La
Iglesia estaba todavía en los inicios de su cuarto siglo de vida y las
persecuciones no faltaban, cuando en el pueblo de Nisiben, en la Mesopotamia,
nacía Efrén, hijo de José, varón piadoso y justo, habiendo conseguido la
nobleza más apreciada y alabada entre los cristianos: la de pertenecer a una
familia rica en el número de sus miembros martirizados por la fe de Cristo.
Erase el año 300 (otros suponen el año 306). Su nombre significa, como el del hijo
de Jacob en el libro del Génesis (41,5), Dios me hizo fecundo. Es un nombre, por tanto, auténticamente religioso y
bíblico, y por ello nos creemos con derecho a escoger aquellas biografías que
hacen de San Efrén hijo de cristianos y no de paganos. Es que muchos escritores
tejieron variadísimos y a veces legendarios cuentos sobre su vida, de manera
que nos resulta difícil distinguir lo legendario de lo histórico. Es sabido,
sin embargo, que los nombres bíblicos no eran adoptados sino por los cristianos
en la Mesopotamia, y no por los paganos o por sus hijos convertidos al
cristianismo a pesar de sus padres. Es cierto, además, que a Efrén le gustaba
realizar en su vida y en sus pensamientos los datos y detalles que leía en la
Sagrada Escritura, aplicándose a sí mismo lo que hallaba escrito sobre Efraím,
el hijo de Jacob.
En esta
perspectiva recogeremos los datos que más se compaginan con la verdad del
origen cristiano de San Efrén. En el "testamento" que se le atribuye
nos revela el Santo el sueño que le ocurrió en su niñez, diciendo: "Vi
aparecer sobre mi lengua una vid que creció tanto hasta que sus ramas cubrieron
casi el mundo entero; de sus numerosísimos racimos picoteaban los pájaros del
cielo y nunca la uva venía a menos, sino aumentaba a cada picoteo”. Este sueño
se realizó proféticamente por la innumerable cantidad de creaciones poéticas
cristianas que dejó San Efrén a la posteridad, pues sus obras no tardaron en
ser traducidas al griego, armenio, latino, eslavo, etiópico y hasta en varios
idiomas modernos, aventajando a cualquier otra época y región cristiana del
mundo por el caudal de testimonios a favor de la fe católica encerrados en sus
versos y sus ritmos.
Cuenta la
tradición que, después de los años de adolescencia, Efrén fue a ver al obispo
de Nisiben. San Jacobo, viviendo con él y sirviéndole hasta que llegó la
reunión del concilio ecuménico de Nicea en 325 y entonces acompañó a su obispo
como diácono y secretario al concilio. De allí volvió con su obispo para
realizar públicamente la decisión tomada en el concilio de que cada obispo
fundase en su ciudad una escuela episcopal. San Efrén siguió enseñando en esta
escuela con todo el empeño de su alma ardiente e iluminada por el Espíritu de
sabiduría y caridad hasta la muerte de su obispo en 338. En esto los persas
limítrofes empezaban a atacar a los habitantes de Nisiben por despecho a los
romano-bizantinos que imperaban en Mesopotamia.
De esta
época son conocidas las Carmina Nisibena,
donde Efrén canta en términos y figuras bíblicas las gestas y las peripecias
ocurridas en la ciudad de Nisiben para defender su fe católica y no caer bajo
el dominio de los paganos de la Persia. Por una vez Efrén pudo salvar
milagrosamente a la ciudad por sus oraciones: el rey persa Sapor la tenía
asediada varios meses y había decidido la muerte de todos sus habitantes, si no
por el saqueo, por el hambre. El Señor, escuchando las oraciones de su fiel y
confiado siervo, mandó una enorme cantidad de insectos y reptiles, que atacaron
a los caballos y ahuyentaron a todo el ejército enemigo, dejando en paz a la
ciudad, que se había reunido cerca de su obispo implorando el perdón y la
gracia divina. Años más tarde el rey Sapor volvió al ataque saqueando y
destruyendo, hasta que en 350 ocupó la ciudad definitivamente, haciendo que
clero y cristianos huyesen lejos, prefiriendo el exilio a la esclavitud pagana.
También Efrén se fue con ellos, y la Providencia le condujo hasta Edesa, otra
ciudad de la Mesopotamia más hacia el interior (llamada también Orfa y al-Rocha
en la hodierna nación del Irak).
En Edesa
la ciencia bíblica de los siros estaba en su apogeo. Su sede episcopal (tercera
entre las doce metrópolis del Oriente) dependía del patriarcado de Antioquía.
Allí había estudiado el famoso Taciano, escribiendo luego su obra Diatessaron, resumen sintético de los
cuatro evangelios, utilizado muchísimo y comentado por los escritores
eclesiásticos posteriores. También San Efrén lo comentará, pero este texto efrenítico nos llegará tan sólo en su
versión armena.
Y el
discutido Bardesanes, filósofo naturalista de aquella época, se dice que nació
en ella (154-222). Hizo escuela, y sus discípulos exageraron tanto sus
opiniones científicas, que fueron luego considerados como herejes y combatidos
acerbamente como tales por San Efrén. Armonio el Bardesanita había recurrido a
las razones astrales para negar la resurrección de los cuerpos, y, empleando
una táctica humana de mucho éxito, compuso muchas poesías con ritmo popular,
donde inculcaba sus doctrinas erróneas. San Efrén se hizo cargo de la situación
y recurrió a la misma arma, combatiendo la secta bardesanita con tanta
superioridad en el arte poético y en la ciencia bíblica, que fue posteriormente
llamado “cítara del Espíritu Santo" y “magno poeta de los siros". Con
cánticos suaves, melodiosos y persuasivos rogaba a sus contemporáneos que
dejasen de lado las ciencias de este mundo y meditasen más la Sagrada Biblia y
los misterios del cristianismo, considerándolos la fuente de mayor seguridad
para una vida intelectual digna de todos los hombres de bien.
En Edesa,
pues, San Efrén buscó primero la soledad de los montes vecinos y la vecindad de
santos monjes y eremitas, admirando sobre todo la sabiduría del pueblo, que
tanto provecho había sacado de la presencia en aquella ciudad de la famosa escuela
episcopal "de los siros de Edesa”. Se cuenta que hasta las mujeres iban
repitiendo frases inspiradas en la doctrina bíblica, tanto que una de ellas a
quien San Efrén reprochaba sus miradas provocativas le contestó: "Yo tengo
que mirarte porque de ti he sido tomada, mas tú tienes que rebajar tu mirada
hacia la tierra, de donde has sido tomado".
Se
decidió, por tanto, Efrén a quedarse en Edesa, pero lejos del remolino de la
vida social. En las chozas monacales no dejó, sin embargo, de escribir bajo el empuje
y la inspiración de su fe y la gracia del Espíritu Santo, exponiendo y
comentando los libros sagrados, y empezando por el Génesis, según el texto de
la versión sira llamada Peschitta o
"versión llana y simple”. Seguía el método exegético de la "Escuela
de Antioquía". Pero en sus cánticos acudía a las alegorías y expresiones
místicas, que convienen mejor al cantor de los misterios cristianos.
No
tardaron los profesores de la Escuela de Edesa en notar sus dones, y el obispo
le ofreció pronto la dirección de la Escuela. Se supone que en este período
(350-363) haya sido elevado a la dignidad sacerdotal, según la opinión de los
que quieren considerarle como tal. De hecho vemos que toma parte, a pesar de su
amor al retiro monástico, en todas las cuestiones pastorales, didácticas y
patrióticas de la "cristiana ' ciudad de Edesa”.
Sin
embargo, el apostolado didáctico ha sido la mayor labor de San Efrén. En
Nisiben, como en Edesa, le encontramos siempre enseñando o dirigiendo en las
escuelas episcopales. Sus escritos poéticos, como también los otros en prosa,
tienen por blanco principal e inmediato el de exponer los dogmas cristianos,
contrarrestar las herejías, desterrar los vicios, mejorar las costumbres,
aniquilar las malas influencias de los sectarios y herejes y aumentar la fe en
los fieles cristianos. De ahí que actualmente, como hace dieciséis siglos, sus
obras sean de grandísima utilidad no sólo para la historia de las herejías y de
los dogmas católicos, sino también, y muy en especial, para predicar la doctrina
de la Iglesia y sostener la verdad católica. En sus libros, como en su cátedra
y desde el púlpito y el altar, San Efrén ha sido siempre "el doctor de la
Iglesia" que expone los divinos misterios con la admiración entusiasta del
poeta contemplativo y místico, a la vez que con su conducta ascética y austera
ejercitaba una influencia preponderante en todo el Oriente siro a través de su
fama y sus consideraciones sobre la vida y las virtudes cristianas. Encomendaba
para “el combate espiritual” de cada cristiano el ayuno, la oración, lección de
los libros sagrados, penitencia y humildad como las mejores armas contra los
vicios. Y para la perfección no cesaba de aconsejar la vida de caridad, la
virginidad y la filial devoción hacia la “Madre de Dios, purísima y sin mancha
alguna”. De ella a la que siempre llama “María Madre de Dios”, afirmaba la
perpetua virginidad e inmaculada concepción en varios lugares de sus himnos,
particularmente cuando comparaba la santidad de María a la de su Hijo Jesús:
"Tú solo, ¡oh Jesús!, y tu Madre sois puros bajo todos los aspectos, y
vuestra pureza supera la de cualquier otro, pues en Ti no hay mancha alguna, ni
tampoco en tu Madre".
La otra
fuente de santidad para los cristianos es la Iglesia misma a través de la vida
sacramentaria, y muy particularmente la comunión inquebrantable con la
jerarquía, parte esencial del cuerpo místico, exaltando el sacerdocio y la
primacía de Pedro, "fuente del sacerdocio y por donde los sacerdotes
reciben sus poderes santificadores"; además, no encontraremos quizá en
toda la antigüedad un autor patrístico que haya tan categóricamente declarado
la presencia real de Cristo en la Eucaristía y demostrado con tanta fe y amor
los efectos de la comunión sacramental: "Tu cuerpo, Señor, se ha mezclado
con mi cuerpo, y tu sangre con la mía; por eso las llamas del infierno se
alejarán de mí y no me quemarán". "Tu cuerpo, que he comido, y tu
sangre, que he bebido, resucitarán mis pobres miembros de las tinieblas de la
tumba."
En esto,
como en otros temas tratados por él, los escritos de Efrén y sus sermones eran
"teología viva". Entre las actividades pastorales de San Efrén han de
recordarse su celo para la formación de apóstoles, su organización de las
funciones litúrgicas, tan útiles en pro de las almas y del culto, y, en fin, su
amor a los pobres y enfermos.
En el
himno laudatorio que San Jacobo de Sarug (451-521) consagró a la memoria de San
Efrén, le comparaba a Moisés, quien, para provecho de las mujeres y para
solemnizar el culto divino, había ordenado a su hermana María que cantara los
cánticos suyos junto con las demás (Ex. 15,20-21). Así hizo Efrén: para
evangelizar a los fieles y catecúmenos reunía un grupo de “vírgenes" que
llamábanse "hijas del pacto”, a quienes enseñaba los resúmenes poéticos de
la doctrina evangélica y apostólica; y éstas, colocadas a su alrededor en las
funciones litúrgicas, le hacían coro. Para cada fiesta del Señor, de los
mártires, de los difuntos, como también para las veladas en honor a la Madre de
Dios, las voces armoniosas de las “vírgenes" alegraban la comunidad de los
fieles asistentes, repitiendo en varios tonos y melodías los conceptos de la fe
cristiana, los preceptos de la moral y las reglas de vida honrada en
composiciones de estilo piadoso y popular, que se grababan en la memoria y eran
repetidas en los hogares y en los campos de trabajo.
Y cuál
fue la grandeza de su caridad y la actividad de sus esfuerzos cuando, acudiendo
en ayuda de sus compaisanos diezmados por el hambre de un año de mala cosecha y
sequía, se enfrentó con la avaricia de los ricos y las lágrimas de los enfermos
sin techo y de los harapientos labradores. Con palabras de máxima austeridad
hallaba como una llave milagrosa para abrir los corazones y las arcas de los
que acaparaban el trigo. Con ejemplar abnegación y a pesar del peso de los años
que tenía, logro hacer, bajo los pórticos de Edesa, el primer hospital
conocido: camas buscadas por doquier a disposición de pobres, enfermos y
hambrientos. Siguió pidiendo él mismo la limosna, mendigando y recogiendo
alimentos y abrigos para todo un año, hasta que, acabada la sequía y llegado el
momento de nueva y abundante cosecha, se retiró otra vez a su vida de soledad y
de oración mezclada con el estudio y el servicio de la Iglesia en su culto y
funciones litúrgicas.
Cuando
murió dejó dispuesto en su testamento que no le enterrasen en la iglesia debajo
del altar (como era costumbre en el Oriente antiguo para con los sacerdotes),
sino en el cementerio de los peregrinos y extranjeros, insistiendo tan sólo en
que se acordasen de él en los santos sacrificios, "porque los sacerdotes
del Hijo de Dios pueden perdonar los pecados de los difuntos por medio de sus
sacrificios y sus oraciones". La fecha de su muerte no es muy fija, pero
es muy probable que sea la del 18 de junio de 373 (según otros 378), y por eso
el papa Benedicto XV, quien le declaró doctor de la Iglesia universal en el año
1920, la designó como día de su fiesta. Sin embargo, los maronitas y otros
siros celebran su fiesta el 28 de enero.
Sus
restos, distribuidos después en reliquias, llegaron por mano de los cruzados en
el siglo XII hasta Roma y varias ciudades europeas.
Que la
familia universal de los cristianos en el mundo halle en este Santo el mejor
acicate y protector para reunirse y seguir unida "en la misma única
barquilla de Pedro".