La meta de la persona: conocer y amar a Dios
¿Tiene la persona una meta en la vida?
Ser persona es estar capacitado del amor divino para amar.
¿Qué es la persona? ¿De dónde viene y hacia dónde va? ¿Tiene la persona una meta en la vida? Pero, ¿qué es ser persona? La persona es una unidad, un compuesto formado de alma y cuerpo, por esto la persona es un ser espiritual. Lo que determina a un ser que es persona (Dios, los ángeles, los hombres) es la permanencia de su vida en sí mismo y por sí mismo, por medio del espíritu que es quien lo sostiene. Por lo tanto, ser persona es ser espiritual.
Todas las personas somos espirituales porque el espíritu es la sustancia, el elemento que nos sostiene en la vida, en el vivir. La persona es un espíritu encarnado en un cuerpo único e irrepetible. Que la persona sea un ser espiritual quiere decir, amigo, que tú puedes elegir y actuar libremente. Imagínate, los animales no pueden hacer esto, por eso los animales no tienen ninguna naturaleza o principio espiritual. El ser de naturaleza espiritual es un bien dado por Dios que sólo corresponde al hombre. Sólo la persona tiene la facultad de conocer a Dios por sí mismo y por lo tanto de amarle. El hombre es una persona corporal hecha para conocer y amar.(1) La meta pues de la persona humana es conocer y amar a Dios.
La persona es el único ser de la creación que sabe que es un ser libre, un ser inteligente, un ser que puede hacer cosas. Esa libertad tiene que ayudarlo a perseguir su propio bien, su realización en el amor. Ser persona es estar capacitado del amor divino para amar, es descubrir que no sólo se es biología e instinto, es descubrir que se está hecho para vivir en comunión con lo divino hasta llegar a la plenitud de la gloria.
Querido lector, realmente sólo la persona ama y puede conocer y amar a Dios. Sin embargo, para que esto suceda se requiere que sea ella misma desde su libertad individual y busque ese bien, esa comunión y ese amor.
Tomás de Aquino, gran pensador católico del siglo XVII, entiende a la persona como “subsistente espiritual”. La persona es lo más noble y digno que existe en la naturaleza. Cuando el niño, el joven, el adulto es iluminado por esta verdad se encuentra a sí mismo con que es verdaderamente superior. Se encuentra que por ser de naturaleza espiritual, noble y digna está llamado a vivir una vida llena de valor y de plenitud, una vida llena de sentido, una vida que le lleve a expresar: ¡he sido creado para el bien! Pero hay todavía más, así como Dios se ha dado a sí mismo creándote a ti y a mí, así tú y yo podemos darnos a Dios y a los otros amando y haciendo el bien.
Por eso es importante saber que ser persona quiere decir que tú y yo somos un ser de amor. El amor es el poder, la naturaleza de Dios. Como cada uno es hecho a su imagen y semejanza no estaremos completos o seremos perfectos hasta dejar que el espíritu del amor gobierne en nuestro corazón y empuje nuestra existencia a vivirse consciente y apasionadamente persona. Persona masculina y persona femenina: dos modos de la persona de ser en el mundo para dar Gloria a Dios.
Escuela de Ministerios y Diaconado Permanente "Pablo VI" y Diáconos Permanentes de la Diócesis de San Justo, provincia de Buenos Aires, Argentina. Noticias, comentarios, recursos e informaciones varias del quehacer pastoral.
viernes, 25 de febrero de 2011
miércoles, 23 de febrero de 2011
¡Ser Discípulos! Aprende a defender tu fe.
¡Ser Discípulos! Aprende a defender tu fe.
Un Dios castigador Y Él les dijo: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Autor: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. | |
Boletín ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe Tema: Preguntas jóvenes Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. Autor André Manaranche, I. TUS PREGUNTAS SOBRE DIOS ¿UN DIOS CASTIGADOR? Esta es la pregunta que me planteas: «¿Cómo se puede decir que el Sida es un castigo de Dios, cuando hay niños totalmente inocentes que mueren por culpa de esta terrible enfermedad?». Siempre es lo mismo: un Dios-explicación de una plaga contemporánea. En primer lugar, debo confiarte que estos dos últimos años ayudé a bien morir, en un hospital de París, a dos jóvenes amigos, afectados por el Sida: Frank, muerto el 18 de mayo de 1988, a los 22 años, y Martín, muerto el 22 de enero de 1988, a los 29 años de edad. También debo decirte que Martín, pensando en su caso personal, me había planteado tu misma pregunta. Evidentemente, no le traté como un maldito de Dios, sino como el hijo querido del Abba, nuestro Padre del cielo, y así, poco a poco, le fui convenciendo. Comprenderás que, si el mismo Dios hubiese enviado desde lo alto del cielo este virus terrible, para castigar a la gente, no nos iba a pedir que amásemos a los afectados en su nombre. ¡Al menos que estuviese arrepentido y quisiese reparar un mal del que se avergonzase! ¡Seamos lógicos! En ese caso no nos habría dicho: «amaros los unos a los otros», sino «apartaos de los sidosos, están malditos...». Mi actitud contigo no será diferente a la que mantuve con mis amigos, que en paz descansen, aunque mi respuesta tratará de ser más reflexiva y profunda. ¿Quién plantea esta pregunta? Permíteme, en primer lugar, preguntarte con qué actitud planteas esta pregunta. Porque hay dos formas de reaccionar. Por un lado está, sin duda, tu reacción, que traduce una perplejidad o, incluso, un escándalo doloroso. Y por otro lado, la del «deshacedor de entuertos», que muestra su alegría, constatando que -¡por fin!- Dios defiende su causa, sanciona enérgicamente el mal, y detiene la decadencia creando esta terrible pero benéfica disuasión. ¡Ya iba siendo hora! ¡El principio de la sabiduría es el miedo del policía... Y de la enfermedad mortal! Además, la amenaza comienza ya a dar sus frutos: aunque la permisividad moral continúe, ya no se muestra tan triunfante. A lo que algunos, más pesimistas, añaden: «es cierto, pero llega demasiado tarde; la Virgen predijo la inminencia de la catástrofe y la hora ha llegado; preparémonos para el Apocalipsis». Ten en cuenta, además, que no es raro encontrarse con esta actitud. Después de escribir un artículo en «Familia cristiana», para restablecer la verdad, es decir, la bondad de Dios, recibí una carta indignadísima de un lector, reprochándome el haber desfigurado el verdadero rostro de Dios y haber apoyado la inmoralidad. Le respondí preguntándole sencillamente si, cuando comulgaba, recibía en la hostia el cuerpo de un .verdugo de los demás... Y el episodio me hizo recordar un pasaje de la película «Señor Vicente». Unas señoras de la alta sociedad, a las que San Vicente Paul había invitado a acoger a unos niños abandonados, le responden indignadas: «¡Dios no quiere que vivan; son los hijos del pecado!». A lo que el santo, muy serio, replicó: «Señoras, cuando Dios quiere que alguien muera por el pecado, envía a su propio hijo». ¡Qué respuesta! ¿Qué dice la Escritura? Y, sin embargo, la idea de un Dios castigador, que a ti y a mí nos aterroriza, puede basarse en argumentos bíblicos nada despreciables. Es verdad que, desde el primer pecado (Génesis 3,14-19) hasta los de hoy (Romanos 1,18-32), el Señor castiga la rebeldía con penas diversas, de las que la peor es la muerte. Su palabra anuncia el juicio: «por haber hecho esto..., ¡OH hombre!..., te pasará esto.» De esta forma enérgica fue tratado el pueblo de Dios, cuando se mostraba infiel, por los profetas. Así, en tiempo de los Jueces, el pueblo puede elegir entre la zanahoria o el palo. Además, en la Biblia, Dios no se contenta con dejar que el pecado dé su propio fruto automáticamente (es lo que se llama la «justicia inmanente»), sino que infringe el castigo en persona. Pero esta táctica divina del golpe por golpe puede que funcione a nivel colectivo, pero no a nivel individual. En este segundo nivel, lejos de sancionar inmediatamente al malo, a menudo Dios le deja prosperar y pavonearse en un lujo insolente. Ya tiene papada y, mientras sigue engordando (Salmo 73,6-7), se burla de un cielo que parece sordo, ciego y manco (versículos 10-11). En cambio, el justo soporta toda clase de calamidades... ¡Realmente la justicia divina escandaliza y confunde! Es el mundo al revés. Algo de eso vivió el pobre Job ahogado por las desgracias, mientras sus amigos intentaban hacerle confesar un pecado secreto que justificase sus males. ¡Y Yahvé se contentaba con mandarle guardar silencio! En la misma época, los profetas se ponen a proclamar que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que viva (Ezequiel 18,23). Sin aflojar su exigencia, Yahvé se muestra dispuesto al perdón y multiplica sus llamadas al arrepentimiento. El tono va cambiando: se acercan los nuevos tiempos. El Evangelio confirma esta oferta de misericordia. Puesto en presencia del ciego de nacimiento, Jesús rechaza categóricamente la idea de un castigo personal o familiar (Juan 9,1-3). Asimismo, al hablar de la torre de Siloé, que había sepultado bajo sus escombros a dieciocho personas, evita poner en relación directa la catástrofe con un eventual pecado cometido por las victimas (Lucas 13, 4-5). Además, el Padre celestial no mira la buena o mala conciencia de los campesinos para sobre sus tierras el sol y la lluvia. En efecto, calienta y riega indistintamente a justos y pecadores sin que las nubes salten las tierras de los malos para castigarles por sus pecados también nosotros hemos de hacer lo mismo y saludar a nuestros enemigos como si fuesen amigos. A la inversa, el Señor no cura a todos los enfermos, y cuando cura a algunos, no se trata de una recompensa, sino de un signo, y los que no son librados de su enfermedad no pueden tomárselo como un castigo. ¡Aléjate, pues, de este simplísimo que te proporciona débiles explicaciones! ¿Y el Sida? Volvamos al Sida. Aunque a menudo vaya unido a la homosexualidad (sobre todo el principio) o la toxicomanía (por el uso de jeringuillas contaminadas), esta terrible enfermedad se transmite también por otras causas. Por ejemplo por una simple transfusión sanguínea. El personal hospitalario se arriesga permanentemente a un accidente, a pesar de las precauciones tomadas. No debes pues establecer una relación directa entre el Sida y la inmoralidad. Por otra parte, guardándote muy mucho de imaginar un Dios vengador, entregando una especie de querrá bacteriológica contra los impuros, como los rusos en Afganistán. El Sida muestra simplemente que el hombre no puede jugar con su humanidad de una manera insensata, contraviniendo la sabiduría inscrita en la naturaleza. No se puede hacer el amor de forma cualquiera. ¡No se maltratan impunemente las mucosas ni los sentimientos! Desgracia también para los poderes públicos que, bajo el pretexto de acabar por todos los medios con esta grave amenaza, no consiguiesen más que amentar y legalizar la permisividad banalizando la distribución de preservativos. La urgencia a corto plazo no debe hacemos olvidar el problema de fondo, que no es sólo un asunto de la Iglesia, a la que, por otra parte, se acusa de intolerancia y se ridiculiza. El asunto no es nuevo. En todas las épocas, más menos turbulentas, algunos creyentes predijeron catástrofes o atribuyeron una catástrofe presente al pecado social del momento. ¡Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos predicadores presentaron la derrota de Francia como un castigo por su laicismo! No interpretes a tu gusto los acontecimientos de este mundo, atribuyéndolos a los designios del cielo. En ese caso estarás proyectando sobre Dios tus terrores y tus violencias. Es verdad que el Sida es una tremenda amenaza ante la que no se pueden cerrar los ojos, ya que su presencia es cada vez más evidente. Se comprende también que algunos vean un juicio de Dios en una plaga de una amplitud galopante. Pero sería totalmente erróneo buscar en el Sida el horóscopo divino. Lo que Dios quiere de ti es que te armes con el coraje de la pureza y de la caridad. ¡No busques en otra parte! (1: A mediados del siglo XVI, un teólogo flamenco, Miguel Bayo, defendió que todo sufrimiento humano era el castigo del pecado original o de los pecados personales. Concluyó, además, que la Virgen Maria no era inmaculada, por lo mucho que había sufrido durante su vida, y que incluso había pecado como todo el mundo. ¡Ya ves a donde conducen las teorías! el Papa San Pío V condenó este error en 1567. Mucho antes, San Agustín había dicho que el sufrimiento funciona como un remedio más que como un castigo). |
domingo, 20 de febrero de 2011
El verdadero cambio necesario que sí precisa la Iglesia
El verdadero cambio necesario que sí precisa la Iglesia Lo que necesitamos es fe en plenitud, cultivo espiritual, comunión eclesial, autenticidad, lealtad, conversión y pasión por Jesucristo, por su Iglesia y por la misión evangelizadora a favor de la humanidad Autor: Editorial Ecclesia | Fuente: www.revistaecclesia.com | |
El pasado 3 de febrero un grupo de 144 teólogos alemanes, austriacos y suizos -un tercio de su actual totalidad en ejercicio- hicieron público un memorandum titulado «Iglesia 2011: Un cambio necesario Necesidad de avanzar hacia un nuevo comienzo». La supresión del celibato sacerdotal, el acceso de las mujeres al sacerdocio ministerial, una mayor participación de los laicos y procesos más democráticos en las elecciones episcopales son los reclamos principales del mismo. En España, tres antiguos profesores de Teología han encabezado asimismo una campaña de recogida de firmas de adhesión al manifiesto. ¿Es este el verdadero cambio que necesita nuestra Iglesia? ¿Nuestra propia identidad cristiana y eclesial y los problemas y limitaciones pastorales con que topamos hoy día y hasta nuestros mismos pecados pasados o presentes demandan en realidad abordar cuestiones de esta naturaleza? ¿Con medidas similares han conseguido otras Iglesias y confesiones cristianas revitalizar, redinamizar y fertilizar sus comunidades o, al contrario, han sido sumidas todavía más en la crisis y en las crisis? ¿Siguiendo estas propuestas -no todas de la misma envergadura y cualificación-, seríamos más fieles al Evangelio y prestaríamos mejor servicio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Creemos sincera, humilde y firmemente que no. En referencia a la supuesta posibilidad y conveniencia del sacerdocio femenino, la Iglesia -repite paciente y fundamentadamente el magisterio papal de las últimas décadas- no puede dar lo que no tiene y a lo que no está legitimada. Las razones del celibato sacerdotal, de carácter disciplinar, sí, y también de amplio respaldo y cobertura espiritual, pastoral y doctrinal -al menos en cuanto a imitación y seguimiento de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y de cuyo sacerdocio participan los sacerdotes ministeriales-, son muy poderosas, fecundas y válidas. Y la mayor y mejor participación de los laicos en la vida de la Iglesia no puede ser jamás cuestión de aspiraciones en lograr simplemente por lograr poderes humanos o influencias sociales, en fomentar grupos de presión, en alcanzar cuotas estadísticas y en seguir meros eslóganes publicitarios. Y por lo respecta a los procesos de los nombramientos de los obispos, bueno será recordar que estos nunca se producen sin una amplia y detenida consulta intraeclesial, que obviamente en ningún lugar está escrito que no pueda ser de otra manera ni aún mayor o también menor a tenor de las circunstancias. El verdadero cambio necesario que urge nuestra Iglesia pasa siempre y también ahora por el reto de la santidad, de la fidelidad, de la comunión, de la constante renovación espiritual y del ardor evangelizador. El verdadero cambio necesario es vivir de la Palabra de Dios, que encuentra en la Iglesia -como recordó días atrás en el Congreso sobre la Biblia de la CEE el teólogo y arzobispo Ladaria- el único ámbito adecuado para su interpretación como Palabra actual de Dios. El verdadero cambio que necesitamos es el del desapego iluminado desde la fe y desde la independencia ideológica ante las consignas y reclamos de la moda y de lo política, social o culturalmente correcto, que aunque pueda conllevar renuncias, son, en realidad, ofrendas libres, generosas y en positivo por la auténtica causa del Reino. Claro que hay que escuchar y discernir los signos de los tiempos. Claro que siempre es bueno el diálogo y el encuentro. Y estos mismos signos de los tiempos y desde el diálogo y el encuentro precisos lo que se reclama de nosotros los cristianos, de nosotros miembros de la Iglesia, no son posturas acomodaticias ni posicionamientos ideologizados y trasplantados desde fuera. No son viejas y superadas polémicas, ni nuevas o larvadas divisiones o disensiones. No son posiciones lejanas y hasta contrarias al magisterio eclesial, sino todo lo contrario. En medio de estos presentes tiempos recios de increencia y secularización, lo que reclaman los signos de los tiempos no es que nosotros también nos secularicemos y presentemos, vivamos y transmitamos un Evangelio «light» o bajo en calorías para así, supuestamente -solo supuestamente- hacerlo más atractivo y simpático, porque si la sal se vuelve sosa... Lo que necesitamos es fe en plenitud, cultivo espiritual, comunión eclesial, autenticidad, lealtad, conversión y pasión por Jesucristo, por su Iglesia y por la misión evangelizadora a favor de la humanidad. Es, en suma, ser más de Dios, del Dios de Jesucristo, para así ser más y mejor de y para los hombres nuestros hermanos. |
| | | Imprimir | | | En |
Evangelio del día y comentarios a la Palabra diaria 7ma. semana T.O.
Evangelio del día y comentarios a la Palabra diaria | ||||||||||||||||||||||||||||||||||
Séptima semana del Tiempo Ordinario Del 21/2/2011 al 26/2/2011 | ||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
lunes, 14 de febrero de 2011
Evangelio del día y comentarios a la Palabra diaria | ||||||||||||||||||||||||||||||||
Sexta Semana del Tiempo Ordinario Del 14/2/2011 al 19/2/2011 | ||||||||||||||||||||||||||||||||
|
Suscribirse a:
Entradas (Atom)