martes, 21 de agosto de 2012

Un día feliz

En el día de San Pio X, un abrazo fraterno y cariñoso a quienes ejercen la tarea catequística. En primer lugar a quienes la ejercen por el carácter del Orden Sagrado, Obispos, Presbíteros y Diáconos. También Religiosos y Religiosas y la inmensa pléyade de quienes recibieron el mandato de ejercerla en bien de la Iglesia.
Para todos ellos aquí va un cuentito tomado de "San Pablo Comunicación", la página digital de Editorial San Pablo, a quienes les hacemos llegar nuestro saludo, nuestras sinceras "gracias" por la tarea realizada y el acompañamiento de nuestra oración


"No creo en la Iglesia porque no creo en Dios"


Si ampliamos el panorama señalado en el anteriormente, en donde nos comenzamos a preguntar acerca de las diversas razones por las que la gente rechaza la institución eclesial, no podemos dejar de tener en cuenta a aquellos que no creen en la Iglesia porque, en definitiva, no creen en Dios. Los diferentes sufrimientos, las guerras, las calamidades y las injusticias, padecidos a lo largo de la historia de la humanidad, suelen ser las razones y los argumentos habituales que esgrimen quienes se reconocen como ateos y sostienen que la religión es solo “un cuento inventado por los curas”. Por ello, en esta ocasión, compartiremos un relato tomado del libro Cuentos educativos para jóvenes, del reconocido religioso camilo Mateo Bautista, que nos permitirá reflexionar juntos acerca de estos desafíos e interrogantes:

Para leer:

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Entabló una amena conversación con la persona que lo atendía. Hablaron de muchos temas. De pronto, surgió la cuestión de Dios. El barbero manifestó abiertamente:

−Pues yo, caballero, no creo que Dios exista, como usted dice.

−Pero… ¿Por qué afirma usted eso? −preguntó el cliente.

−Pues es muy fácil. Basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. Dígame, acaso si Dios existiera ¿habría tantos enfermos? ¿Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor e injusticia en el mundo. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo, y el cliente salió del negocio. Recién abandonada la barbería, vio en la calle a un hombre muy desarreglado, con la barba y el cabello desalineados. Entonces, tuvo una inspiración, entró de nuevo en la barbería y le expresó al barbero:

−Señor, ¿sabe usted una cosa? Los barberos no existen.

−¡Cómo que no existen! ─Se admiró el barbero─. Aquí estoy yo, que soy barbero.

─¡No! ─replicó el cliente─. No existen, si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan largos como los de ese hombre que va por la calle.

─¡Ah! Los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen a nosotros.

─¡Exacto! ─precisó el cliente. Ese es el punto clave. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia él y no lo buscan, por eso, hay tanto dolor y miseria en la tierra.

(Tomado de Cuentos educativos para jóvenes, Mateo Bautista, SAN PABLO, 2007)



Para la reflexión personal y grupal:

-¿En qué ámbito se entabla la conversación del cuento? En la realidad, ¿se suelen originar este tipo de diálogos en sitios semejantes o en otros diferentes? ¿En cuáles? Citemos algunos ejemplos al respecto.

-¿Cuáles son los argumentos que esgrime el barbero para no creer en Dios? ¿En qué se basa para manifestarse de ese modo?

-Analicemos las diversas reacciones del cliente de aquella peluquería. ¿Cuál fue su planteo y demostración final? ¿Qué resultado obtuvo?

-¿Encontramos, en nuestra vida cotidiana, gente que, como el barbero, dice no creer en Dios? ¿Mucha o poca? ¿Bajo qué argumentos legitiman su ateísmo? A partir de esas razones, ¿qué opinan acerca de la Iglesia? ¿Por qué suponemos que sucede esto?

-¿Cuál suele ser nuestra reacción, sensación, opinión, respuesta ante personas y situaciones similares a las descritas en el cuento? ¿De qué manera creemos que debemos manejarnos ante este tipo de circunstancias?

-¿Consideramos el ateísmo como uno de los desafíos que tenemos como cristianos? ¿Cuál debe ser nuestra posición, y consecuente actitud, como cristianos y como Iglesia? ¿Cuáles son nuestros argumentos para explicar la existencia de Dios?

-¿De qué modo y a través de qué gestos, acciones, actitudes, personales y comunitarias, creemos que podemos testimoniar el amor misericordioso de nuestro buen Dios? Propongámonos alguna iniciativa al respecto.



Para profundizar nuestra reflexión:

Formas y raíces del ateísmo

19. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe, pura y simplemente, por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención.

La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios.

Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo, contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo, pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión.

El ateísmo sistemático

20. Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.

Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo, en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público.

Actitud de la Iglesia ante el ateísmo

21. La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.

Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen.

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo, respecto del necesitado. Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad.

La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa para que puedan levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente a los ateos a que consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo.

La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".






Para rezar:

Cambia nuestra mirada,
Padre Bueno,
convierte nuestros corazones
para que seamos capaces
de descubrir tu presencia
y las huellas del Reino,
tan cercanas y cotidianas
para el que mira la vida
con los ojos de Dios.

Ayúdanos a buscarte en la vida,
a encontrarte en la historia,
a rastrearte en lo cotidiano,
para servir a los demás,
trabajar por un mundo nuevo
y así construir tu Reino. Amén.