jueves, 28 de junio de 2012

San Ireneo - Obispo y mártir

Pacificador de nombre y de hecho (el nombre “Ireneo” en griego quiere decir pacífico y pacificador), san Ireneo fue presentado al Papa por los cristianos de la Galia con palabras de grande elogio: “Guardián del testamento de Cristo”. En Roma honró su nombre sugiriendo moderación al Papa Víctor, aconsejándole respetuosamente que no excomulgara a las Iglesias de Asia que no querían celebrar la Pascua en la misma fecha de las otras comunidades cristianas.

Con los mismos fines pacificadores este hombre ponderado insistió a los obispos de las otras comunidades cristianas para que trabajaran por el triunfo de la concordia y de la unidad, sobre todo manteniéndose unidos a la tradición apostólica para combatir el racionalismo gnóstico. De sus escritos nos quedan, efectivamente, Los cinco libros del Adversus hæreses, en los que Ireneo aparece no sólo como el teólogo más equilibrado y penetrante de la Encarnación redentora, sino también como uno de los pastores más completos, más apostólicos y más católicos que hayan servido a la Iglesia. Se nota que sus argumentaciones contra Los herejes, aunque nacieron de la polémica, son fruto de la oración y de la caridad.

Ireneo era oriundo de Asia Menor. Entre sus recuerdos de juventud se encuentra el contacto con Policarpo de Esmirna, el santo obispo “que fue instruido por los testigos oculares de la vida del Verbo”, sobre todo por el apóstol Juan, que había fijado su sede en Esmirna. Ireneo, pues, por medio de Policarpo se une a los Apóstoles. Después de dejar el Asia Menor, pasa a Roma y sigue para Lyon (Francia). No perteneció a la lista de los mártires de Lyon, víctimas de la persecución del 177, porque precisamente en ese tiempo su Iglesia lo había enviado a Roma para presentar al Papa Eleuterio algunos asuntos de orden doctrinal, relacionados sobre todo con el error montanista. Este error se debía a un grupo de fanáticos que habían llegado de Oriente, predicando el disgusto por las cosas del mundo y anunciando el inminente regreso de Cristo. De regreso a Lyon, Ireneo sucedió en el 178 al obispo mártir san Fotino, y gobernó la Iglesia de Lyon hasta su muerte, hacia el año 200. Aunque no está comprobado su martirio, la Iglesia lo venera como mártir.

En todo caso, él fue un auténtico testigo de la fe en un período de dura persecución; su campo de acción fue muy vasto, si se tiene en cuenta que probablemente no había ningún otro obispo en las Galias ni en las tierras limítrofes de Alemania. Su lengua era el griego, pero aprendió las lenguas “bárbaras” para poder evangelizar a esos pueblos.

viernes, 22 de junio de 2012

Aquí encontrarás algo que te interesará. Se trata de un detalle de las memorias y festividades de santos Diáconos, incluídos en el Martirologio Romano para cada mes. Regístralo y encomiéndate a Dios por intercesión de estos santos servidores que siguieron las huellas de nuestro Señor Jesucristo, el Primer Diácono.

ENERO

10  San Nicanor: Fue uno de los siete Diáconos que los Apóstoles escogieron originalmente. Después que San Esteban murió lapidado, fue en misión a los gentiles. Se le dio muerte en Chipre durante la persecución de Vespasiano hacia el año 67.

13 San Hermilo: Diácono en la ciudad de Singudunum (actualmente Belgrado), fue detenido con su sirviente Estratónico, después de haber sido denunciados por ser cristianos. Fueron torturados y ahogados en el río Danubio en el año 315. Otros cristianos recobraron sus cadáveres y los colocaron en un santuario en las afueras de la ciudad.

21 Santos Augurio y Eulogio: Fueron arrestados junto con su obispo San Fructuoso de Tarragona, entonces capital de España, durante la persecución de Valeriano. Al negarse a adorar a los dioses paganos y proclamar su fe cristiana, fueron atados a unas estacas y quemados vivos en el año 259.

22 San Vicente: Diácono español, fue torturado hasta morir por su fe en Valencia durante la persecución de Diocleciano en 304. San León I, el Grande, lo elogia mucho y el poeta cristiano Prudencio escribió varios himnos en su honor, y San Agustín le dedica cuatro homilías diciendo: “No hay provincia donde no se celebre su fiesta. Mientras lo torturaban. Él, como el mártir Esteban, oraba y suplicaba al cieloque perdonara a sus enemigos”.

23  San Pármenas: Otro de los Diáconos elegidos en la época de San Esteban, predicó el evangelio en Asia Menor. Se le dio muerte en Filipos, Macedonia durante el imperio de Trajano por el año 98.

FEBRERO

16  San Valente: Diácono de la Iglesia de Jerusalén, era un hombre de edad, de quien decía San Jerónimo que se sabía la Biblia de memoria. Fue condenado a muerte en Cesarea en el año 309 durante la última persecución grande contra los cristianos.

24  San Flaviano: Fue uno de los siete seguidores de San Cipriano a quienes se les dio martirio en Cartago por instigación del Procurador Solón: Todos fueron torturados y decapitados durante la persecución de Valeriano en 259.

MARZO

29  San Cirilo: Diácono Palestino, fue martirizado por el año 362 en la época de Julián el Apóstata. Según Toedoreto, fue mutilado horriblemente antes de morir.

31  San Benjamín: Fue llevado preso por predicar en Persia en contra del culto de Mazda. Cuando se negó a dejar de propagar la fe cristiana, fue torturado y empalado en 421.

ABRIL

04  San Agatopo: Fue detenido en compañía del Lector Teódulo, por tener una copia de la Sagrada Escritura. Por orden del Gobernador Faustino, les ataron rocas y les arrojaron al mar en Tesalónica en el año 303.

22  Santos Abdieso y Azadones: Fueron dos Diáconos persas ejecutados hacia el año 341 durante la persecución desatada en el reinado de Sapor II.

30  Santiago: Fue un Diácono preso junto al Lector Mariano en Cirta, Argelia, durante la persecución del Emperador Valeriano. Después de ser torturados fueron conducidos a Lambesa en Numidia, donde fueron condenados a ser decapitados en el circo con otros cristianos por el año 259.

JUNIO

06  San Felipe: Otro de los siete primeros Diáconos, predicó en Samaria (Actas 8:5) donde convirtió a Simón Mago. También convirtió al Tesorero de la reina de Etiopía (Actas 8:26). San Pablo se hospedó en su casa en Cesarea (Actas 21:21).

09  San Vicente de Agen: Fue Diácono de Agen en Gascuña, fue llevado preso por interrumpir una ceremonia druida. Fue torturado y decapitado hacia el año 300.

09 San Efrén: Nació en el seno de una familia cristiana en Nisibe hacia 306. Ejerció su ministerio en Edesa, donde se refugió cuando los persas invadieron su patria, y en el campo. Fue un gran predicador y escribió muchos libros para refutar los errores de su tiempo. Llevaba una vida de contemplación y de austeridad extrema y de su llama interior brotaba ese lirismo que hizo de él “el arpa del Espíritu Santo”. Tiene también muchos himnos en honor a María Santísima. Murió en el año 373. San Efrén es doctor de la Iglesia.

JULIO

03 San Ireneo: Fue un Diácono apresado en compañía de una dama romana llamada Mustiola acusados de dar sepultura a los cristianos martirizados. Fueron muertos a azotes en Chiusi, en Toscaza, bajo el imperio de Aureliano en el año 273.

15  San Barhadbescialas: Diácono martirizado en el año 354 bajo el reinado del tirano Sapor II; escribió en arameo unas actas que aún se conservan.

AGOSTO

06  Santos Agapito, Januario, Felicísimo, Magno, Esteban y Vicente: Fueron seis Diácono ejecutados junto con el Papa Sixto II durante la persecución de Valeriano. Todos habían sido arrestados en el cementerio Pretextato, en las afueras de Roma, mientras el Papa celebraba la Misa. Todos murieron ese mismo día en el año 258.

10  San Lorenzo: Diácono durante el papado de Sixto II, había ido de España, su tierra natal, a Roma. Después de la muerte de Sixto II, el Prefecto romano le exigió la entrega del tesoro de la Iglesia al Emperador. Lorenzo entonces se presentó ante el Prefecto con un grupo de ciegos, lisiados, huérfanos y otros infelices y le dijo que ese era el tesoro de la Iglesia. El Prefecto, encolerizado, mandó a sus hombres que ataran a Lorenzo a una parrilla de hierro y lo quemara vivo, murió el 10 de agosto de 258, cuatro días después del Papa Sixto II, estas circunstancias contribuyeron a hacer de San Lorenzo el más famoso de los mártires romanos. San Lorenzo es el patrono de los Diáconos y de los mineros.

15  San Tarsicio: No está claro si Tarsicio fue Acólito o Diácono. Pero se sabe que fue muerto a golpes en la Vía Apia, en Roma, mientras llevaba la Sagrada Forma a los prisioneros cristianos. El Papa Dámaso escribió un poema sobre el incidente. Su muerte ocurrió durante el siglo III, pero no se sabe el año.

SEPTIEMBRE

04  San Marino: Nacido en una familia cristiana, era albañil. Había ido a Rímini a buscar trabajo y se sorprendió al ver a muchas personas de la aristocracia trabajando de esclavos por negarse a hacer sacrificios a los dioses paganos. Trabajó para aliviar los sufrimientos de esas pobres gentes. El Obispo de Rímini lo ordenó Diácono para que pudiera bautizar a los muchos conversos que lograba hacer. Con el transcurso de los años se hizo ermitaño en las afueras de Rímini. Una ciudad que se construyó en el sitio donde vivió durante el siglo IV llegó a ser la República de San Marino.

OCTUBRE

04 San Francisco de Asís: Nacido en Asís en 1182, llevó una vida alegre y despreocupada en su juventud, pero con el tiempo encontró a Cristo en San Damián y renunciando a los bienes materiales se dedicó a llevar una vida ejemplar de pobreza, lo hizo en la alegría, la humildad y la sencillez de corazón predicando el amor de Dios y la fidelidad a la Iglesia a todas las criaturas con una gran ternura. Estableció una regla que siguieron muchos de sus compañeros y después fundó con Clara de Asís una orden de monjas y más tarde una sociedad de laicos que hacen penitencia deseosos de más perfección evangélica.. Francisco nunca se consideró merecedor de ser sacerdote y siguió siendo Diácono hasta su muerte en la Porciúncula en 1226.

09 San Eleuterio: Cayó preso en compañía del sacerdote Rústico y San Dionisio, primer Obispo de París, durante la persecución de Decio. Los tres fueron decapitados el 09 de octubre de 258. Los cristianos rescataron sus cadáveres del río Sena y les dieron sepultura. Una capilla, construída sobre la tumba, llegó a convertirse en la Abadía de San Dionisio.

11  San Papilo: Fue detenido junto con su obispo San Carpo y llevados ante el gobernador romano en Pérgamo (actualmente Turquía) donde se les ordenó rendir culto a los dioses paganos. Al negarse fueron torturados y quemados vivos. No se sabe exactamente si su martirio ocurrió durante la persecución de Aureliano o de Decio.

22  San Severo: Junto al obispo Felipe y otros dos clérigos, los santos Hermes y Eusebio, cayeron presos. Durante el juicio, que se les celebró cerca de Constantinopla, se les mandó que entregaran  los libros sagrados de la Iglesia. Al negarse a hacerlo, fueron conducidos a Adrianópolis donde fueron torturados y quemados vivos en el año 304.

NOVIEMBRE

01 San Cesario: Diácono africano, condenó los sacrificios humanos que se efectuaban en Terracina, Italia y se proclamó cristiano. La muchedumbre de paganos lo capturó junto con un sacerdote llamado Julián y los arrojaron al mar durante el primer siglo de nuestra era.

18  San Romano: Nacido en Palestina, se hizo Diácono y ejerció su ministerio primero en Cesarea y después en Antioquia, donde exhortaba a los prisioneros cristianos a mantener la fe. Fue tomado preso y condenado a morir en la hoguera de la que salvó porque una lluvia apagó el fuego. De todos modos lo torturaron y estrangularon en el año 304.

DICIEMBRE

26 San Esteban: Fue uno de los siete primeros Diáconos comisionados por los Apóstoles para atender a los pobres de la comunidad de Jerusalén y el primer mártir en dar su sangre por Cristo. Esteban, además del servicio de la caridad, destacó en el servicio de la Palabra “lleno de gracia y de poder hace grandes prodigios y signos entre la gente”. Unos cuantos de la sinagoga de los libertos hicieron frente a la sabiduría de Esteban y oyendo sus palabras se enfurecían por dentro y gritando con grandes voces, se taparon los oídos y todos a la vez se arrojaron contra él, y empujándolo fuera de la ciudad se pusieron a apedrearlo mientras Esteban repetía “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y dicho esto se durmió en el Señor.

Oración por intercesión del diácono San Lorenzo
Dios nuestro que inflamaste con el fuego de tu amor a San Lorenzo
para que brillara por su fidelidad a su servicio diaconal
y por la gloria de su heroico martirio,
haz que nosotros te amemos siempre como él te amó
y practiquemos lo que él nos enseñó.
Por Jesucristo nuestro Señor.

(Fuente diáconos.org)




jueves, 21 de junio de 2012

San Luis Gonzaga


Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione delle Stiviere y hermano del duque de Mantua, hubiera querido que su primogénito Luis, que nació el 9 de marzo de 1568, siguiera sus huellas de soldado y comandante en el ejército imperial. A los cinco años, Luis vestía ya una pequeña coraza, con casco y penacho y cinturón con espada, y jugueteaba detrás del ejército paterno, aprendiendo de los rudos soldados el uso de las armas y su colorido vocabulario. Un día aprovechó la distracción de un centinela y le prendió fuego a la pólvora de un pequeño trozo de artillería. Quedó desmayado más no asustado. Pero ese niño le daría fama a la familia de los Gonzaga, pero con otras armas. Lo enviaron a Florencia como paje del gran duque de Toscana, pero a los diez años le imprimió a su vida una dirección muy precisa, haciendo voto de perpetua virginidad.

Un viaje a España, en donde vivió unos dos años como paje del Infante Don Diego, le sirvió para dedicarse al estudio de la filosofía en la universidad de Alcalá de Henares y a la lectura de libros devotos, como el Compendio de la doctrina  espiritual de Fray Luis de Granada. A los doce años, después de haber recibido la primera Comunión de manos de San Carlos Borromeo, resolvió entrar en la Compañía de Jesús. Pero necesitó otros dos años para vencer la oposición del padre, que lo envió a los cortes de Ferrara, Parma y Turín.   




Para que su alma se perfumara con las virtudes cristianas, Luis renunció al título y a la herencia paterna, y a los catorce años entró al noviciado romano de la Compañía de Jesús, bajo la dirección de San Roberto Belarmino. Olvidó totalmente su origen noble y escogió para si los encargos más humildes, dedicándose al servicio de los enfermos, sobre todo durante la epidemia de peste que afligió a Roma en 1590. Quedó contagiado probablemente par un acto de piedad: había encontrado en la calle a un enfermo y, sin pensarlo dos veces, se lo echó a la espalda y lo llevó al hospital en donde prestaba sus servicios.
Murió a los 23 años, en el día que él había anunciado: era el 21 de junio de 1591. El cuerpo de San Luis, patrono de la juventud, se encuentra en Roma, en la iglesia de San Ignacio. Este santo, víctima de cierta hagiografía amanerada, a pesar de las apariencias, era de un temperamento fuerte. Las duras penitencias a las que se sometió son el signo de una determinación no común hacia una meta que se había fijado desde su infancia.
(Fuente catholic.net)

martes, 19 de junio de 2012

San Romualdo - Santo fundador

Pedimos perdón por la ausencia de algunos días ocasionada por defectos en nuestra computadora. Ya solucionado el inconveneiente les ofrecemos nuestro acostumbrado servicio, que esperamos sirva para la Gloria de Dios y el aprovechamiento espiritual de nuestros visitantes.

San Romualdo, como fundador de la Orden contemplativa de los Camaldulenses, es uno de los mejores representantes de la tendencia reformadora de fines del siglo x y del siglo xi, como reacción contra el deplorable estado de relajación en que se hallaba la Iglesia católica y gran parte de la vida monástica del tiempo. El movimiento renovador más conocido y más eficaz para toda la Iglesia en este tiempo fue el cluniacense, iniciado a principios del siglo x en el monasterio de Cluny. Pero en Italia tuvo manifestaciones características de un ascetismo más intenso, que tendía a una vida mixta, en que se unía la más absoluta soledad y contemplación con la obediencia y vida de comunidad cenobítica. El resultado fueron las nuevas Órdenes de Valleumbrosa y de los Camaldulenses y los núcleos organizados por San Nilo y San Pedro Damián.
San Romualdo, de la familia de los Onesti, duques de Ravena, nació probablemente en torno al año 950 y murió en 1027. Es cierto que su biógrafo San Pedro Damián atestigua que murió a la edad de ciento veinte años; pero ya los bolandistas corrigieron este testimonio, que, como resultado de modernos estudios, no puede mantenerse. Educado conforme a las máximas del mundo, su vida fue durante algunos años bastante libre y descuidada, dejándose llevar de los placeres y siendo víctima de sus pasiones. Sin embargo, según parece, aun en este tiempo, experimentaba fuertes inquietudes, a las que seguían aspiraciones y propósitos de alta perfección. Así se refiere que, yendo cierto día de caza, mientras perseguía una pieza, se paró en medio del bosque y exclamó: "¡Felices aquellos antiguos eremitas que elegían por morada lugares solitarios como éste! ¡Con qué tranquilidad podían servir a Dios, apartados por completo del mundo!"
Un hecho trágico le dio ocasión para abandonar el mundo. En efecto, su padre, llamado Sergio y hombre imbuido en los principios mundanos, se lanzó a un duelo con un pariente, obligando a Romualdo a asistir como testigo. Terminado el duelo con la muerte del adversario, Romualdo sintió tal remordimiento por aquella muerte y tal repugnancia por el mundo, que se retiró al monasterio benedictino de Classe, cerca de Ravena, con el fin de hacer penitencia. Tres años pasó allí entregado a las mayores austeridades, y al fin se decidió a suplicar su admisión en el monasterio. El abad tuvo especial dificultad por no contrariar a su padre Sergio; mas, por intercesión del arzobispo de Ravena, antiguo abad de Classe, le permitió al fin vestir el hábito benedictino, en aquel célebre monasterio.
Pero entonces comenzó un nuevo género de dificultades. La vida de observancia y penitencia del nuevo monje constituía una tácita reprensión para muchos religiosos de aquel monasterio, más o menos relajados. Por esto, se fue formando tal oposición contra Romualdo que, en inteligencia con el abad, se vio obligado a retirarse a un lugar solitario cerca de Venecia, donde se puso bajo la dirección de un tal Marino. Este, con sus formas rudas y su austera ascética, contribuyó eficazmente al adelantamiento de Romualdo en la perfección religiosa, y tal fue el ascendiente de santidad que ambos llegaron a alcanzar, que el mismo dux de Venecia, San Pedro Orseolo, se sintió impulsado a abandonar el mundo y entregarse a la vida solitaria. Así pues, ambos, juntamente con Pedro Orseolo, se dirigieran a San Miguel de Cusan, donde se entregaron a las más rigurosa vida solitaria. Movido por el ejemplo de su hijo, también el duque Sergio se retiró al monasterio de San Severo, cerca de Ravena, para expiar sus pecados. Sin embargo, después de algún tiempo, vencido por la tentación, intentaba volver a su antigua vida; pero entonces su hijo Romualdo, abandonando su retiro, acudió a su lado y consiguió mantenerlo en aquella vida de penitencia, en la que perseveró hasta su muerte.
La vida de San Romualdo durante los treinta años siguientes constituye un verdadero prodigio de ascetismo cristiano. En el monasterio de Cusan se puso bajo la dirección del abad Guérin, de quien obtuvo el permiso de retirarse a un lugar solitario, próximo a la abadía, donde se entregó durante tres años a las mayores austeridades.
Ponía ante sus ojos la vida de los santos y procuraba imitar los excesos de penitencia que ellos habían practicado. Como los antiguos anacoretas del desierto se habían impuesto ayunos rigurosísimos, Romualdo quiso también seguir su ejemplo. Durante estos años, Romualdo no comía más que el domingo, y aun entonces, una comida sumamente frugal.
En medio de todo esto, lo acometió el enemigo con las más molestas tentaciones. Ponia  ante los ojos con la mayor viveza los atractivos de la vida del mundo, mientras, por otra parte, la representaba la inutilidad de los esfuerzos que realizaba y de la vida que llevaba. Frente a los repetidos asaltos del enemigo, Romualdo se entregó más de lleno a la oración, de donde sacaba la fuerza necesaria para mantenerse firme en la lucha. Según se refiere, el enemigo llegó a maltratar cruelmente su cuerpo, con el objeto de apartarlo de aquella vida de austeridad. Más aún, excitando en su imaginación durante la noche imágenes feas y espantosas, trataba de amedrentarlo con el ejercicio de la vida de perfección.
Pero Romualdo, fiel a la oración y puesta su confianza en Dios, salió victorioso de todas estas batallas. Hacia el año 999 volvió a Italia y se incorporó de nuevo al monasterio de Classe, donde, en una celda solitaria, continuó la vida de penitencia y de retiro que había comenzado. Allí se renovaron los asaltos del enemigo. Las crónicas antiguas refieren que, habiéndolo el demonio flagelado cruelmente un día en el interior de su celda, Romualdo se dirigió al Señor con estas palabras: "Dulcísimo Jesús mío, ¿me habéis abandonado por completo en manos de mis enemigos?" Al oír el demonio el nombre de Jesús, huyó rápidamente, a lo que siguió una gran tranquilidad y dulzura del alma.
Pero Romualdo tuvo que superar otras muchas dificultades, con las que se fue purificando su alma y aquilatando su virtud, hasta disponerlo definitivamente a la fundación de la nueva Orden de los Camaldulenses. Estas dificultades le vinieron de sus mismos monjes. Viviendo él en su retiro, no lejos del monasterio de Classe, un rico caballero le envió una limosna de siete libras para que las distribuyera entre los monjes pobres. Así lo hizo él inmediatamente, repartiéndolo entre otros monasterios más pobres que el suyo, por lo cual los de su monasterio se enfurecieron contra él, y como ya estaban resentidos por sus grandes austeridades, lo tomaron aparte y, después de azotarlo bárbaramente, le obligaron a retirarse.
Pero, precisamente entonces, quiso el Señor valerse de él para la reforma de aquel monasterio de Classe. En efecto, hallándose a la sazón en Ravena el emperador Otón III, lleno siempre de los más elevados ideales de reforma eclesiástica, trabajó eficazmente para la reforma del monasterio de Classe, y para ello obtuvo de sus monjes que eligieran como abad a Romualdo. El mismo en persona fue en busca del solitario y lo introdujo como abad y reformador en la célebre abadía. Efectivamente, durante dos años se entregó con toda su alma a la importante obra de la reforma del monasterio; pero, viendo que no lograba su intento, acudió al arzobispo de Ravena y al mismo Otón III, y puso en sus manos su báculo, renunciando a la dignidad de abad.
Tal fue el momento preparado por la Providencia para que iniciara su obra de fundador. En efecto, con toda la experiencia adquirida durante los largos años dedicados a la vida solitaria, e impulsado siempre por sus ansias de vida contemplativa y de la más absoluta soledad, pidió entonces a Otón III le concediera los terrenos y los medios para la construcción de un monasterio, donde pudieran entregarse a una vida mixta de contemplación, soledad y obediencia, y, efectivamente, el emperador le hizo construir uno en el lugar denominado Isla de Perea dedicado a San Adalberto, a donde se retiró Romualdo con algunos caballeros del séquito de Otón III, que se decidieron a seguirle. Poco después organizó otros centros de vida eremítica en Italia y en la Istria, y concibió el plan de construir uno en Val de Castro, consistente en un conjunto de celdas separadas, cuyos moradores debían llevar una vida de rigurosa soledad, entregados a la oración y penitencia, pero manteniendo la unión y vida de comunidad. Con esto debía realizarse su ideal de consagración a Dios.
Entre tanto, movido del ansia de derramar la sangre por Cristo, que siempre había sentido, obtuvo del Papa el permiso de predicar el Evangelio en Hungría. Se puso, en efecto, en marcha; pero, cuando estaba a punto de llegar a la meta de sus aspiraciones, se sintió atacado por una enfermedad, y como esto se repitiera cada vez que intentaba continuar su empresa, comprendió que no era aquélla la Voluntad de Dios, y así volvió a Italia.
Entonces,  se entregó con toda su alma a la realización definitiva de su ideal monástico. La fundación se afianzó en Val de Castro; continuó organizando otros centros semejantes. Llamado a Roma por el Romano Pontífice, se dedicó algún tiempo al apostolado y, con la santidad de su vida y sus ardientes exhortaciones, logró la conversión de muchos pecadores; mas, volviendo a su ideal monástico, fundó diversos centros en las proximidades de Roma, entre los que sobresale el de Sasso Ferrato, donde permaneció algún tiempo. Precisamente en este lugar quiso el Señor que resplandecieran de un modo especial sus virtudes. En efecto, según refieren sus biógrafos, un señor, a quien Romualdo había tratado de convertir de su desordenada vida de impureza, lanzó contra Romualdo la más inicua calumnia. Dios permitió que los monjes, demasiado crédulos, se dejaran convencer, y así, impusieron al Santo una severa penitencia y le prohibieron celebrar la santa misa. Romualdo sobrellevó aquella deshonra con el más absoluto silencio durante seis meses; pero, transcurrido este tiempo, Dios mismo le ordenó que no se sometiera por más tiempo a una sentencia abiertamente injusta, pronunciada contra él sin autoridad y sin ninguna sombra de verdad. La primera vez que celebró la santa misa después de esta prueba apareció, según se refiere, arrobado en éxtasis.
Después de esto, ya iniciado el siglo XI, pasó seis años en Monte-Sitrio, donde había organizado un nuevo centro de vida ascética conforme a su ideal. El mismo era un ejemplo viviente de la vida de consagración a Dios: guardaba el más absoluto silencio; observaba las más rigurosas austeridades; rehusaba a sus sentidos todo lo que pudiera darles alguna satisfacción. El emperador Enrique I, sucesor de Otón III, en su primer viaje a Italia, quiso visitar a Romualdo, de cuya santidad y austeridades estaba informado. El resultado de la entrevista fue entregarle el monasterio de Monte-Amiato, en Toscana, para que introdujera en él algunos de sus discípulos. Así lo realizó él, en efecto, durante los años siguientes. A este tiempo se refieren diversos hechos milagrosos, que las crónicas le atribuyen; pero estas mismas observan que Romualdo procuraba siempre obrar los milagros de tal manera que no se le pudieran atribuir a él. Así se refiere que, cuando enviaba a sus discípulos a alguna misión, les daba pan y diversos frutos benditos, con los que Dios quiso obrar algunos milagros. Durante un sueño que tuvo por este tiempo al pie de los Apeninos, mientras andaba en busca de un lugar apropiado para sus monjes, según refieren las crónicas, vio en sueños una escala que subía de la tierra al cielo, por donde subían muchos religiosos en hábitos blancos.
Con esto, dio la forma definitiva a sus fundaciones. Así, al fundar en 1012 el monasterio de Campo Maldoli (que se abreviaba Camaldoli) puso en práctica el ideal de vida en celdas independientes, del más riguroso silencio, gran austeridad de vida, pero bajo la obediencia a su superior, vida común y demás obligaciones impuestas por la regla, a lo que se añadió el hábito blanco. En realidad, pues, la obra del fundador de los Camaldulenses, San Romualdo, no comienza en 1012 con el establecimiento del monasterio de Campo Maldolo o Camaldolo. Esta fundación, significa más bien el complemento final de San Romualdo. Su obra se prepara con la práctica de sus largos años de vida sol¡taria en los monasterios de Classe, Cusan y otros lugares en que vivió vida solitaria, y se realiza, desde principios del siglo XI, en la Isla de Perea, en Val de Castro, Sasso Ferrato, Monte-Sitrio, Monte-Amiato y, finalmente, en Camaldolo.
El motivo de haber tomado la Orden por él fundada el nombre de Camaldulense fue, como se interpreta comúnmente en nuestros días, porque en Camaldolo se realizó plenamente el ideal de San Romualdo. Por lo demás, es conocida la explicación que se ha dado tradicionalmente a esta denominación. Se supone que aquel monasterio se llamó Campo Maldolo por ser donativo de un caballero llamado Maldoli. Pero frente a esta explicación, se ha averiguado que la donación fue hecha por Teobaldo, obispo de Arezzo. En todo caso, consta que el nombre del monasterio fue Campo Maldolo o Camaldolo.
Tal fue la obra de San Romualdo, que halló en este monasterio su más perfecta realización, con lo cual se consolidó definitivamente este nuevo tipo de vida, mezcla ideal de la vida anacorética y cenobítica, que luego imitaron los cartujos y otras órdenes. Una vez establecido y bien organizado este monasterio, Romualdo volvió a su vida ambulante, visitando y afianzando los demás centros por él fundados. Finalmente, sintiendo que se aproximaba su fin, se retiró a Val de Castro, donde expiró el 7 de febrero de 1027, estando enteramente solo en su celda. Según se atestigua, veinte años antes había profetizado que moriría en este lugar, en esta fecha y en esta forma en que moría,
La Orden de los Camaldulenses fue aprobada definitivamente por Alejandro II (1061-1073) en 1072. Contaba entonces solamente nueve monasterios. El cuarto General, Beato Rodolfo, redactó en 1102 las constituciones definitivas, en las que se mitiga un poco el extremado rigor primitivo.

(Fuente: mercabá.org)


lunes, 11 de junio de 2012

San Bernabe - Apóstol


Pocas son, relativamente, las noticias que nos ha conservado la historia de este apóstol de Jesucristo, procedente de la diáspora e incorporado tempranamente al número de los que fueron los pilares de la Iglesia primitiva. Nada sabemos de los años de su infancia, que pudo haber pasado en Chipre o en Jerusalén, ni del tiempo en que entró a formar parte de la comunidad cristiana. San Clemente de Alejandría y Orígenes creen que la conversión del levita José —llamado más tarde Bernabé por los apóstoles— fue en vida de Jesucristo, siendo del número de sus setenta y dos discípulos. Con todo, otros Santos Padres y autores antiguos y modernos opinan que Bernabé se convirtió en discípulo de Cristo en los días que siguieron inmediatamente a la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, en la festividad de Pentecostés.

Reunidos los apóstoles y sus inmediatos colaboradores en el Santo Cenáculo, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, tal como Jesucristo se lo había profetizado en vísperas de su pasión y muerte. La acción del Espíritu se dio a conocer por un conjunto de prodigios que anunciaron su venida y dejaron constancia de la profunda transformación operada en los apóstoles. "Hombres religiosos de toda nación de las que están debajo del cielo" (Act. 2,3), que habían ido en peregrinación a Jerusalén, quedaron pasmados al oír a los apóstoles hablar cada uno en su propia lengua. Algunos se mofaron de aquella súbita transformación, achacando al vino lo que era obra divina; otros, en cambio, intrigados, se preguntaban: "¿Qué querrá ser esto?" (Act. 2,12). San Pedro tomó pie de la interpretación torcida que se daba al hecho para señalar la verdadera naturaleza del milagro que se había obrado, logrando una conversión en masa. Entre los espectadores de aquel milagro se contaba muy probablemente Bernabé, de familia levítica, originario de Chipre y radicado de tiempo en Jerusalén, quien, tocado por la gracia, abrazó el cristianismo y se convirtió muy pronto en íntimo colaborador de los apóstoles.

Entre los miembros de la primitiva comunidad cristiana reinaba la caridad hasta el extremo de que se dijese de ellos que tenían todos un solo corazón y una sola alma (Act. 4,32). Una importante modalidad de esta convivencia fraternal aparece en la decisión de los propietarios de enajenar sus bienes de fortuna y depositar su producto a los pies de los apóstoles para que lo distribuyeran equitativamente entre todos los miembros de la comunidad. En virtud de este desprendimiento heroico "ninguno decía ser propia suya cosa alguna de las que poseía, sino que para ellos todo era común" (Act. 4,32). Este movimiento en favor de la comunidad de bienes vigía entre los esenios que residían en el desierto de Judá. Pero ni el ejemplo de estos sectarios ni su legislación influyeron directamente en la conducta de los primeros cristianos, sino el consejo de Cristo a un joven que le pedía mayor perfección: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres... y ven y sígueme" (Mt. 19,21). Aligerado el apóstol de la carga de los bienes materiales, podía entregarse de lleno al servicio de Cristo. Lo que no hizo el joven aludido lo practicó Bernabé, como nos lo atestigua el texto de los Actos de los Apóstoles, al decir: "José el apellidado por los apóstoles Bernabé, que traducido es lo mismo que Hijo de la consolación, levita, chipriota de linaje, como poseyese un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles" (Act. 4,36-37).

La venta que hizo Bernabé debió de causar sensación entre los primeros cristianos de Jerusalén, tanto por el valor del campo enajenado como por el total desinterés demostrado, al entregar a los apóstoles el precio íntegro de la venta. Esta generosidad de Bernabé, junto con su compasión por los indigentes, movieron a la comunidad cristiana de Antioquía a confiarle la misión de ir a Jerusalén para distribuir entre los fieles menesterosos las limosnas para este fin recogidas en aquella ciudad (Act. 11,30). Acaso por ser él de espíritu generoso, caritativo y abnegado recibió de los apóstoles el sobrenombre de Bernabé, término derivado de dos palabras aramaicas: bar nebuah, que significan “Hijo de la profecía" o "Hijo de la consolación". Efectivamente, José era para la primitiva Iglesia a la vez consolador y profeta, es decir, predicador inspirado. Además de un corazón sensible poseía una palabra fácil, dulce y persuasiva, con la cual se ganaba inmediatamente el favor de todos. De él dice San Lucas que era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de la fe (Act. 11,24). Por estas cualidades temperamentales o adquiridas con su cooperación a la gracia, unidas a una extensa cultura lograda en la escuela de Gamaliel, llegó a desempeñar un papel preponderante en la organización de la Iglesia primitiva.

Tenemos una prueba del prestigio de que gozaba entre los apóstoles en el incidente ocurrido a San Pablo con ocasión de su primer viaje a Jerusalén, pocos días después de haber sido derribado del caballo en el camino de Damasco. Refiere el libro de los Actos que, habiendo Pablo llegado a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; mas todos recelaban de él, no creyendo que fuera discípulo. Bernabé, que lo había tratado en Tarso, o había sido su condiscípulo en la escuela de Gamaliel en Jerusalén, le sacó de aquella situación embarazosa al tomarlo consigo y llevarlo a los apóstoles, a quienes declaró cómo en el camino de Damasco había Pablo visto al Señor y le había hablado, y cómo en Damasco se había despachado bien en el nombre de Jesús (Act. 9,26-27). Bernabé, que conocía la entereza de su amigo Pablo, sabía que éste no mentía al referirle su conversión y no dudaba de la sinceridad de la misma y de la perseverancia de Pablo en el camino de la verdad. Bastó que Bernabé intercediera a favor de Pablo para que los apóstoles y discípulos depusieran su actitud recelosa y admitieran sin vacilación en el seno de la Iglesia jerosolimitana al que poco tiempo antes había sido su acérrimo enemigo. A Bernabé cabe la gloria de haber descubierto el genio de Pablo y de haberle encaminado hacia las obras de apostolado.

Otro ejemplo de la reputación de que gozaba Bernabé entre los apóstoles se manifiesta en la incorporación de los gentiles a la Iglesia en tierras de Siria. La tribulación sufrida por la Iglesia de Jerusalén, que culminó con la lapidación de San Esteban, indujo a muchos a dispersarse hacia Fenicia, Chipre y Antioquía, anunciando únicamente a los judíos la palabra de la buena nueva. Pero algunos de entre ellos, chipriotas y cirenenses, llegaron a Antioquía y, contra la costumbre, anunciaron la buena nueva a los griegos, convirtiéndose muchos al cristianismo. La noticia de la conversión de gran número de gentiles llegó a oídos de los apóstoles, quienes se interesaron por las condiciones en que se efectuaba aquella innovación. Para cerciorarse enviaron los apóstoles a Bernabé a Antioquía, el cual, al llegar y ver la gracia de Dios, se alegró en gran manera y exhortaba a todos a perseverar fieles al Señor. Al sancionar Bernabé aquel movimiento proselitista, contribuyó eficazmente a derrumbar el muro que cerraba a los gentiles el acceso a la religión del que, según Simeón, era “luz para iluminación de las gentes" (Lc. 2,32). Durante su estancia en Antioquía "se agregó crecida muchedumbre al Señor" (Act. 11,24), de tal manera que Bernabé juzgó conveniente recabar la ayuda de su amigo y recién convertido Pablo de Tarso para atender al servicio espiritual de los convertidos. Por espacio de un año ambos apóstoles trabajaron juntos en Antioquía, dedicados a instruir en la fe a los conversos del paganismo. Por aquel entonces, y por primera vez en la historia, los discípulos de Cristo residentes en Antioquía comenzaron a llamarse “cristianos". ¿Fue esta palabra invención de Bernabé No lo sabemos. La historia únicamente nos refiere que el apostolado de Bernabé fue muy fecundo en Antioquía.

Ante el éxito conseguido en Antioquía, Bernabé y su amigo Pablo juzgaron que las tierras de la gentilidad estaban sazonadas para recibir la siembra de la buena nueva, y de ahí su propósito de emprender la evangelización del mundo pagano para dar testimonio de Cristo hasta los confines de la tierra. La decisión de los dos apóstoles fue trascendental y revolucionaria. Hasta entonces la Iglesia se nutría preferentemente de judíos conversos y por alguno que otro prosélito procedente del paganismo, en adelante, las fuentes de salud se irán cerrando a los judíos a causa de su dura cerviz y fecundarán el corazón humilde de los que durante siglos anduvieron por las sendas del error. Al llamamiento interno que sintieron los dos apóstoles siguió el testimonio público y solemne del Espíritu Santo al declarar en un acto litúrgico en honor del Señor por boca de los profetas de la comunidad: "Segregadme a Bernabé y a Pablo para la obra a que los llamo" (Act. 13,3). Entonces los profetas y doctores de la comunidad, después de orar y ayunar, les impusieron las manos para conferirles la misión de predicar a los gentiles, invocando sobre ellos la bendición del Señor a fin de que cumplieran dignamente su cometido. Con esta ceremonia solemne salía la Iglesia de su aislamiento y se lanzaba, por decisión de Bernabé y Pablo, a la conquista del mundo pagano.

Chipre fue el primer campo de apostolado de Bernabé y Pablo. La isla era famosa en la antigüedad por la feracidad de su suelo, sobre todo el de la amplia llanura que corre de un extremo a otro del territorio regado por las aguas del Pediacus y flanqueado a los dos lados por dos montañas que se extienden en dirección Este-Oeste, Producía Chipre vino, aceite y trigo en abundancia; las lomas de sus montañas estaban recubiertas por frondosos bosques y en sus entrañas se albergaban minas de cobre. Desde los tiempos de los macabeos (1 Mac. 15,23) existía en Chipre una colonia judía que se incrementó extraordinariamente con la adjudicación por Augusto de las mencionadas minas a Herodes el Grande. Aunque expatriados, los judíos de Chipre se mantuvieron fieles a sus creencias religiosas, tratando de ganar prosélitos para su causa. En los grandes núcleos urbanos disponían de sinagogas adonde acudían los sábados para oír la lectura de la Ley y de los profetas. Bernabé, de ascendencia judía, y su compañero Pablo frecuentaban estas reuniones, aprovechando la coyuntura para predicar la palabra de Dios a los judíos y a los prosélitos procedentes del paganismo. En este apostolado se vieron asistidos por Juan Marcos, primo de Bernabé, y por algunos cristianos residentes en la isla (Act. 11,20). En su obra de apostolado los dos apóstoles atravesaron la isla y llegaron a Pafos.

Aunque Chipre fuera pagana en su inmensa mayoría y sus habitantes se entregaran al culto licencioso de Afrodita, había, sin embargo, almas selectas que sentían necesidad de una religión más perfecta. Entre éstas cabe mencionar al procónsul de la isla, Sergio Paulo. Tan pronto como tuvo noticia de la presencia de los dos nuevos apóstoles mandó llamarlos, deseoso de oír de sus labios la palabra de Dios. Vencida la oposición de un sabio llamado Elimas, el mago, por la enérgica actitud de Saulo, y en vista de la ceguera con que fue castigado por Dios, el procónsul Sergio creyó en el mensaje cristiano.

Bernabé y Pablo —nombre que adoptó Saulo en honor del procónsul Sergio Pablo— embarcaron en Pafos, rumbo a Perge de Panfilia. Ante las dificultades de la empresa Juan, que les había acompañado, se separó de ellos volviéndose a Jerusalén. De Perge marcharon a Antioquía de Pisidia, en donde los judíos tenían una sinagoga. A la invitación que se les hizo de decir una palabra de exhortación al pueblo improvisó Pablo un discurso por cuyo efecto "muchos de los judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y a Bernabé, que les hablaban para persuadirlos que permaneciesen en la gracia de Dios" (Act. 13,43). Al sábado siguiente acudió gran concurso de pueblo; pero, envidiosos los judíos de aquel éxito, contradijeron a Pablo y a Bernabé, los cuales valientemente contestaron: “A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles" (Act. 13,46). Estos se sintieron muy halagados al oír tales palabras, y se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna (Act. 13,48). Un tumulto promovido por los judíos obligó a Bernabé y Pablo a marcharse a Iconio, "mientras los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo" (Act. 13,52). También de esta ciudad escaparon a uña de caballo a causa de un tumulto de gentiles y judíos con sus jefes, que pretendían ultrajar y apedrear a los dos apóstoles. Pero también en Iconio "creyó una numerosa multitud de judíos y griegos”, confirmándose en la fe por las señales y prodigios que obraba Dios por sus manos.

El celo por la gloria de Dios les llevó a Listra, ciudad donde existía una reducida colonia judía carente de sinagoga y célebre por la colonia de soldados establecida allí por Augusto en el año 6 antes de Cristo. Un milagro obrado en la persona de un paralítico de nacimiento puso en efervescencia a toda aquella población, que clamaba en dialecto licaónico: "Dioses en forma humana han descendido a nosotros", y llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes, porque éste era el que llevaba la palabra" (Act. 14,12). Los mismos sacerdotes de los ritos paganos se contagiaron de aquel entusiasmo hasta el punto de que “el sacerdote del templo de Zeus trajo toros enguirnaldados y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles en sacrificio" (Act. 14,11-13), homenaje que los dos apóstoles rechazaron enérgicamente, haciendo ver a aquellos infelices que eran hombres iguales a ellos, que habían ido a sus ciudades para convertirlos de las vanidades terrenas al Dios vivo y verdadero. Tampoco en Listra se vieron libres los dos apóstoles de la persecución de los judíos, que soliviantaron a las muchedumbres que antes les habían conceptuado como dioses, apedreando a Pablo y arrastrándole fuera de la ciudad, donde le dejaron por muerto. A pesar de estas contrariedades Bernabé y Pablo volvieron a visitar las comunidades de las ciudades que habían evangelizado, "confirmando las almas de los discípulos y exhortándoles a permanecer en la fe, diciéndoles que por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios" (Act. 14,22).

De regreso a Antioquía de Siria encontraron a aquella comunidad envuelta en una grave discusión provocada por los cristianos judaizantes de Jerusalén, que proclamaban la necesidad de la circuncisión para ingresar en el seno del cristianismo. Bernabé se opuso rotundamente a tales pretensiones y, junto con su compañero de fatigas y de ideales, Pablo, se incorporó a la embajada que marchó a Jerusalén para conocer la mente de los apóstoles en esta cuestión. La influencia de Bernabé en el debate fue decisiva, tanto por su predicamento como por la narración que hizo de las señales y prodigios que había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos (Act, 15,12). La contienda promovida por los judaizantes fue resuelta a favor de Bernabé y Pablo. Vuelto Bernabé a Antioquía, permaneció allí algún tiempo confirmando a los hermanos en la fe.

Cuando se planeó el segundo viaje de evangelización de los gentiles determinó Bernabé acompañar a Pablo, pero quería al mismo tiempo llevarse consigo a su pariente Juan Marcos, que se había separado de ellos en Panfilia. San Pablo se negó a admitir en su compañía al que no tuvo valor para sobrellevar las incomodidades anexas al apostolado entre infieles. Acaso por haberse enfriado las relaciones amistosas entre San Pablo y Bernabé a consecuencia de haberse dejado arrastrar este último por el ejemplo de San Pedro en lo que se refería a comer con los gentiles (Gal. 2,13), o por simples razones de parentesco, Bernabé renunció a aquel viaje, quedándose con su primo hermano Juan Marcos (Col. 4,10). Mientras Pablo y Silas marcharon rumbo al Asia Menor con ánimo de visitar allí a los hermanos que habían sido evangelizados en el primer viaje, Bernabé y Marcos se embarcaron en dirección a Chipre, en donde, desde este momento, se pierde la memoria histórica de Bernabé. Según 1 Cor. 9,6, trabajó Bernabé con Pablo en la evangelización de Corinto.

La epístola seudo Clementina se ocupa del apostolado de Bernabé en Alejandría, Roma y Milán, y de su martirio en Chipre. Las tradiciones conservadas en esta isla tienen una base histórica más sólida, aunque no pueden aceptarse en todos sus pormenores. En las Actas y martirio de San Bernabé, apóstol, que escribió cierto chipriota llamado Alejandro, se dice que Bernabé murió en Salamina, lapidado por los judíos. Cuenta asimismo dicho autor que el Santo se apareció al obispo de Salamina para indicarle el lugar de su tumba. Abierto el sepulcro, se encontró su cadáver, sobre cuyo pecho descansaba un ejemplar del Evangelio de San Mateo, que Bernabé, siempre según el mencionado autor, había escrito con su propia mano. Sucedía esto en el año 488, en tiempos del emperador Zenón. El obispo aprovechó el hallazgo para defender los derechos de la Iglesia de Chipre contra los proyectos de anexionarla al patriarcado de Antioquía. El Evangelio de San Mateo que se halló en la tumba fue enviado por el obispo Antemas al emperador Zenón, quien mandó que se conservara en su palacio y se construyera una espléndida basílica en su honor.

San Bernabé fue considerado por muchos Santos Padres como verdadero apóstol de Cristo, con todos los privilegios inherentes a dicho cargo. Por este motivo se le atribuyó una epístola, que muchos Santos Padres consideraron como canónica, en la cual se contiene una apología contra los judíos. En el códice sinaítico dicha epístola figura a continuación de los libros canónicos del Nuevo Testamento, lo que induce a pensar que la iglesia de Alejandría la consideraba como inspirada. También se le atribuye un evangelio en el catálogo gelasiano de libros sagrados —que nada tiene que ver con el Evangelio de San Mateo hallado en su sepulcro—, lo que debe rechazarse por tratarse de un evangelio herético y de sabor gnóstico.

La Iglesia latina y la griega celebran la fiesta de San Bernabé el 11 de junio. La Iglesia católica lo ha tenido siempre en gran estima y veneración, como lo atestigua el hecho de que su nombre figure desde muy antiguo en el canon de la misa. En la liturgia ocupa Bernabé un rango casi igual al de los apóstoles y su oficio litúrgico es sacado del común de los mismos apóstoles.

En su breve paso por el mundo dejó San Bernabé constancia de su recia personalidad. Espíritu abierto a la verdad, abrazó prontamente la doctrina de Cristo y se alistó en el número de sus discípulos. Deseoso de entregarse al servicio del Señor, vende todos sus bienes y se consagra de lleno a la evangelización del mundo pagano. Con su ejemplo nos enseña a que busquemos en primer lugar el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos entregará por añadidura.
(Fuente: mercabá.org)