En este artículo
nos proponemos dar algunos consejos muy prácticos para mejorar la proclamación
de la Palabra de Dios en la Misa y los demás sacramentos. No es un asunto de
poca monta; la lectura que se hace de los textos sagrados, dependiendo de cómo
se haga, puede ayudar a la mejor disposición interior de los fieles o puede ahuyentarla.
Pero antes de enumerar algunos puntos muy concretos, digamos alguna palabra
sobre este ministerio tan importante. La proclamación de la Palabra de Dios
también forma parte del oficio del predicador. En la Iglesia, casi siempre la
homilías o el sermón están precedidos por la lectura del Evangelio o de algún
texto bíblico. Pero además al sacerdote o al diácono sólo está reservada la
proclamación del Evangelio en la Santa Misa y en algunas otras celebraciones
sacramentales. Los demás fieles también participan de este ministerio y los
criterios que se pueden dar para ejercerlo correctamente se aplican por igual a
todos.
Desde tiempos
muy antiguos existía en la Iglesia el ministerio del lectorado, que aún en
nuestros días se sigue como paso para las órdenes sagradas. Es un ministerio
que compete exclusivamente a los varones en razón de su vinculación íntima al
sacramento del orden sagrado, pero hoy en día, por diversas razones de orden
pastoral lo ejercen indistintamente hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños que
al hacerlo entran en la categoría de un ministerio ejercido de manera temporal
o excepcional. Sin embargo, no se debe olvidar que en realidad se trata de un
ministerio instituido y que requiere de una preparación adecuada no sólo por la
alta dignidad de su naturaleza, que se refiere al rol de la Palabra de Dios en
la Liturgia eclesial, sino porque debe ser ejercido de manera correcta para no
traicionar su sentido de ser una proclamación solemne a través de la cual Dios
le habla a su Pueblo.
Seguidamente se
enumeran una serie de "acentos" y sugerencias, la mayoría de orden
práctico, sobre cuestiones relativas al ejercicio de este ministerio. Algunas
cosas parecerán muy obvias, pero precisamente uno de los errores típicos que
cometemos es considerar la proclamación de la Palabra de Dios en la Misa un
asunto descontado, para el que no se necesita mayor preparación; basta escoger
personas que sepan leer bien y asunto arreglado. Pero esto está muy lejos de
ser cierto. Proclamar la Palabra de Dios no es lo mismo que leer cualquier otro
mensaje en público. Cada cosa situada en su propio contexto puede tener
significados propios y producir efectos diversos. Vamos a lo concreto:
Damos por descontado que las personas
escogidas para leer la Palabra de Dios tienen que tener una condición básica
que es saber leer bien, con suficiente fluidez y volumen, y una vocalización
aceptable.
No cambiar con demasiada frecuencia a los
lectores. No hay que tener reparos en "poner siempre a los mismos", y
lo coloco entre comillas porque muchas veces se alude a esto como si fuera un
mal signo, o como si las personas fueran a aburrirse por tener que ver siempre
a los mismos subir al presbiterio. Habría que preguntarse si alguien se hace
problemas con ver siempre al mismo sacerdote o escuchar siempre al mismo
organista. El problema es que con frecuencia se pierde de vista la verdadera
naturaleza del rito eucarístico; no es una especie de talkshow al que hay que
traer siempre invitados distintos. También se comete el error de convertir esto
en un derecho de los fieles, y no lo es. Lo importante es que el lector sepa lo
que hace y por qué lo hace. Ahora bien, si se tiene a varios lectores, así como
a varios acólitos bien preparados, mejor, pero no debe ser ese el objetivo
primario.
Destinar el lugar donde se Proclama la
Palabra de Dios sólo para eso. No convertir el ambón de la Palabra en
un lugar de usos múltiples. Es la "mesa de la Palabra", y no una
suerte de podio para hablar en público.
Enseñar a los lectores a realizar las debidas
reverencias al altar, al momento de aproximarse al presbiterio.
Procurar que la vestimenta de los lectores y
su actitud sea la más adecuada; sobria y al mismo tiempo reverente. De
ninguna manera dejar que suban personas mal vestidas a leer las lecturas.
Considerar la proclamación del salmo de
manera independiente. Antiguamente era más frecuente que hubiera un salmista,
especializado en proclamar el salmo o cantarlo. Esto es difícil porque no
siempre en nuestras iglesias hay alguien que sepa cantar. Pero si lo hay, o si
es posible entrenar a alguien, hay que hacerlo porque es algo que enriquece
mucho la Liturgia de la Palabra. Además existe abundante literatura musical a
la que se puede recurrir sin necesidad de inventar nada nuevo.
[Continúa en el siguiente artículo titulado "Cómo
proclamar la Palabra II".]
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