, cantan y dirigen la música, anuncian las peticiones de la Oración Universal y hacen todo tipo de moniciones durante la liturgia. Hay laicos y personas de vida consagrada que son cancilleres diocesanos, que administran parroquias, y que están a cargo de las caridades diocesanas. En algunos lugares de misión hay religiosas que bautizan solemnemente y otros religiosos y laicos son testigos oficiales del sacramento del matrimonio. En una palabra, esto y mucho más indica que ha llegado la hora en que los laicos participen más plenamente en la Nueva Evangelización.
Resurge el Diaconado en occidente
Las necesidades pastorales de la Iglesia han movido al Papa y a los Obispos a contar más y más con los laicos y personas de vida consagrada para ser auxiliares extraordinarios en su función de enseñar y de santificar. Pero he aquí que en tan interesante momento y sin quitarle el gran mérito a estos ministros laicales, el Concilio Vaticano II restaura el diaconado como ministerio ejercido en forma permanente en la Iglesia. Y surge la pregunta: ¿Por qué se quiere resucitar el diaconado cuando todo lo que hace un diácono lo hace igualmente un laico? El franciscano inglés del siglo XIV William of Ockham enunció la famosa y conocida "navaja de Ockham" (Quodlibeta n. 5. 9.1, art. 2, ca. 1324)) que llama a la cordura y desecha la extravagancia y dice así en latín: "entia non sunt multiplicanda sine necessítate"; en otras palabras: ¿Para qué complicar lo que es simple? Bajo esa óptica, la restauración del diaconado en la Iglesia latina parece una verdadera duplicación de ministerios que ya están en función y que dan buen resultado.
Los escolásticos nos dicen que "el ser precede al hacer". Nadie hace lo que no puede y ni dá lo que no tiene. Tal parece que el "ser" laico contiene la potencialidad como laico de hacer todo lo ya mencionado (y más). Por tanto, nos preguntamos: ¿Qué añade la ordenación diaconal al laico? ¿Por qué dar la ordenación que imprime carácter sacramental para un oficio que aparentemente no necesita de la ordenación ni del carácter? Estos argumentos siguen la lógica del mundo de los negocios que es el pragmatismo.
Se trata de un misterio
El Señor dice que "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz" (Lc. 16, 18). Él alaba la previsión de los negociantes, no sus métodos. Pero aquí se trata de un misterio y no de un negocio. Se trata de un misterio, de un sacramento. Por lo tanto, parece que, lo que hace el diacono no es idéntico a lo que hace el laico, ciertamente no, en el orden de la gracia.
Diaconado, presbiterado y laicado
Hoy llega el diaconado, no como sustituto del presbiterado, no como amenaza al laicado, sino como heraldo: ¡ángel del Ευαγγελίσμος, es decir de la anunciación. Otro Gabriel que anuncie la Buena Nueva de Salvación! "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc. 1, 35). La imposición de manos crea al diácono como ministro ordenado, que, sin ser sacerdote, no es laico, sino clérigo; y que, sin ser laico no es sacerdote, pero sí está ordenado y no es Obispo. El diácono participa en el ministerio apostólico de la Iglesia que es el encuentro con el Señor. Por la ordenación diaconal s entra al estado clerical (Canon 266).
Cuando Gabriel anunció a María, la Madre de Dios dijo: "¿Cómo puede ser?" Lo dijo no por que no lo creyera, sino por que no entendía. Cuando el ángel le replicó, no le dio largas explicaciones, no pronunció una conferencia. Ella reaccionó sin otra conferencia. Solamente dijo: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí, lo que has dicho"(Lc. 1, 35). Cuando los padres conciliares restauraron el diaconado en la Iglesia de Occidente, fue animados con la fe de que la Iglesia necesita ese ministerio apostólico enmarcado como ya lo hemos visto, entre el laicado y el presbiterado, como un brazo que le faltaba al obispo. El diaconado no viene como prótesis, no como miembro artificial, sino como brazo apostólico vivo por cuyas venas corre la sangre de Cristo-Siervo, el Hijo de la sierva del Señor.
Al decreto conciliar responde el diácono.!Aquí estoy: envíame! (IS 6,8) Responde porque cree que se cumplirá lo que el Concilio ha establecido. Pues, si falta una teología definitiva del diaconado, no falta la fe en su realidad revelada. El diaconado continúa la misión con Cristo por medio del maravilloso encuentro entre Dios y el ser humano en el sacramento.
Como hemos visto, la institución del diaconado se remonta al Nuevo Testamento. Todos conocemos al Protomártir, al Protodiácono San Esteban. San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que éstos impusieron las manos sobre "siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría" para que atendieran las necesidades de las viudas de habla griega. Ellos eran de habla griega también y libraron a los apóstoles de las preocupaciones temporales para que se dedicaran mejor a la oración y a la predicación (Hc. 6, 3).
La palabra diácono viene del griego δіακονία (diakonνa) que en dos de sus formas, se emplea unas cien veces en el Nuevo Testamento queriendo significar ministerio/ ministro unas veces y servicio/siervo en otras (John N. Collins, Diakonia, Oxford University Press, 1990, pag. 3).
En los primeros años de la Iglesia vemos como el diaconado fue emergiendo. San Pablo en su carta a los Filipenses, escrita alrededor del año 57, hace referencia a los diáconos como orden en la Iglesia (Fil. 1, 11). También él habló con detalle sobre los diáconos en su primera carta a Timoteo (1Tim. 3, 8-10, 12-13).
Una ayuda sacramental única
Como San Esteban, el protomártir que predicó ante el sanedrín, y San Felipe, que catequizó al eunuco etíope, los diáconos desde el inicio no se dedicaron únicamente al servicio de la mesa. El Orden Sagrado consagra al diácono al ministerio del encuentro con Cristo Siervo dentro de ciertos marcos. "El diácono recibe el sacramento del orden para servir en calidad de ministro a la santificación de la comunidad cristiana en comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al ministerio del Obispo y subordinadamente al de los presbíteros, el diácono presta una ayuda sacramental, por lo tanto intrínseca, orgánica e inconfundible. Resulta claro que su diaconía ante el altar, por tener su origen en el sacramento del orden, se diferencia esencialmente de cualquier ministerio litúrgico que los pastores puedan encargar a los fieles no ordenados. El ministerio litúrgico del diácono, también se diferencia del mismo ministerio ordenado sacerdotal" (Directorium, N.28; Lumen Gentium, 29). El diácono no es sacerdote, su oficio es el de servir.
San Ignacio de Antioquia escribe (ca. A.D. 105) "Diáconos de los misterios de Jesucristo... no son (ustedes) ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios" ( Ad Trall. III.1).
El diaconado: funciones
El ministerio diaconal es triple. El diácono se ordena al ministerio de la palabra, la liturgia y la caridad. Ministerio triple porque en el hacer del diácono, como persona que es, esos tres oficios son concéntricos. Quiero decir, que giran en torno a Cristo Siervo como a su centro en la persona del diácono. No se traza una circunferencia sin designar su centro primero para allí apoyar el compás. El centro define la circunferencia, como Cristo Siervo define el triple ministerio diaconal.
(Fuente: Vatican.va)

Santa Rita de Casia


Viuda, Religiosa,
y Abogada de Imposibles
Vista de cerca, sin el halo de la leyenda, se nos revela el rostro humanísimo de una mujer que no pasó indiferente ante la tragedia del dolor y de la miseria material, moral y social. Su vida terrena podría ser de ayer como de hoy.

Rita nació en 1381 en Roccaporena, un pueblito perdido en las montañas apeninas. Sus ancianos padres la educaron en el temor de Dios, y ella respetó a tal punto la autoridad paterna que abandonó el propósito de entrar al convento y aceptó unirse en matrimonio con Pablo de Ferdinando, un joven violento y revoltoso. Las biografías de la santa nos pintan un cuadro familiar muy común: una mujer dulce, obediente, atenta a no chocar con la susceptibilidad del marido, cuyas maldades ella conoce, y sufre y reza en silencio.

Su bondad logró finalmente cambiar el corazón de Pablo, que cambió de vida y de costumbres, pero sin lograr hacer olvidar los antiguos rencores de los enemigos que se había buscado. Una noche fue encontrado muerto a la vera del camino. Los dos hijos, ya grandecitos, juraron vengar a su padre. Cuando Rita se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos para convencerlos de que desistieran de sus propósitos, tuvo la valentía de pedirle a Dios que se los llevara antes que mancharan sus vidas con un homicidio. Su oración, humanamente incomprensible, fue escuchada. Ya sin esposo y sin hijos, Rita fue a pedir su entrada en el convento de las agustinas de Casia. Pero su petición fue rechazada.

Regresó a su hogar desierto y rezó intensamente a sus tres santos protectores, san Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino, y una noche sucedió el prodigio. Se le aparecieron los tres santos, le dijeron que los siguiera, llegaron al convento, abrieron las puertas y la llevaron a la mitad del coro, en donde las religiosas estaban rezando las oraciones de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, clavándole en la frente una espina.

Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los limites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.
ORACIÓN
Oh Dios omnipotente,
que te dignaste conceder
a Santa Rita tanta gracia,
que amase a sus enemigos y
llevase impresa en su corazón
y en su frente la señal de tu pasión,
y fuese ejemplo digno de ser imitado
en los diferentes estados de la vida cristiana.
Concédenos, por su intercesión,
cumplir fielmente las obligaciones
de nuestro propio estado
para que un día podamos
vivir felices con ella en tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.
(Fuente: Catholic net)