Seguimos con la publicación del trabajo preparado y presentado por S.E.R. Mons. Roberto O. Gonzalez Nieves OFM., Arzobispo de San Juan de Puerto Rico, cuya primera parte fué publicada ayer.
MINISTERIO DE LA PALABRA
El Episcopado y el Diaconado
El Concilio Vaticano II, al tratar del episcopado
como cumbre del orden sagrado (y no sólo como su plenitud), lo coloca como
centro de la vida de la Iglesia local. Los presbíteros y los diáconos son sus dos
brazos con distintas funciones.
Durante la Oración Consecratoria de la Ordenación
Episcopal, dos diáconos sostienen a los Santos Evangelios abiertos sobre la
cabeza del ordenando. Terminada ésta y luego de haber ungido con el Santo
Crisma la cabeza del nuevo Obispo, el consagrante principal toma el Evangelio,
lo entrega al nuevo Obispo con estas palabras: " Recibe el Evangelio, y
anuncia la palabra de Dios con deseo de enseñar y con toda paciencia"
(Oración Consecratoria, Ordenación de Obispos, España).
El Espíritu Santo del cual el crisma es signo, es
la fuerza vital que dinamiza la palabra del Evangelio que el nuevo Obispo va a
predicar, porque, así como el Padre se manifiesta en este mundo por el Hijo, lo
hace el poder de la vida divina, que es el Espíritu Santo. El nuevo Obispo, a
quien Cristo ha llamado por su nombre, lleno del Espíritu Santo como los santos
apóstoles en el día de Pentecostés, sigue sus huellas y sale a anunciar la
Buena Nueva a un mundo moribundo que espera la palabra vivificadora.
Según el rito de la ordenación al diaconado, el
primer aspecto del ministerio diaconal, es el ministerio de la palabra. Después
de haber invocado sobre los ordenandos " el Espíritu Santo", continua
el Obispo orando, "para que fortalecidos con tu gracia de los siete dones
desempeñen con fidelidad su ministerio" (Oración Consecratoria, Ordenación
de Diáconos, España). Una vez revestidos de estola y dalmática, reciben de
manos del Obispo uno a uno, los Santos Evangelios, con estas palabras:
"Recibe el Evangelio de Cristo del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple
aquello que has enseñado" (Ritual de Ordenes, España).
Es importante notar el paralelismo entre los dos
ritos de ordenación, la episcopal y la diaconal, en lo que respecta a la
entrega de los Evangelios. En ambas se confiere el Espíritu Santo para que
inflame la predicación del Evangelio. No es esta una simple coincidencia. Aquí
se muestra la unidad del sacramento apostólico. En las ordenaciones
episcopales, presbiterales y diaconales de rito bizantino se utiliza el mismo
(idéntico) texto consecratorio para las tres, haciendo las inserciones de las
palabras "obispo", "presbítero" o "diácono" según
aplique. Ya nos habíamos referido al misterio de la sacramentalidad del
ministerio apostólico, cuyo punto de partida es la continuación de la misión de
Cristo. El Obispo, sucesor de los apóstoles, tiene el oficio de anunciar el
Evangelio. Los presbíteros comparten ese oficio con el Obispo. Pero los
diáconos, quienes no reciben la ordenación al sacerdocio, en la ordenación
diaconal reciben también como ministros de Cristo Siervo, el oficio de predicar
el Evangelio y de anunciarlo en al asamblea. Es más, el diácono ha de
convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo.
Así como el episcopado es la plenitud del
sacerdocio, también es la plenitud del diaconado. En días señalados, en la
Eucaristía, el Obispo lleva dalmática debajo de la casulla, y en la Misa de la
Cena del Señor hace el lavatorio de los pies en dalmática, como Cristo diácono.
La Palabra de Dios en boca del diácono
El ser humano, en el orden del crecimiento, en la
evolución sicobiológica, al nacer, primero tiene que respirar para seguir
viviendo. Más tarde, ha de estar vivo cuando piensa. Pero, para comunicar el
pensamiento, es menester hablar y, para hablar tenemos que estar vivos y
respirando. Sin el aliento vemos que no sólo no hay vida, si no que sin el
aliento no hay habla: no se puede retener la respiración y hablar a la vez. La
palabra o se pronuncia en el aliento o simplemente no se dice.
En el orden sacramental, la palabra se hace
hombre en el Espíritu Santo. La Madre de Dios decimos que concibió
"por obra y gracia" del Espíritu Santo. Ella pronunció el Fiat
, ¡hágase!, el Fiat que, lleno del Espíritu Santo, anuncia la nueva
creación. Concibió María tanto en la mente y en el corazón, como en su seno
materno, porque el Espíritu Santo es la vitalidad misma, el Santo Inmortal, el
aliento divino sin el que ninguna criatura puede llegar a existir, mucho menos
a concebir la palabra de Dios en su mente y llevarla a la boca para predicarla
con efectividad. En las alas del Espíritu va la Palabra extendiendo el Reino de
Dios hasta que haga nuevas todas las cosas (Apoc.. 21, 5).
Cuando el Obispo ordenante procede a la tradición
de instrumentos de la ordenación diaconal, hemos visto que resuenan las
palabras "has sido constituido mensajero" del Evangelio de Cristo. El
texto latino dice, Accipe Evangelium Christi, cuius præco effectus es...
La palabra que aquí llama la atención es la palabra præco. (Conocemos el
oficio del pregonero; El diácono por virtud de la ordenación se
convierte en præco, pregonero, del Evangelio. El texto castellano lo
traduce como "mensajero". El texto inglés lo traduce como
"herald". La traducción inglesa es más feliz porque implica un cargo
oficial de anunciar. Los apóstoles fueron enviados por Cristo que es la persona
que envía y está representada por el mensajero: Shalíah en el Nuevo
Testamento que significa que el enviado "re"-presenta al que le
envía. El diácono participa de ese oficio.
El diácono, desde el momento de su ordenación ya
recibe del Obispo sucesor de los apóstoles el mandato de anunciar el Evangelio.
Esto conlleva un cambio en lo más profundo de su ser. En la persona del diácono
el soplo del Espíritu Santo se une ahora a su aliento físico para que lo que
predique y enseñe no sea mera voz humana. Desde ahora la prédica y enseñanza
del diácono ha de ser voz de Cristo, Dios y hombre verdadero.
El modo propio de la actividad diaconal,
en virtud del sacramento del orden, ya no es el modo propio laical,
tampoco es el sacerdotal. Pero no deja de ser sagrado. Es el diaconal: servidor
en Cristo-Siervo. Las palabras de su boca proclaman el Evangelio imbuidas en la
gracia del sacramento. El aliento ya no sólo es el físico, es también el
espiritual, que está renovando la faz de la tierra de una manera distinta y
especial a través del diácono. (Cf. Sal. 51[50], 12-14 y Sal 104 [103], 30).
Formación
Desde el punto de vista meramente humano, para
que el diácono sea instrumento en que resuene la palabra de Dios es necesario
que reciba formación tanto espiritual como teológica y técnica: las artes de
hablar en público, de predicar y de enseñar. Como catequista también debe
conocer la Biblia, tal vez no como un profesor, pero sí para poder vivirla y
aplicarla a los hechos del diario vivir de los fieles. Ciertamente el
ministerio de la palabra lleva la implícita obligación de conocer el Evangelio,
de proclamarlo, predicarlo, vivirlo y difundirlo.
El Espíritu de los siete dones que se confiere
por la ordenación es el de la sabiduría e inteligencia, el de consejo y
fortaleza, el de ciencia, el de piedad y del santo temor de Dios (Is. 11, 2-4).
El Espíritu obra sobre la naturaleza humana. Por eso la formación es importante
para que los dones encuentren terreno fértil en el diácono.
Es de notar, que muchos diáconos trabajan en la
catequesis bautismal y matrimonial. Ahí no se acaba la actividad diaconal. El diácono,
ministro de la palabra, encarna esa palabra en sus ministerios de la liturgia y
de la caridad.
(Fuente: www.vatican.va/roman_curia/congregations/cclergi/documents...)