viernes, 7 de septiembre de 2012

El arte de proclamar.

Cómo proclamar la Palabra de Dios - I

En este artículo nos proponemos dar algunos consejos muy prácticos para mejorar la proclamación de la Palabra de Dios en la Misa y los demás sacramentos. No es un asunto de poca monta; la lectura que se hace de los textos sagrados, dependiendo de cómo se haga, puede ayudar a la mejor disposición interior de los fieles o puede ahuyentarla. Pero antes de enumerar algunos puntos muy concretos, digamos alguna palabra sobre este ministerio tan importante. La proclamación de la Palabra de Dios también forma parte del oficio del predicador. En la Iglesia, casi siempre la homilías o el sermón están precedidos por la lectura del Evangelio o de algún texto bíblico. Pero además al sacerdote o al diácono sólo está reservada la proclamación del Evangelio en la Santa Misa y en algunas otras celebraciones sacramentales. Los demás fieles también participan de este ministerio y los criterios que se pueden dar para ejercerlo correctamente se aplican por igual a todos.

Desde tiempos muy antiguos existía en la Iglesia el ministerio del lectorado, que aún en nuestros días se sigue como paso para las órdenes sagradas. Es un ministerio que compete exclusivamente a los varones en razón de su vinculación íntima al sacramento del orden sagrado, pero hoy en día, por diversas razones de orden pastoral lo ejercen indistintamente hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños que al hacerlo entran en la categoría de un ministerio ejercido de manera temporal o excepcional. Sin embargo, no se debe olvidar que en realidad se trata de un ministerio instituido y que requiere de una preparación adecuada no sólo por la alta dignidad de su naturaleza, que se refiere al rol de la Palabra de Dios en la Liturgia eclesial, sino porque debe ser ejercido de manera correcta para no traicionar su sentido de ser una proclamación solemne a través de la cual Dios le habla a su Pueblo.

Seguidamente se enumeran una serie de "acentos" y sugerencias, la mayoría de orden práctico, sobre cuestiones relativas al ejercicio de este ministerio. Algunas cosas parecerán muy obvias, pero precisamente uno de los errores típicos que cometemos es considerar la proclamación de la Palabra de Dios en la Misa un asunto descontado, para el que no se necesita mayor preparación; basta escoger personas que sepan leer bien y asunto arreglado. Pero esto está muy lejos de ser cierto. Proclamar la Palabra de Dios no es lo mismo que leer cualquier otro mensaje en público. Cada cosa situada en su propio contexto puede tener significados propios y producir efectos diversos. Vamos a lo concreto:

  Damos por descontado que las personas escogidas para leer la Palabra de Dios tienen que tener una condición básica que es saber leer bien, con suficiente fluidez y volumen, y una vocalización aceptable.

  No cambiar con demasiada frecuencia a los lectores. No hay que tener reparos en "poner siempre a los mismos", y lo coloco entre comillas porque muchas veces se alude a esto como si fuera un mal signo, o como si las personas fueran a aburrirse por tener que ver siempre a los mismos subir al presbiterio. Habría que preguntarse si alguien se hace problemas con ver siempre al mismo sacerdote o escuchar siempre al mismo organista. El problema es que con frecuencia se pierde de vista la verdadera naturaleza del rito eucarístico; no es una especie de talkshow al que hay que traer siempre invitados distintos. También se comete el error de convertir esto en un derecho de los fieles, y no lo es. Lo importante es que el lector sepa lo que hace y por qué lo hace. Ahora bien, si se tiene a varios lectores, así como a varios acólitos bien preparados, mejor, pero no debe ser ese el objetivo primario.

  Destinar el lugar donde se Proclama la Palabra de Dios sólo para eso.  No convertir el ambón de la Palabra en un lugar de usos múltiples. Es la "mesa de la Palabra", y no  una suerte de podio para hablar en público.

 Enseñar a los lectores a realizar las debidas reverencias al altar, al momento de aproximarse al presbiterio.

  Procurar que la vestimenta de los lectores y su actitud sea la más adecuada; sobria y al mismo tiempo reverente. De ninguna manera dejar que suban personas mal vestidas a leer las lecturas.

  Considerar la proclamación del salmo de manera independiente. Antiguamente era más frecuente que hubiera un salmista, especializado en proclamar el salmo o cantarlo. Esto es difícil porque no siempre en nuestras iglesias hay alguien que sepa cantar. Pero si lo hay, o si es posible entrenar a alguien, hay que hacerlo porque es algo que enriquece mucho la Liturgia de la Palabra. Además existe abundante literatura musical a la que se puede recurrir sin necesidad de inventar nada nuevo.

  [Continúa en el siguiente artículo titulado "Cómo proclamar la Palabra II".]
 

 

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