SAN JUAN
BAUTISTA DE ROSSI
(† 1764)
Juan
Bautista de Rossi nace el 22 de febrero de 1698 en Voltaggio, pequeña ciudad
del arzobispado de Génova.
Ya
desde sus primeros años se le vio inclinado a las cosas de Dios, decididamente
llamado al sacerdocio y dotado de no comunes virtudes, que más tarde
contrastarían sobremanera con aquella piedad decadente de finales del XVII Y
gran parte del XVIII.
Fue
la suya una época de marcado orgullo espiritual y lamentabilísimas desviaciones
de la auténtica vida cristiana. Las raíces del jansenismo iban sofocando poco a
poco la buena semilla de la sencillez evangélica, de la confianza filial en
nuestro Padre del cielo y de la caridad fraterna con sus hijos, los hombres de
la tierra.
En
Francia se vivía por entonces el ambiente morboso de las Provinciales, reavivado en parte por las convulsiones y
excentricidades del oratoriano P. Quesnel, que posteriormente abrirían camino
al humanismo desenfrenado y a la nueva filosofía, abiertamente opuestos al
genuino sentido religioso y a la autoridad de los papas.
No
se libraba de estas influencias jansenistas ni la misma Roma, que había de ser
el teatro silencioso de las virtudes de nuestro De Rossi. En plena curia
romana, con el pretexto de una renovación en el campo de la piedad cristiana y
de las nuevas formas de la Iglesia, se urdían maniobras descaminadas.
Es
verdad que la doctrina jansenista en Italia fue más política que teológica.
Pero no podían menos de sembrar confusionismos ciertas ideas que poco a poco
iban calando en la sencillez del pueblo. Se combatía el absolutismo papal, se
proclamaba la autonomía de los obispos, se concedía a los seglares una
injerencia indebida en las cosas eclesiásticas, se propugnaban reformas
peligrosas en el culto y devociones... Pretendían, en una palabra, dar a la
formación cristiana unos módulos demasiado íntimos y personalistas, con
innegable desprecio de las obras externas, de la jerarquía y del consiguiente
espíritu de sumisión.
La
divina Providencia, sin embargo, siempre solícita por los intereses de su
Iglesia, cuidó de suscitar en ella una serie de hombres auténticamente
cristianos y evangélicos. Fue éste, sin duda, el mejor y más declarado mentís a
estas innovaciones sin camino.
Contemporáneos
de nuestro Santo fueron los grandes fundadores San Alfonso María de Ligorio
(1696), San Pablo de la Cruz (1694), San Juan Eúdes (1601), el Venerable Olier
(1608), Bérulle, el jesuíta Scaramelli, etc. Poco tiempo después sería
discípulo suyo el angelical San Juan Andrés Parisi, a quien nuestro Santo
gustaba de comparar con San Luis Gonzaga.
También
reinaba este ambiente de lucha antijansenista en el famoso Colegio Romano de la
Ciudad Eterna, donde, a sus trece años, ingresó el pequeño Rossi, para
permanecer allí y formarse hasta su ordenación sacerdotal.
Las
sanas doctrinas de maestros tan preclaros como los padres Tolomei, Juan de
Ulloa, Giattini, y sobre todo los testimonios vivos de apostolado y virtud que
pudo contemplar a su alrededor, fueron sembrando en su alma aquellos genuinos
amores que más tarde serán los únicos resortes de su santa vida.
Precisamente
por aquel tiempo era famoso en Roma el rector del Colegio Romano, padre
Annibale Miarchetti, devotísimo del Sagrado Corazón y activo promotor de la catequesis
entre los niños pobres y la gente más sencilla, a quienes recogía y cuidaba en
la iglesia de San Ignacio. Con él, el padre Pompeo de Benedictis († 1715), que
componía versos latinos a la vez que mortificaba su cuerpo con ásperas
penitencias y gastaba su vida en hacer el bien a los necesitados. Fue el
fundador de la Congregación de los Apóstoles, similar a las Congregaciones
Marianas, compuesta por jóvenes romanos que aprendían de su director a hacer
oración, a visitar casas de beneficencia y hospitales y a hacer el bien y
repartir amor entre sus compañeros.
Enseñanzas,
virtudes y ejemplos que había de aprender tan al vivo uno de sus discípulos más
aventajados, Juan Bautista de Rossi.
Para
Jesús —y es ésta nota dominante de su Evangelio— la caridad, o amor a Dios y al
prójimo (único principio con dos manifestaciones, distintas sólo en
apariencia), es la manifestación auténtica de la santidad y la única
disposición del alma que dignifica, ennoblece y hace verdaderamente cristianas
todas las demás manifestaciones del espíritu.
Y
la prueba inequívoca de nuestro amor a Dios —también es doctrina explícita de
Cristo— es el amor al prójimo. Amor que debe extenderse a todos, incluso a los
que nos persiguen y calumnian, para así ser verdaderamente hijos del Padre
celestial, que hace lucir su sol y envía su lluvia sobre los justos y sobre los
pecadores (Mt. 5,45).
Por
eso quiso Jesús hacer de la caridad "su mandamiento" (Jn. 15,22), y
el distintivo de sus verdaderos discípulos, más exacto y seguro que cualquiera
otra señal externa (Jn. 17,21).
Y,
en el último juicio que Él hará de la conducta de los hombres, será la caridad
la norma para distinguir las vidas auténticamente puestas a su servicio:
“Venid, benditos de mi Padre, porque tuvisteis caridad con vuestros
prójimos" (Mt. 25,34-35).
Sucede
a veces que esta fundamental y primerísima doctrina en la concepción cristiana
de la vida queda soterrada bajo el cúmulo de otras normas, fórmulas y
prácticas, que nacen más del pensamiento de los hombres que de las fuentes del
Evangelio.
No
sucedió así en la vida de San Juan Bautista de Rossi. Aún se recuerda en Roma
al "padre de los pobres" y al "amigo de los humildes".
Imitador fiel del único Maestro, pudo también sintetizar su vida en aquellas
palabras evangélicas: "Pasé por la tierra haciendo el bien". Sin
ruidos estridentes ni resonancias aparatosas, pero con toda la imponente fuerza
y trascendencia de la verdadera caridad cristiana.
Ya
colegial, y mientras sigue los estudios teológicos en la Minerva, forma parte
de la Congregación, y gasta muchas horas en visitar, con los demás
congregantes, los hospitales y casas de los pobres. Apostolado oculto y
humilde, que no abandonará durante toda su vida, aun después de haber aceptado,
contra su voluntad, la canonjía de Santa María in Cosmedín.
El
8 de marzo de 1721 fue ordenado sacerdote, y aquel mismo día hace voto de no
aceptar ninguna prebenda eclesiástica, iniciando su sagrado ministerio en el
Hospicio de Pobres de Santa Galla.
En
las actas de beatificación y canonización se da cuenta con detalle del celo,
humildad y caridad sorprendentes que logró llevar nuestro Santo hasta el grado
máximo de la heroicidad.
Fue
el sacerdote De Rossi varón ejemplar, modelo acabado de ministro evangélico,
hecho todo para todos para ganarlos a todos en Dios.
Pero
lo que más llama la atención en su vida fue aquella predilección constante,
afectiva y efectiva, que mostró siempre por los más desatendidos y sin relieve
en la sociedad. Los hospicianos, los presos, los vagos de profesión, los
ignorantes y analfabetos, los niños harapientos y pillastres, fueron sus
mejores compañeros por aquellas calles de Roma,
A
imitación de San Felipe de Neri, a quien profesaba por su parte una devoción
entrañable, fue en su tiempo San Juan Bautista de Rossi el protector de pobres
y afligidos, el consejero, abogado, amigo y maestro de todos. Sacerdote
entrañablemente enamorado de Dios y de los hombres, no aguantó el espectáculo
de un amor incomprendido y supo clavar en las carnes de sus hermanos el grito
de salvación y de carida.
En 1731,
imitando los célebres hospicios romanos, funda uno parecido para mujeres sin
casa y desamparadas. Él mismo las recogía y las cuidaba espiritual y
temporalmente, hasta conseguir colocarlas y proporcionarles un medio de vida
digna y cristiana.
Unos años
más tarde, en 1737, muere un primo suyo, Lorenzo, canónigo de la basílica de
Santa María in Cosmedín, de Roma. Y Juan bautista, a pesar de su voto y de la
abierta repugnancia que siempre experimentó hacia toda clase de cargos
honoríficos, no tuvo más remedio que aceptar, bajo obediencia, este que quedaba
vacante. Fue un mero cambio de ambiente, que en nada había de afectar a su
camino trazado.
En su
nueva condición seguirá siendo el sacerdote ejemplar y fiel cumplidor de sus
deberes. El servicio del coro, el confesonario, el púlpito, la enseñanza del
catecismo... llenarán todas las horas de sus días.
Su fama
de santidad y de caridad alcanza los últimos rincones de la Ciudad Eterna. No
hay cárcel, hospicio u hospital que no sea testigo de su celo, de su cariño y
de su comprensión. Diligente, infatigable, siempre dispuesto, no descansó hasta
convertir el fuego del amor que le abrasaba el alma en grito constante de su
garganta y en entrega martirial de su vida.
Tal vez
no se pueda decir mucho más de la vida de San Juan Bautista de Rossi. Ni casi
sus mismos contemporáneos se dieron cuenta del hombre de Dios que estaba
conviviendo con ellos con un corazón muy grande, doblemente apasionado por Dios
y por sus hijos, los hombres.
Así suele
ser siempre de sencilla y natural la auténtica santidad. Como el Evangelio,
Como María, la Madre de Jesús, y José, el Esposo de María. Como el mismo
Cristo, de quien casi sólo pudieron decir sus contemporáneos que pasó por la
vida haciendo el bien,
Juan
Bautista de Rossi, formado en la mejor Universidad eclesiástica del mundo,
educado en un famoso Colegio, con una Roma delante, donde era tan fácil la
lisonja y los puestos de grandeza, lo deja todo para entregarse a quienes
necesitaban su vida y su caridad. Creyó en la palabra de Cristo y supo ser el
buen pastor que pierde su vida para ganarla.
Pobre
vino al mundo. Pobre vivió entre los pobres. Y muy pobre murió el 23 de mayo de
1764. Espléndido epitafio para su tumba de sacerdote.
Su tumba
se conserva en la iglesia de Santa Trinidad del Pellegrini.
Y aún se
recuerda en Roma al "padre de los pobres" y al "amigo de los
humildes".
Pero
nuestro Dios, el buen Padre de los cielos, que tanto se complace en levantar a
los humildes y sencillos, quiso bien pronto darle a conocer entre las gentes.
Fue en
tiempos de Pío IX cuando se inició la causa de beatificación de este escondido
sacerdote y canónigo romano.
Confirmados
al fin unos milagros, excepcionalmente sorprendentes por las circunstancias que
los acompañaron, fue beatificado el 13 de mayo de 1860.
En 1879
vuelve a hablarse de nuevos milagros obrados por la intercesión de nuestro
Santo. Y ese mismo año se da el decreto que los aprueba, y con ello un paso
decisivo para la canonización del sacerdote romano Juan Bautista de Rossi.
Por otro
decreto de abril de 1881, siendo relator de la causa el cardenal Miecislao
Leodochowski y promotor de la fe el padre Salviati, se da permiso para que se
proceda a ella.
Y al fin,
el 8 de diciembre de este mismo año, juntamente con los Beatos José de Labre,
Lorenzo de Brindis y Clara de Montefalco, fue elevado a la Gloria de Bernini por Su Santidad León XIII.
El Papa
de los obreros había servido a la Providencia para glorificar al Santo
escondido de los pobres y de los humildes, San Juan Bautista de Rossi.
(Fuente: Mercaba.org)
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